domingo, 3 de noviembre de 2024

Elogio de las Cantinas en palabras de Agustín Ramos



La Jornada, 11 de febrero de 2024.
"Tomar La Palabra"
Agustín Ramos


Elogio de las cantinas
Aviso atento. Jorge Arturo Borja no presume de maldito ni se achica en la exquisitez… Con el mismo aplomo retrata lo sórdido de un antro de Mesones que lo fufurufo del Jockey Club decimonónico… También lidia con miserias y grandezas que lo marcan y que nutren su prosa más precisa. En toda su obra, pero más aún cuando las circunstancias le exigen disimulo, Borja alcanza lo más fino y lo más áspero sin salirse de la línea, del tono verdadero, del compás que seduce para que los sucesos se narren solitos y la gente diga por sí misma e hipnotice a quien lo lea… 


Esto no es una pipa. Aunque contenga alcohol de 70 grados con regusto a salsa de chinicuil y al mismo tiempo sea un viaje con escalas en cantinas donde se vacían a todo mecate las botellas de ron, no se vayan a marear, esto es un libro. Que ni el título, Elogio de las cantinas, ni el subtítulo, Breve memorial de antros, bares y lupanares, hagan creer que aspiro a ser el cantinero, mucho menos el guía de este turismo de aventura, o que esta reseña sea una bebida preparada con dosis de ciencias exactas e ingredientes secretos.
Porque, insisto, aquí sólo se habla de letras donde corre la prosapia de Lugares de gozo, retozo, ahogo y desahogo en la Ciudad de México, de Armando Jiménez, y de Cantinas, ¡salud por las capitalinas!, de Alejandro Rosas, al igual que palpita también la estirpe del autor: “Mi padre fue cantinero y mis hermanos también. Entre las cantinas o bares de su propiedad se contaron…”, dice el cronista al enumerar esas y muchísimas más, todas o casi todas las de México-Tenochtitlan. Así, con afable sencillez, como quien descubre que lleva estampado un manual o un ayate y decide desenrollarlo para disfrute de conocedores y orientación de perplejos, nos deslumbra con una enciclopedia de historia puntualmente documentada; de mitologías griegas y latinas, prehispánicas y coloniales, románticas y modernistas, contemporáneas y presentes. El ubérrimo y generoso autor brinda el chisme caliente de la mano de las confidencias íntimas; las conjeturas alucinantes junto a profecías y revelaciones y, en fin, cuanta ineludible referencia a las bellas artes pueda acarrear el no menos valioso arte de beber. Pero además de erudición libresca y autobiográfica, estas crónicas contienen la sabiduría de La leyenda del santo bebedor.
Por eso advierto una vez más que es un espléndido libro de crónicas; del más modesto, magnánimo, voluble y aclimatado género literario, el que podría confundirse con un buen trago o, peor tantito, con esa cantina de la que no se quiere salir, menos todavía si hay barra libre y, como en este caso, ya se pagó todo el consumo y la propina con 250 pesos de los de AMLO, que es el precio del libro. Porque reitero, es un libro, inapreciable libro donde lo más sobrio es el estilo capaz de llevar a cielos por asalto. Y todo sin contar con que el cantinero, máximo pontífice de estos ámbitos, es un alma generosa que ha labrado placeres y duelos hasta sublimarlos en un invencible sentido del humor que arranca por lo menos una risa en cada página… Que conste, el estupor que este elogio cause en la República de las Letras de caciques de derecha e “izquierda” equivaldrá al causado en su tiempo por Erasmo.



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