sábado, 28 de junio de 2025

Imaginista




Prólogo

Sostenía Umberto Eco -filósofo, investigador del lenguaje y escritor- refiréndose al genio, que éste consistía en “10% inspiración y 90% transpiración”. Esta misma fórmula puede extenderse a la escritura. De acuerdo con el lugar común, el quehacer literario es una especie de aeropuerto donde aterrizan las musas para insuflar en el autor el dictado divino de la inspiración. Nada más alejado de la realidad. Aunque existen obras que míticamente se han escrito de un solo impulso como "Kubla Khan", poema que el inglés Samuel Taylor Coleridge redactó en un sueño y que quedó inconcluso cuando lo despertaron, y On the road, novela que el norteamericano Jack Kerouack escribió en un rollo de papel telegráfico initerrumpidamente durante tres días y dos noches, la mayoría de los textos literarios requieren mayor trabajo, sobre todo la labor de “corrigenda”, que significa volver al texto cuantas veces sea necesario hasta que a juicio de su autor encuentre su justa medida. El propio José Emilio Pacheco decía que solamente se deja de corregir hasta que se publica, y aun así, cuando alguien le llevaba sus libros a firmar, Pacheco buscaba acuciosamente las erratas en esa obra y las corregía de propia mano.

De aquí se puede colegir que la literatura no es simplemente resultado del golpe del estro, ni de la comunicación con el cosmos, ni del trance, ni la intoxicación etílica o sicotrópica. El autor, más que ser un elegido de los dioses es, desafortunadamente, un humilde obrero de la pluma. Si pudiera compararse su esfuerzo con el de algún atleta sería sin duda con el corredor de fondo. Es decir alguien que va a competir en maratones o carreras de resistencia. Hacer un libro en aguantar largas horas, no solamente de concentración en la escritura, sino en la revisión a fondo de lo que se ha escrito.

El domador de serpientes



Tengo 64 años
en mi pubis aún se mantienen oscuras
las interrogaciones.

He bajado 10 kilos en los últimos meses
cada vez más encanallecido
y pálido.

Mi última esperanza es amanecer
con los ojos abiertos hacia el cielo
reintegrado a la nada.

La vida deja llagas profundas
en el alma una infección
que se extiende incurable
y mortífera.

Bebo, según recuerdo
desde antes que nacieran
mis padres y mis abuelos
con las pausas puntuales
del anexo y la cárcel.


Me abandonaron las pasiones
aunque a veces en penumbras
siento cómo se desanilla la necesidad
buscando madriguera.

Por fortuna mi esposa e hijos
acabaron de raíz el mal ejemplo
y me echaron de casa
sin remordimientos.

He pasado madrugadas a la intemperie
acompañado del frío y de ese fiel
perro negro que vela
mis sueños.


Poco aprendí pero sé
despertar entre moscas y basura
con el estómago como mausoleo y la sed
del que atraviesa desiertos.

Esta noche
desde un cuarto de azotea
contemplo la iniquidad del mundo
sus luces parpadeantes y engañosas
como promesas falsas.

Alzo mi envase de aguardiente
y brindo por ese luminoso pantano,
de animales en celo
depredadores
y ponzoña.

Por ese río fosforecente
que viene reptando
bajo mis pies.