Imprevisto
como un borracho
que duerme a la intemperie
así me encuentra el alba
entre mierdas de perro
y alegres moscas verdes.
Sin embargo no quiero
cantarle a la desdicha
ni a los amores tiernos
que se pudren imberbes.
Tampoco al río de pasos
en que un hombre se ahoga
camino del trabajo.
Sé que me disputan
la risa y el averno
pero habita mi pecho
el fantasma del tiempo.
Desolada y marchita
palpita mi carroña
en busca de algún buitre
que al fin se anime a expiarla.
Más
cocido
que
crudo
Perdido entre los callejones del recuerdo
Me asalta AQUÍ
el POEMA.
En el Diccionario de la Lengua Española de la RAE se encuentra que la Embriaguez, entre otras acepciones es la “Turbación pasajera de las potencias, exceso con que se ha bebido vino o licor”; o en palabras más contundentes que se trata de un “Enajenamiento del ánimo”.
Quienes hemos experimentado esa sensación, conocemos sus causas y sus efectos, mas no el origen y la necesidad que muchos individuos de nuestra especie han tenido por alcanzar ese estado tan singular que en palabras de Charles Bukowski, nos lleva a trascender el tiempo y el espacio.
El destierro de los bebedores es el título de una novela que no se ha escrito. Me vino a la mente después de leer el primer párrafo de un reportaje, publicado un sábado de octubre del año 2020, en el portal del Sol de Morelos.
A la letra lo reproduzco: “Desde antes de la contingencia sanitaria, las cantinas tradicionales de Cuernavaca, habían venido a menos ante la feroz competencia de bares y antros de moda, de franquicias y demás que ofrecen muchas veces a sus clientes, principalmente jóvenes, litros y litros de bebida, a decir de los viejos cantineros, de dudosa procedencia y por ello muy barata, hoy tras la emergencia luchan por sobrevivir, con las recetas de antaño, las ricas botanas, la atención esmerada y las bebidas preparadas para "los crudos" o "enfermos", que padecen la resaca a consecuencia de una buena borrachera”.