A Elena
Poniatowska, no la trajo la cigüeña de París, sino la Segunda Guerra Mundial.
Descendiente de una ilustre familia en la que hubo un rey, un mariscal de
Napoleón, un ministro del Interior y un arzobispo europeos, Elena acabó como
una periodista comprometida con las causas populares de México.
Niña de convento, de una clase acomodada en la que se
rechazaba a Emiliano Zapata por pelado y salvaje, y a Diego Rivera, el rojo,
por haber pintado desnuda a la tía Pita Amor, Elena se fue abriendo paso, casi
al mismo tiempo, en el periodismo y la literatura.
En 1953 comenzó a publicar en Excélsior. Cuando supo
que había una reportera que usaba el seudónimo de “Bambi”, ella quiso llamarse
“Dumbo”. Para fortuna del periodismo mexicano y de Walt Disney, a quien ningún
dibujo se le ha convertido en emblema de la izquierda, Elena siguió usando su
propio nombre.
En esos primeros años hizo 365 entrevistas a los
personajes más importantes de la cultura mexicana. A los veinte años se puso al
tú por tú con personalidades de la talla de Carlos Chávez, Cri Cri, Salvador
Novo, Alfonso Caso, Renato Leduc, Dolores del Río, Tongolele, y María Félix,
entre otras. Armada de su ingenua sonrisa era capaz de preguntarles las peores
barbaridades. A Diego Rivera, por ejemplo, en tono de Caperucita Roja le
preguntó por qué tenía esos dientes tan grandes, y el increíble Sapo-Rana le
dijo que para comerse a “las güeritas” como ella.
En el 57, la beca que le otorgó el Centro Mexicano de
Escritores, fue punto de partida de una fructífera carrera, en la que se han
alternado novelas y cuentos con ensayo, entrevista y crónica, hasta rebasar las
tres decenas de libros. Con La Noche de Tlatelolco ganó el premio Xavier Villaurrutia de 1970,
que le iba a entregar el presidente Luis Echeverría, razón por la cual Elena lo
rechazó dignamente en carta pública preguntando que “¿quién iba a premiar a los
muertos?”
Más allá de los galardones que ha obtenido en México
y en el extranjero, Elena ha conseguido el reconocimiento que más le interesa:
el de varias generaciones de lectores que de la mano con su escritura han
aprendido a conocer y a valorar a México. Para darse una idea de la dimensión
de sus lectores, baste un dato: La Noche de Tlatelolco (Era, 1970) lleva 60 ediciones y más de 400
mil ejemplares vendidos, y eso sin contar las ediciones pirata que la
homenajean a su manera.
Los mundos de
Elena
Elena Poniatowska
es una mexicana comprometida con las mejores causas del país. Sin embargo, en
su literatura no acepta otro compromiso que el de escribir bien lo que escribe.
En su obra se reflejan las dos partes más dominantes de su personalidad. La
cartesiana y lógica que le viene de Francia; y la mágica y espontánea que le
transmitió nuestro país. Es valiente como Juana de Arco y aguerrida como Borola
Tacuche de Burrón.
De ella se ha dicho casi todo: que adora los pájaros,
los jardines locos, el mole de Oaxaca y la comida francesa, pero no cree en los
hobbies ni colecciona nada. Que a pesar de que tiene miles de libretitas en las
que apunta las cosas, de vez en cuando le viene cierta angustia porque piensa
que no sabe de lo que escribe o desconoce los temas que pretende tratar. Que se
siente más cómoda cuando está sola en su casa escribiendo y sobre todo le gusta
su capacidad de trabajo porque sabe que no se va a fallar. Que una de las cosas
más importantes que ha aprendido en la vida es a no ser incondicional de nadie
y que la palabra que más repite es “frágil”.
