martes, 31 de diciembre de 2013

Brindis por la Poni

A Elena Poniatowska, no la trajo la cigüeña de París, sino la Segunda Guerra Mundial. Descendiente de una ilustre familia en la que hubo un rey, un mariscal de Napoleón, un ministro del Interior y un arzobispo europeos, Elena acabó como una periodista comprometida con las causas populares de México.
Niña de convento, de una clase acomodada en la que se rechazaba a Emiliano Zapata por pelado y salvaje, y a Diego Rivera, el rojo, por haber pintado desnuda a la tía Pita Amor, Elena se fue abriendo paso, casi al mismo tiempo, en el periodismo y la literatura.
En 1953 comenzó a publicar en Excélsior. Cuando supo que había una reportera que usaba el seudónimo de “Bambi”, ella quiso llamarse “Dumbo”. Para fortuna del periodismo mexicano y de Walt Disney, a quien ningún dibujo se le ha convertido en emblema de la izquierda, Elena siguió usando su propio nombre.

El brindis del adiós

De adioses y otros licores.
R. Israel Miranda.

Star/Pro, 2013.

Luis Cardoza y Aragón afirmó que “La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”. Lo que a primera lectura podría parecer dislate, hipérbole o contradicción, en realidad encierra una verdad del tamaño de una catedral. La poesía, sin lugar a dudas, representa uno de los más altos productos del intelecto humano.
         Tan solo por poner un ejemplo, basta con mencionar que en la elaboración de una simple metáfora (una de las dimensiones del poema) entran en feliz conjunción los hemisferios cerebrales. El izquierdo que aporta la comprensión y expresión del lenguaje, así como la memoria musical; y el derecho que incluye la comunicación emocional y la memoria visuoespacial. Así que en el frenesí de este intercambio sináptico se pueden engendrar versos como éste: “y el silencio es un filo de navaja”. Al proceso que les da forma le llamamos imaginación; y a su producto, creación. En ella se cristaliza una nueva realidad, tan abstracta y compleja como una ecuación de tercer grado.

Instantáneas VIII

La Mancha Rosa

Dime de qué puedo hablarte ahora. De la noche en que vi reflejado tu gesto en otra cara. De esas otras, no menos amargas, en que voy a encender la luz y me viene a la memoria una punzada. Te juro que algunas veces he visto de reojo la sombra de tu pelo. Si estuvieras aquí, me dirías que estoy loco. Pero otros también te han visto. Me lo han dicho en secreto. Como si temieran el paso silencioso de un ángel que agitara tu recuerdo. Lo dicen y callan por respeto, para que se sepa que aún vives en alguna parte. ¿Quieres que diga la letra de una canción que te hubiera venido bien cantar? ¿O las palabras que nunca repetiste? Si las hubieras dicho otra vez con qué placer hubiéramos llorado, a lágrima viva, hasta quebrar las sonrisas de escayola que usábamos los fines de semana. Con qué tajo hubiéramos cortado el nudo de nuestras gargantas para llamarnos con nuevos nombres: noche, fuego, estrella, mar, luna, sol, sombra y luz. Con qué furia hubiéramos abierto las jaulas de nuestros ojos para que nuestras miradas volaran a encontrarse. Estoy seguro de que se hubiera despintado por fin, la mancha rosa que te cubrías con maquillaje, la mancha que tan seguido veo avanzando entre mis sueños.


¿Te acuerdas?

Bastardos 13

Mientras más me lo dicen, más me… acuerdo


Cuando dos o más amigos se reúnen a beber, si de veras son amigos y están bebiendo en serio, el mundo cambia, para bien o para mal.
            Puede ocurrir como ocurrió con unos griegos que se reunieron para celebrar a uno de ellos, Agatón, con un banquete y que después de la comida y al calor de las copas se pusieron a echar rollo. ¿Y de qué pueden hablar los hombres solos?... Pues estos señores, como no eran muy afectos a la compañía femenina ni al futbol, prefirieron hablar del amor; tal vez porque sufrían de una terrible resaca o porque tenían otras intenciones más allá de la ingestión etílica. Sin embargo no hablaron de los chismes del pueblo ni de sus conquistas, sino de los dioses del amor, en especial de Eros, y las ideas que cada una de las deidades representaba.

México Proteico

México se pinta solo
Exposición de Cristina de la Concha

Cuando el sabio Carlos de Sigüenza y Góngora trazó el primer Mapa General de la Nueva España a fines del siglo XVII, jamás se imaginó que más que un documento cartográfico estaba delineando un símbolo, el espejo donde un mexicano podía imaginarse de cuerpo entero. En esa silueta con piel de accidentada orografía y sangre de intrincada hidrografía, podía reconocerse el ser nacional en su condición sine qua non: haber visto la luz primera en esta tierra, en este suelo “bendito de dios”, como dice la canción.