Estimado Andrés: Te escribo esta carta impelido por el
fervor que un hombre despierta en otro. Bueno, antes que otra cosa me disculpo
por hablarte de tú; no es falta de respeto sino una muestra de la confianza
inmerecida que me tomo.
Déjame decirte que nunca había visto tantas caras tristes
como me tocó el lunes 2 de julio. Será por el ámbito en el que me muevo —gente
que se gana la vida trabajando, en el sur de la ciudad de México—, pero no veía
más que expresiones de congoja, de frustración, de desesperanza. Más aún, pero
mucho más, que cuando batean a México en el Mundial y que todo mundo le ha
apostado como triunfador.
A mí en lo personal me dolió muchísimo. Sentí que algo se
había muerto dentro de mí. Cuando la boca te sabe amarga, y traga uno camote para no llorar. Tengo 60 años, y no creo
que me toque vivir un gobierno de izquierda. La muerte me llama constantemente,
y en lo absoluto creo que me dé permiso para vivir otro sexenio nomás para ver
qué se siente.
Pero dónde estuvo el error. Lo ignoro. Nunca he seguido
porfiadamente los acontecimientos políticos. No firmo desplegados, aunque esta
vez fui constantemente invitado. No fui a las marchas convocadas por ti o por
tu partido. Jamás en la vida he sido proclive a participar en manifestaciones
multitudinarias; de ningún tipo. Siempre olfateo el tufo de la trampa.
Sí vi los debates. Y advertí en tus ojos la pureza, esa
cosa que ya no existe en los ojos de los hombres.
Me percaté de que eres un individuo de honor, de hombría, de coraje. Un tipo
cabal. Eso se ve claro en la mirada. Como hombre no se te podía engañar, pero
como político sí. Te oía hablar, echarle carroña a EPN, y me decía yo que todo
eso era una pérdida de tiempo. Eso no sé quién lo decide. Si tú o tus asesores.
Pero yo dije está equivocando la puntería. Toda esa batería descargada sobre
Peña Nieto está mal encausada. Pues el priísta siempre estuvo súper
consolidado. Los golpes se le resbalaban. En cuanto a la señora, la tenía
perdida desde un principio. Nomás había que escucharla hablar… Un cero a la
izquierda. La cosa no era denostar de ella, sino ganarte a sus electores. A los
panistas. Hablando netas, con bases. Ponderando las virtudes de ambos rivales;
pero no insistir hasta la saciedad en sacar los trapos al sol, que no deja de
ser mezquino y cuyo efecto se revierte: hablas mal de alguien y le arrimas
adeptos —digo dos rivales y no tres, porque el nerd Quadri es un advenedizo que
ni existe.
Como hombre te sobra, eres un tipo íntegro, intachable,
sin dobleces; pero eso no cuenta en política, o no es lo más importante. En
política hay que embarrarse si se quiere triunfar, hay que soltar el billete,
fomentar la corrupción. Y ahora se está viendo con el robo de votos. Era de
esperarse viniendo de los priístas, viejos lobos en este asunto de meter
zancadillas, picar los ojos, dar golpes bajos.
Pero en última instancia, saliste ganando. Los jóvenes
son tuyos. Y eso cuenta para la próxima. Te allegaste cantidades espectaculares
de seguidores; algunos refrendaron su posición, otros se lanzaron a muerte tras de tus principios. Que eso es lo que
te da un plus, por encima de tus rivales: que eres un hombre de ideas que no
terminan en el aire sino en principios. Y son principios que todos entendemos.
Muchos de ellos —y he aquí el doble mérito— principios que se pueden aplicar en
la vida cotidiana. Te escuchaba hablar y lo que oía yo era a un padre de
familia que se preocupa por el destino de sus hijos. Algo tienes de espíritu
mesiánico. Algo que obliga, a quien te escucha, a volver los ojos hacia su
interior. Y reflexionar. Porque mueves a la reflexión. Tu amor por la paz es
ejemplar. Tu inclinación por la no violencia exige una toma de conciencia.
¿Y cuál es el siguiente paso? Me estoy poniendo en la más
calamitosa de las situaciones. Supongamos que el sistema aplaste las
impugnaciones y Peña Nieto deje de ser un presidente virtual para serlo de
facto. Desconozco cuál es la decisión más inteligente. Lo que tú decidas es muy
importante porque una decisión tuya no es personal; hay cientos de miles que te
siguen, y que son capaces de actuar a ojos cerrados si tú así lo decides. Ojo
con eso. Sé lo que haré yo: no ser una piedra de tropiezo —para mí esto
significa no cerrar los ojos, no olvidar la terrible lección de los priístas,
no confiar en la demagogia, pero tampoco ser una urticaria en la cola de nadie.
Menos en acciones que representen un beneficio para la mayoría. Si es que se
dan.
En fin. Va un fuerte abrazo.
*Esta carta se publicó en la columna “Con los oídos abiertos”,
del periódico El Financiero, el lunes 16 de julio de 2012.
Las imágenes pertenecen a la megamarcha contra el fraude en la Ciudad de México, el 7 de julio de 2012.
Precioso, me hizo llorar, compadrito. No le conocía este lado bellísimo al Eusebius. Dale un fuerte abrazo de mi parte.
ResponderEliminarPterocles