En sus páginas han encontrado cuerpo y voz personajes
entrañables que han sido modelados con la materia prima de la realidad. Su
preocupación por lo popular y por las palabras que lo expresan, revela una
pasión que rebasa el mero retrato sociológico o pintoresquista. De su relación
con los más humildes, la propia autora ha dicho: “Esa
gente me daba un mundo, unas sorpresas que no me daba mi clase social. Nadie me
había dicho nada tan importante como lo que me dijo Jesusa Palancares” la protagonista de Hasta
no Verte Jesús Mío (Era, 1969).
Otra característica que resalta en su obra es la
visión optimista y esperanzada con que aborda los asuntos más oscuros. No se
rasga las vestiduras ni ahonda las heridas sociales, simplemente observa y
apunta las virtudes de los más débiles y señala los abusos de los más fuertes.
Se puede afirmar de su prosa, lo que dijo Neruda de los poetas populares: “con ojos conocedores de la vida/ sostuvieron en su canto una rosa/ y la
mostraron en los callejones/ para que se supiera/ que la vida/ No será siempre
triste”.
Por lo general los escritores que más admiramos, a
veces nos defraudan como personas. En cambio con Elena sucede lo contrario, la
figura pública va en congruencia con la persona íntima. Así lo han confirmado
la gran cantidad de amigos y admiradores que tiene. Es la única persona que fue
a la vez, amiga de Octavio Paz y del Santo, el enmascarado de Plata. Es posible
que solamente en ella se encuentren mundos tan radicalmente opuestos.
Un premio
polémico
Con la obtención
del premio Cervantes 2013, la propia Elena ha levantado la polémica entre
aquellos exquisitos que no la consideran merecedora de ese “Nobel en español”,
y su enorme público lector que ha dado la bienvenida a tan justo
reconocimiento como uno más de los premios internacionales que revaloran la
literatura mexicana.
Cabe mencionar que este año que termina, la
literatura nacional se ha cubierto de gloria. Han recibido premios internacionales
autores mexicanos de distintas generaciones y por obras de los más diversos
géneros. Álvaro Enrigue (1969), fue distinguido con el Premio Herralde de
España por la novela Muerte Súbita; Guadalupe Nettel (1973) obtuvo el Premio de Narrativa
Breve Ribera del Duero de España, con su libro Historias
naturales; Cristina Rivera Garza
(1964) ganó el Premio Roger Caillois 2013 de literatura latinoamericana, en
Francia; Francisco Gerardo Haghenbeck (1965) fue reconocido con en España con el
Premio Nocte 2013, por su novela El diablo me obligó (Suma de Letras, 2011); Ricardo Ravelo
(1966) ganó el premio Rodolfo Walsh, para literatura de No ficción, con su
libro Narcomex, historia e historias de una guerra, en la Semana Negra de Gijón, también en
España; Jorge Zepeda Patterson (1952) fue reconocido por la mejor novela del
año, Los corruptores, en la compañía digital
iTunes; Juan Carlos Quezadas
(1970) obtuvo el Premio Norma de Literatura Infantil por su novela Shin, en Colombia; y Alejandro
Almazán (1971) recibió el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo en la
categoría de Crónica y Reportaje por su trabajo “Carta desde la Laguna”
publicado en la revista latinoamericana Gatopardo. Para coronar esta lista de escritores
mexicanos premiados, Fernando del Paso recibió el Premio Internacional Alfonso
Reyes por su “vasta obra”.
Finalmente, el Premio Cervantes que se entregará el
23 de abril del 2014, reconoce en Elena Poniatowska un estilo de escritura
cuyas temáticas parten de la realidad más filosa, y para su tratamiento toman
todos los recursos de la ficción más compleja. En la misma línea que se originó en el siglo XVI con las crónicas de indias y tuvo sus mayores exponentes comerciales en las
fantasías del realismo mágico, la Poni continúa escribiendo las verdades
dolorosas y transmitiendo las voces profundas de un país que no acaba de
encontrarse consigo mismo.
¡Salud por eso!
Un gran escritor hace homenaje a una gran escritora mediante un texto deslumbrante y esclarecedor. Gracias, querido Borja, es un excelente y merecido homenaje a la Poni.
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