Cristina de la Concha.
Coedición Culturalcingo-Morvoz.
México, Segunda Impresión, agosto de 2019.
Dice Octavio Paz que a través de la historia y como producto del devenir de la cultura, el hombre ha venido refinando sus instintos, de tal manera que se puede imaginar el impulso sexual como una planta en donde la sexualidad es la raíz, el erotismo es el tallo y el amor es la flor. Finalmente el fruto de la imaginación sexual, el erotismo, es el preámbulo a la unión del cuerpo y el alma que conocemos como amor. Tema de innumerables libros clásicos y modernos, del Cantar de los Cantares a las Cincuenta sombras de Grey, la recreación del deseo es una pulsión que vivifica las palabras y por las palabras también se renova.
Ni el amor ni el sexo necesitan propaganda, sin embargo ambos son el terreno propicio para que el pensamiento se convierta en evocación y deseo. Nada mejor que hablar del cuerpo para sentirnos vivos, para que los golpes de la sangre caigan como campanadas invitando a la comunión de los cuerpos. Desmenuzar el deseo es liberar las alas de la imaginación más encendida. Allí los versos, allí las descripciones se encarnan, se rostrifican para humedecer nuestros sueños.
“Podría rozarlo con sus labios, besarlo, lamerlo, chuparlo desde la punta hasta la raíz. Podría poseerlo y hacerlo llegar hasta sus entrañas femeninas.
Se consume en la obsesión. Sus ojos lo buscan imanados por su presencia. Allí está, gallardo y atractivo. Y ella, correría hacia él por el deleite de su aroma, por extraer esa esencia que la enloquece, sumergirla y saborear su vaivén dentro de ella... Está allí, llamándola con su semblante erguido, orgulloso, y las glándulas se derriten por palpar su piel, cómo resistirlo, cómo soportar esa altivez con que la seduce. […]”
(“Encenderlo”. Eroticum. Cristina de la Concha. Página 24)
De esa posibilidad se habla en los doce cuentos, dos divertimentos y el ensayo que contiene Eroticum, el libro que hoy nos convoca. Con exquisito lenguaje y fina ironía, Cristina de la Concha demuestra que se puede deshojar la flor sin cortarle los pétalos. No acudimos aquí al espectáculo del sexo burdo sino, como ya se mencionó, a la sugerencia, a la seducción, al roce y la caricia de los cuerpos y las cosas. En este universo todo palpita, desde un camisón hasta una tina, los objetos se convierten en motivos del deseo.
“En la penumbra de la sala, se escuchan las notas del Requiem de Mozzart y la luz minúscula de una varita de incienso desprende un hilo de humo que va a perderse en las vetas de la madera. Con la cabeza hacia atrás en el sillón inhala profundamente, embriagándose de aroma, sabor y sonido. Entorna los párpados con la vista en el juego colorido de verdes que se alzan de la jardinera mientras la mano se desliza por su blusa. Uno a uno, cede cada botón. El zíper. Las medias. Quiere su mente en blanco. Espera. […]”
(“Brillo Acuoso”. Eroticum. Cristina de la Concha. Página 35)
Se me ocurre que a estos textos vale la pena leerlos con poca ropa, a media luz, con una botella de vino de por medio y si acaso una melodía de Debussy para disfrutarlos como se disfruta a un amante. Que su lectura sea sin duda una invitación a encender nuestra imaginación más íntima.
Muchas gracias.
*Texto de la presentación de Eroticum. Museo del Pulque, 29 de agosto de 2019.
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