En la cultura mexica solo los hombres y las mujeres de edad podían beber pulque en las fiestas, refiere Fray Bernardino de Sahagún, en su Historia general de las cosas de Nueva España, que ya “estando borrachos, comenzaban a cantar; unos cantaban y lloraban, y otros cantaban y habían placer (sic); cada uno cantaba lo que quería, y por el tono que se le antojaba; ninguno concertaba con otro.”
Conocí a Pterocles Arenarius hace casi 35 años, en el taller de Edmundo Valadés, y desde entonces hemos mantenido una entrañable amistad, resistente a las diferencias y sinsabores de la vida. Tal vez por eso y porque realmente he ponderado el valor de su obra desde que empecé a leerlo, sea yo el menos indicado para hablar de sus libros de manera objetiva. Sin embargo en esta ocasión, el reconocimiento y la valoración que autores de la importancia del maestro de escritores Agustín Ramos, del historiador y poeta Sergio García Díaz o del doctor en sociología Fernando Beltrán, han hecho acerca de su más reciente novela, me incitan a sumarme al aprecio general que está obteniendo su literatura.