Mientras
más me lo dicen, más me… acuerdo
Cuando dos o más amigos se reúnen a beber, si de veras son
amigos y están bebiendo en serio, el mundo cambia, para bien o para mal.
Puede
ocurrir como ocurrió con unos griegos que se reunieron para celebrar a uno de
ellos, Agatón, con un banquete y que después de la
comida y al calor de las copas se pusieron a echar rollo. ¿Y de qué pueden
hablar los hombres solos?... Pues estos señores, como no eran muy afectos a la
compañía femenina ni al futbol, prefirieron hablar del amor; tal vez porque sufrían
de una terrible resaca o porque tenían otras intenciones más allá de la
ingestión etílica. Sin embargo no hablaron de los chismes del pueblo ni de sus
conquistas, sino de los dioses del amor, en especial de Eros, y las ideas que
cada una de las deidades representaba.
Inspirados
por el vino hablaron bien y bonito del sacrificio por amor, del amor del alma,
de la búsqueda de la otra mitad que a los hombres les fue arrebatada por los
dioses, en fin, se expusieron todas las bondades que se desprenden de este
sentimiento. Y cuando ya a varios combebientes les empezaba el hipo, tomó la
palabra un viejillo cincuentón que a ratos parecía como distraído, pero que en
el fondo practicaba el ensimismamiento para pensar mejor. A pesar de que
le gustaba empinar el codo jamás se
embriagaba. Este señor, Sócrates por más nombre, dijo entre otras barbaridades
que Eros en realidad era un demonio y que el objetivo del amor era la inmortalidad, que quien quisiera aspirar a ella desde
joven, debía amar a los cuerpos bellos, pero no a uno sino a todos los cuerpos
bellos, y que además debía considerar la belleza del alma mucho más importante
que la belleza física.
Casi
cinco siglos después, se reunieron 12 amigos judíos y su maestro para una cena.
Al parecer, ya con la confianza de los tragos, al maestro se le salió decir que
uno de los discípulos que lo acompañaba aquella noche lo iba a traicionar. El
ambiente se puso medio pesado y, uno por uno, ya en pleno saque de onda se le
fueron acercando a su mentor para preguntarle en corto “¿Soy yo maestro, soy
yo?” Él solamente dijo que quien se metiera con su comida era el renegado. Como
Judas, uno de los convidados, no lo oyó o se hizo el desentendido, metió a
remojar en salsa un pedazo de pan en el plato del señor, pero nadie se dio
cuenta. Así que mientras todos, ya a medios chiles, discutían quién iba a ser
el traidor y la cosa se estaba poniendo sumamente fea, el maestro decidió
repartir el pan y hacer un brindis para calmar los ánimos. Alzando su copa dijo
bien fuerte: “¡Tomad y bebed porque ésta es mi sangre del nuevo pacto”. Y como
a Judas se le derramó la copa porque ya estaba muy astral, don Chucho les
advirtió que si la bebían no la derramaran. También les dijo que no iba a libar
más del fruto de la vid hasta el día en que brindara en el reino de Dios, y
todos ya contentos, contestaron “¡Salud, Maestro!”
De
esta otra reunión de amigos nació un culto que lleva más de dos mil años y que
conmemora cada semana aquella cena. También de ahí la costumbre entre miles de
seguidores que afirman que “cuando más de dos hombres beben, baja el reino de
Dios a la Tierra y su Maestro los acompaña.”
Ya
más cerca de nosotros, por ahí del año 2010, se reunieron a beber cinco jóvenes
amigos: Ricardo, Eduardo, Luis, Paco y Miguel. Como no quiero entrar en escenas
escabrosas que asocien a cualesquiera de ellos con Alcibíades o Judas, me voy a
limitar a referirles que a alguien, no sé a quién, se le ocurrió la brillante
idea de publicar una revista literaria que se centrara exclusivamente en el
tema etílico y sus derivados. Y así, comenzando por buscar apoyos económicos y
colaboraciones editoriales, acabaron concitando la piedad de otros escritores
más viejos que también bebían. Esta feliz unión que se ha refrendado con
frecuencia en cantinas de paso y pulquerías de brinquito, tiene ya su registro
en las páginas de los muy respetables 13 números de la revista Los bastardos de la uva, y quizá
durará hasta que la cirrosis hepática los separe. Si lo más difícil de toda publicación
independiente es mantenerse, Los
bastardos… han demostrado con su
necedad que, como dice José Emilio Pacheco, la literatura “es como un vicio”.
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