1978.
Adrián Román.
Eterno Femenino Ediciones.
Es
muy difícil hablar de la poesía. De por sí es difícil leerla. A mí me ocurre
que año tras año recibo de regalo decenas de libros de poemas que no entiendo.
Que apenas hojeados, en sus primeros versos descubro que tampoco me gustan. Tal
vez soy como esas señoras cuya sensibilidad estética se reduce a un calendario
con La última cena en la mesa
familiar o a los muñequitos de porcelana diseminados por la sala. Mi
instrucción poética se redujo a los poemas que mi papá me leía cuando llegaba a
la casa en plenitud del éxtasis etílico o a las melodramáticas declamaciones de
mis tíos, que en las fiestas contaban de un payaso que lloraba a carcajadas, y
en su interpretación acababan rodando por el suelo, para asombro de chiquillos
y conmoción de las madrecitas ahí presentes.