—Era enorme, Tocayo, debe haber tenido como doscientas mesas. Ahí se presentaban las mejores orquestas del México de entonces: Beny Moré; Las mulatas de fuego, Elena Burke y Celia Cruz; el acordionista Harry Hartman. También trabajaban las muchachas más guapas, que venían de Centro y Sudamérica.
—¿Y en dónde estaba? —le pregunto a don Jorge Ábrego, viejo periodista que rememora sus andanzas de veinteañero al calor de un martini en una cantina del Centro Histórico.
—En Reforma 13, casi esquina con Bucareli, frente al Excélsior. Empecé a frecuentarlo como por el 50 o 51. Me llevaron unos compañeros que estudiaban Derecho. Eran mis roomies, como se les dice ahora. Rentábamos un departamento en la colonia Roma. Vivíamos tres en un quinto piso, sin nadie que nos supervisara. Ya se ha de imaginar cuántas calaveradas hicimos. Como eran paisanos, cuando apenas llegué a estudiar a la capital, me llevaron a conocer las cantinas y cabarets que les gustaban.