Después de noventa días y noventa noches, entre un enjambre de micrófonos, el Secretario de Salud anunció que había pasado una semana sin decesos que lamentar, y el número de recuperados cada día superaba al número de infectados, la epidemia por fin había cedido; los mexicanos mostrando una voluntad inquebrantable y una disciplina excepcional habían sido ejemplo para el mundo obteniendo las cifras más bajas de muertos y contagiados en el continente, y su sistema de salud se había convertido en uno de los mejor calificados del planeta; por lo que ya se podían ir retomando las actividades en el trabajo, en la escuela, en la calle, con las previsiones elementales de salud pero sin temor.