La poesía es una subversión del lenguaje. El discurso poético −ritmos e imágenes que expresan emociones y sensaciones− va contra los siglos de racionalismo y lógica con que se ha construido la modernidad de Occidente. Sin embargo, en la fuerza de su concisión, la poesía a veces se atraviesa con el aforismo o con la sentencia filosófica. La paradoja resulta de que en el sinsentido del verso donde regularmente predomina la música, como en una especie de scat, a veces se encuentran verdades brillantes y pulidas como piedras de río.
Algo semejante sucede en los versos y prosas de Así hablaba Zaratuxtla, de Amílcar Zúñiga. En sus páginas el lector encuentra un borbotón de palabras, un remolino y una desbandada que en su articulación, en su confrontación, construyen su sentido; como la lluvia que bajando de las montañas se vuelve caudal. A veces son gritos o imprecaciones que celebran el tropel de la sangre por las venas o cantos de aves fascinadas por la luz.