Es junio y la tarde empieza a pardear como a las ocho. La esquina de Lorenzo de Médicis y El Dorado, es el punto de encuentro de un grupo de personajes que vienen de distintas direcciones a la Malleus Mallificarum, una añosa taberna mejor conocida por los vecinos del rumbo como El Martillo. Los concurrentes representan una muestra muy variada de profesiones y empleos: empresarios, jueces, policías, sicólogos, animadores de televisión, médicos, directores de escuela, sacerdotes, militares, ginecólogos, actores y políticos. Se reúnen hoy, como el segundo sábado de cada mes, para intercambiar opiniones y experiencias sobre sus actividades de “desarrollo personal”, que en algunos casos también constituyen su mayor fuente de ingresos. Hay ancianos de porte distinguido y respetable que cuentan historias picantes, hombres de gafas y fino bigotillo que coleccionan postales de niños desnudos; jóvenes adustos que calculan con precisión econométrica la materialización de sus fantasías fetichistas y varones de mirada beatífica y afanes necrófilos. El espíritu de la fraternidad y la convivencia los anima.