Las cantinas han sido satanizadas, estigmatizadas, señaladas como sitios decadentes y nido de viciosos y violentos. Pero mucho más allá de esos lugares comunes, de esas etiquetas con que las personas sin imaginación acostumbran clasificar el mundo, las cantinas han sido sitio de solaz y esparcimiento para muchas generaciones que se han reunido allí para descubrir la entusiasta confraternidad de los bebedores que el genial Diego Velázquez supo captar en “El triunfo de Baco”.

En estos templos etílicos en los que la ingestión de vinos y licores exacerba las expresiones más recónditas del alma, todos los días ocurren historias afortunadas e inverosímiles. Muchos escritores y músicos han hallado ahí la inspiración. Ramón López Velarde escribió parte de “La suave patria”, en La Rambla de Bucareli y Avenida Chapultepec; y Renato Leduc, el “Prometeo Sifilítico”, en La Puerta del Sol, de Palma y Cinco de Mayo.
El poeta y periodista Renato Leduc (Ciudad de México, 1897-1986), famoso autor del soneto “Tiempo”, le contó en una entrevista a José Ramón Garmabella, que a los 14 años entró a trabajar en la Mexican Ligth of Power Company. Era un muchacho tímido y callado que otros trabajadores de más edad agarraban de su “puerquito” con burlas y golpes, hasta que una tarde se hartó Leduc y se cobró a patadas todos los ultrajes. Por poco se le van en montón, pero un carpintero gordo y cacarizo, llamado Evaristo, salió a defenderlo con cuchillo en mano.
Sin embargo la tensión continuó por varias semanas hasta que el mismo don Evaristo le ayudó a resolverla. Le dijo que la siguiente quincena dispusiera de todo su sueldo y lo llevó a una cervecería: