Ella
A ti no te agrada hablar de eso y
menos aquí, en una mesa adornada con margaritas. Piensas que con unas cuantas
copas cualquiera se vuelve un experto en la materia. Además viniste a
divertirte no a escuchar comentarios que te parecen cada vez más disparatados.
Mientras los músicos preparan sus instrumentos, ellas hablan del placer y del riesgo. Tú deshojas la primera
margarita. ¿Y la incertidumbre, el dolor, la impotencia, el miedo?
-Por eso hay que volverse más selectivas en las relaciones.
-A mí me dijeron que se da más entre hombres.
-Claro, como que la mayoría son unos cerdos que se acuestan con quien
sea.
Tú estás tranquila o al menos eso
piensas. Hasta ahora no has corrido a hacerte el examen como la mayoría de las
amigas que hoy te invitaron a bailar. Cuando alguien te lo sugirió, sonreíste
mientras rematabas: yo sí sé con quién me acuesto. Pero adentro se te encendió
una inquietud que continuamente te distrae de lo que están comentando y te
lleva a consumir un cigarrillo tras otro mientras apilas pétalos blancos en
el cenicero.
-Me lo contó llorando, su propia hermana.
-Quién iba a imaginarse.
-A mí ya nada me sorprende.
En el fondo odias esta especie de
paranoia que va apoderándose de tus amigos y conocidos. Primero son rumores.
Después empiezan los exámenes y los médicos. Luego viene el melodrama y el
arrepentimiento. A ti te asquean esas actitudes de franca desconfianza. Al rato
van exigir certificado de salud para entrar a la discotheque. Tú sabes que esto
se ha vuelto peligroso pero las reacciones te parecen exageradas o ¿no?
-¿Y cómo lo viste?
-Lo encontré medio demacrado y flaco pero con un ánimo excelente. Me
dijo que su enfermedad le había enseñado a vivir, a disfrutar cada momento de
su existencia.
-A mí me contaron que siguió haciendo sus cosas hasta que una mañana se
sintió mal y ya no quiso levantarse de la cama. Que se veía como muy sereno,
muy resignado.
Quieres intervenir pero nadie te
atiende. Te ven tan enfrascada en tu diálogo con las flores. Francamente te
molesta que identifiquen la enfermedad con un castigo moral o algo así.
Decirles, por si no lo saben, que cualquiera puede ser portador incluso ellas,
o ¿por qué no?: tú.
-Les dijo que de todos modos de algo tenía que morirse.
-Imagínate, hablar así sabiendo que está deshauciado.
-Yo no sé qué haría en ese caso. Creo que me pondría histérica.
-Lo mejor es aceptar lo irremediable y tratar de sacarle provecho.
-¿A una situación así? ¿qué provecho puede sacársele?
-Bueno, puede uno aprender a morir en paz.
-Ay, no mames.
Las voces se te confunden con la
música tropical. Pues como haya sido,
Manuel no se lo merecía ni Hugo tampoco. Por dentro sientes cierto desasosiego que va tomando forma.
Arrojas los restos de otra margarita al cenicero. Entre los efectos del alcohol
y el humo del cigarrillo se suavizan los rostros. ¿Pero también Angel? Es una punzada que te deforma el gesto. Nadie
se da cuenta. De las otras mesas van disminuyendo tu grupo con invitaciones a
bailar. Es un desgarramiento que te sube a la garganta. Te digo, nunca se sabe. Sientes la boca amarga. Un muchacho de
facciones finas te pide cortésmente la pieza. El mío, gracias a dios, salió negativo. Lo mandas directo a la
chingada. Se aleja sorprendido sin saber qué decir mientras tú te quedas
deshojando despacio, la última margarita de la noche:
Lo tengo
no lo tengo
lo tengo.