Prólogo
Sostenía Umberto Eco -filósofo, investigador del lenguaje y escritor- refiréndose al genio, que éste consistía en “10% inspiración y 90% transpiración”. Esta misma fórmula puede extenderse a la escritura. De acuerdo con el lugar común, el quehacer literario es una especie de aeropuerto donde aterrizan las musas para insuflar en el autor el dictado divino de la inspiración. Nada más alejado de la realidad. Aunque existen obras que míticamente se han escrito de un solo impulso como "Kubla Khan", poema que el inglés Samuel Taylor Coleridge redactó en un sueño y que quedó inconcluso cuando lo despertaron, y On the road, novela que el norteamericano Jack Kerouack escribió en un rollo de papel telegráfico initerrumpidamente durante tres días y dos noches, la mayoría de los textos literarios requieren mayor trabajo, sobre todo la labor de “corrigenda”, que significa volver al texto cuantas veces sea necesario hasta que a juicio de su autor encuentre su justa medida. El propio José Emilio Pacheco decía que solamente se deja de corregir hasta que se publica, y aun así, cuando alguien le llevaba sus libros a firmar, Pacheco buscaba acuciosamente las erratas en esa obra y las corregía de propia mano.
De aquí se puede colegir que la literatura no es simplemente resultado del golpe del estro, ni de la comunicación con el cosmos, ni del trance, ni la intoxicación etílica o sicotrópica. El autor, más que ser un elegido de los dioses es, desafortunadamente, un humilde obrero de la pluma. Si pudiera compararse su esfuerzo con el de algún atleta sería sin duda con el corredor de fondo. Es decir alguien que va a competir en maratones o carreras de resistencia. Hacer un libro en aguantar largas horas, no solamente de concentración en la escritura, sino en la revisión a fondo de lo que se ha escrito.