domingo, 3 de noviembre de 2024

Coatlicue, Popocatépetl, Tepeyólotl y otros dioses de México*



¿Un volumen de crónicas?, ¿una autobiografía?, ¿una novela de construcción? Tepeyolotl y los dioses de México es eso y más. Es la historia de un niño marcado por los designios de los dioses prehispánicos, que recorre la ciudad y sus suburbios entre temblores, erupciones y guerras.

Tepeyolotl y los dioses de México también es una declaración de amor a la gran urbe; la pasión de los hombres oscuros que penetran en sus entresijos, antros y tugurios; pero también la ternura de los bravos del barrio que han resistido todas sus catástrofes.

Con los ojos asombrados del niño y la voz conocedora del maestro, Alberto Rebollo (Ciudad de México 1972) se comunica con los dioses para evocar los tiempos de gloria y desdicha de esta ciudad amante, de esta ciudad dolorosa. Súbale, súbale, a estas páginas que van de San Andrés Tetepilco a los volcanes, pasando por CU, Xochimilco, Villa Coapa y anexas.

Jorge Arturo Borja



Episodio Tres

Huitzilopochtli, Dios de la guerra
y la Copa Mundial de México 1986

Al año siguiente (1986) recuerdo que en la secundaria se armó un broncón ¡de aquellos!: “Las cucarachas” de nuestra secundaria técnica de uniforme café, contra “Los Chicharos” de una secundaria diurna. Resulta que unos chicos de nuestra escuela que se habían ido de pinta al cine habían tenido una reyerta con otros jóvenes por el amor de una damisela de uniforme verde. Los compañeros agredidos pasaron a los salones a solicitar un “paro” para ir a cobrar la afrenta. Varios nos apuntamos, más por ir al chisme que por realmente ayudar a estos cuates que ni siquiera conocíamos bien. Al día siguiente emprendimos la odisea a eso de las 2:30 de la tarde. Formados en pelotones salimos con rumbo a la secundaria diurna #65 ubicada apenas a un par de kilómetros de distancia. Antes de llegar pasamos por otra secundaria técnica desde donde varios jóvenes mercenarios escaparon saltando la barda. Venían a reforzar a nuestro contingente que ya de por sí era bastante nutrido. Seríamos unos 40 o 50 chicos entre hombres y mujeres que veníamos marchando a paso redoblado sobre el camellón de Calzada de La Viga hacia el sur. De repente varias patrullas de la policía nos rodearon y nos empezaron a cuestionar que de qué se trataba la movilización. Los líderes de la onda empezaron a cantar a todo pulmón la canción de la Selección Mexicana de Futbol mientras nos hacían señas para que los siguiéramos:



El equipo tricolor tiene mucho corazón
y en la cancha lo demostrará...

Algunos acompañaban pitando con unos trompetines de plástico que traían en la mano:

Con estadio y afición, con arrojo y con valor,
jubilosos de ser anfitrión…


Entonces los patrulleros se creyeron que estábamos celebrado el triunfo de la Selección Mexicana, que recién había jugado, y nos permitieron seguir nuestro camino hacia la batalla. Al llegar a la secundaria enemiga sobre la avenida Río Churubusco los líderes empezaron a golpear la puerta y a arrojar pedradas y cohetones. Cuál sería nuestra sorpresa, que los directivos de aquella escuela, lejos de apertrecharse en la seguridad del edificio y llamar a la policía, ya habían emplazado a todos los estudiantes en la parte interna del zaguán principal cual infantería de marina, y a la de sin susto, abrieron las puertas para dejar salir a los jóvenes como troyanos encolerizados dispuestos a defender el amor de su princesa. Se armó una batalla campal de dimensiones épicas. Sonaron patines, trompones, gritos e incluso disparos de arma de fuego. Era claro que no podíamos cubrir semejante frente, así que de inmediato ordené un repliegue táctico al pelotón a mi cargo. Dimos media vuelta y emprendimos la retirada, a paso veloz, hasta llega a los brazos de mi general Francisco Villa (así se llamaba la Secundaria).





Huitzilopochtli estuvo de nuestro lado; no hubo muertos, aunque sí varios heridos, y dicen que un joven de los rivales perdió una oreja. Al día siguiente me corrieron de la escuela con el único argumento de que había faltado a clases el día de los hechos y que era el líder de mi salón. ¡Mmm… de mejores escuelas me habían corrido!



*Crónicas de Alberto Rebollo 











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