En la película ¿Qué te ha dado esa mujer? (Ismael Rodríguez, 1951), el agente de tránsito Pedro Chávez, interpretado por Pedro Infante, entra a una nevería y pide un “Pedro Chávez Espeshial”. Un singular postre, preparado especialmente para él, que lleva cinco bolas de nieve, va cubierto de mermelada de fresa, chocolate derretido, pedacitos de nuez y chochitos. Mientras Pedro Chávez devora el helado que lleva su nombre y apelativo, se le acerca un viejo vendedor de lotería que cuando le preguntan “¿qué quiere?”, responde con una sonrisa: “sólo ver cómo traga éste: ¡ándele, coma, coma…!”
Lo anterior me lleva a reflexionar acerca de las comidas, bebidas y postres que sirven de homenaje a una persona, que trascienden con su nombre o su sazón la delgada línea de la existencia humana. Se convierten en la presencia viva de quien las creó para gloria del paladar de los comensales y bebedores que las disfrutan. Por ejemplo, Pedro Infante no solamente nos deja sus películas, sus discos, varios hijos y estatuas en distintas partes de la República, sino también un tequila que lleva su nombre y tal vez algo del espíritu del emblemático borracho que tan bien interpretaba.
En Broadway Danny Ross (Woody Allen, 1984) se cuenta la historia de un representante de artistas fracasados, interpretado por el propio Allen, que alcanza la gloria de perpetuar su nombre en el sandwich de un café neoyorquino. En la realidad, el café Carnegie, donde se filmó la cinta, creó un sandwich gigante, de 20 centímetros de alto acompañado de pastrami y corned beef, al que bautizó como Woody Allen. Como vemos, la realidad también imita al arte.
En México tenemos el caso de la imperial Ensalada César, que no es ninguna herencia latina, sino que fue concebida en Tijuana en 1926, por el chef milanés Caesar Cardini, con los restos de la comida que encontró en su cocina, y que hoy sigue haciendo las delicias hasta de los veganos más radicales.
Entre las bebidas vale la pena recordar el Martini seco, uno de los cocteles más cosmopolitas y más apreciado por artistas e intelectuales. Una de las leyendas de su origen afirma que nació en 1900 detrás de la barra del Knicker-bocker Club en Nueva York, de las manos de un cantinero apellidado Martini. Y se cuenta que en 1933, Franklin Delano Roosevelt, presidente de Estados Unidos, brindó en la Casa Blanca con esta bebida para hacer oficial la derogación de la Ley Seca que únicamente había servido para fortalecer al hampa e incentivar la tentación por lo prohibido. Con el tiempo, el Martini se ha convertido en un clásico que combina la gravedad de la ginebra o el vodka con la dulzura del vermut seco y la frescura del hielo, todo coronado por una sobria aceituna. Juan García Ponce decía que por la frescura de su olor este coctel debería ser un perfume que se vendiera con el mismo nombre.
El genial director de cine Luis Buñuel, quien declaró en sus memorias que "El bar es para mí un lugar de meditación y recogimiento, sin el cual la vida es inconcebible", creó su propio coctel: el Buñueloni, una versión surrealista del famoso Negroni, que mezcla la ginebra, el Carpano y el Cinzano con mucho hielo, una rodaja de naranja y una cereza roja. En San José Purúa, el balneario de Michoacán donde el maestro Buñuel se refugiaba para escribir sus guiones, los cantineros del bar siguen ofreciendo esta bebida para solaz y esparcimiento de los vacacionistas.
Otra historia guarda el famoso Margarita, un coctel que se inventó para emborrachar señoritas y que acabó popularizando el sabor del tequila entre las damas y que ahora, con un sabor más suave, se bebe derecho sin ningún despecho. Se cuenta que nació en Ensenada como regalo de un barman enamorado por una señorita de nombre Margarita Orozco. Sin embargo, otra leyenda dice que en realidad fue creado en los años treinta en Tijuana por otro barman que cayó rendido ante la belleza de una joven bailarina llamada Margarita Carmen Cansino, que hacía de pareja de su celoso padre Eduardo Cansino, en los números de baile español que presentaban en distintos cabarets de esta ciudad del pecado. Con el tiempo, el Margarita y la bailarina, con el nombre artístico de Rita Hayworth, adquirirían fama mundial.
También existen otros cocteles que no conmemoran el nombre de una persona sino de un lugar. Es el caso del famoso submarino que surgió en 1928 en la cantina del mismo nombre, en la esquina de Donceles y Tacuba de la Ciudad de México, de las manos de un ingenioso cantinero llamado Reynaldo, cuyo apellido se ha extraviado entre los anales de las cantinas, a quien en 1928 se le ocurrió sumergir un caballito de tequila boca abajo dentro de un tarro de cerveza.
Sin duda nuestro paladar les quedará por siempre agradecido.
¡Loor y gloria eterna a estos geniales creadores!
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