Hugo
Hugo sabe que las relaciones sociales
exigen cierta dosis de hipocresía y que para mentir de manera convincente es
necesario creer, aunque sea mínimamente, en lo que se dice. Por eso no le
presta mucha atención a Raymundo que ahora le dice: Caray, si te ves muy bien,
hasta has engordado un poquito ¿no?
Hugo, de facciones afiladas y con
expresión de fatiga, sorbe lentamente el popote de su jugo mientras sus amigos
brindan con cerveza por su recuperación. Raymundo y Víctor se deshacen en
sonrisas y comentarios de apoyo hacia él. Los amigos de siempre se sienten más
cerca que nunca. Ahora es Víctor el que miente: nada más estamos esperando a
que te pongas bien y nos vamos a festejar ¿Qué te parece?
Hugo oblicúa una sonrisa irónica y les
contesta, despacio y sin inflexiones, como si se refiriera a otra persona y no
a él: no voy a recuperarme nunca. No seas tan negativo, dice Raymundo. Víctor
le repite, como ha venido haciéndolo desde que se manifestó su mal, que cuenta
con ellos, sus amigos más cercanos -veinte años de experiencias comunes y
confidencias compartidas-, para afrontar juntos este problema. Hugo contesta,
desde la distancia que hay en su voz, que no los necesita.
Raymundo se incomoda y le dice que con
esa actitud solamente va a retardar su recuperación. Víctor le pasa el brazo
por el hombro y le dice que no se ponga en ese plan, que ellos lo comprenden
pero Hugo lo interrumpe: ustedes ni siquiera pueden imaginarse lo que me está
pasando. Se hace un silencio oscuro como la cerveza que Raymundo apura de un
sorbo. Hugo mira abstraído el hilillo de burbujas que emergen de la cerveza
rubia de su otro amigo. Si nos platicas, interviene Víctor, podríamos entender
lo que te pasa, ayudarte. El destello inquisitivo de los ojos de Hugo, lo
petrifica: ¿Crees que pueden comprenderlo?
Víctor se inclina en un leve asentimiento.
Hugo toma intempestivamente el tarro de cerveza rubia de su amigo y le escupe
un salivazo espeso que poco a poco se disuelve en el líquido, dejando una
pequeña mancha espumosa sobre la superficie dorada.
-Tómatela, ándale- y dice con sarcasmo- a ver si me entiendes...
Víctor duda una eternidad. Raymundo no
encuentra el pretexto adecuado para levantarse de la mesa. Hugo se abstrae de
nuevo en este pensamiento recurrente: ¿por
qué yo?
¿por qué a mí?
¿por qué?
¿por qué a mí?
¿por qué?
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