jueves, 22 de diciembre de 2016

Doy mi des/nombre a México (Prólogo)*

México, país de alto contraste. En sus visitantes, los que se atreven a internarse en lo profundo, deja impresiones indelebles. “México es paradisiaco e indudablemente infernal”, así sintetiza el inglés Malcolm Lowry su experiencia de año y ocho meses en estas tierras. De ese shock etílico-emotivo nace una novela que capta claramente el espíritu luminoso y siniestro de este país: Bajo el volcán.
   
  Ya otros viajeros se han encargado de expresar el impacto que México produce en el alma y en el cuerpo. Simón Bolívar en su breve estadía de 1799, deja la leyenda de un romance con la Güera Rodríguez -la criolla más hermosa y casquivana de la Ciudad de México- y su nombre para una avenida poblada de cantinas e instrumentos musicales. En su Carta de Jamaica, escrita tres décadas después, Bolívar aún recuerda la historia y el idioma que escucha en las calles de esa “ciudad opulenta” donde vive su aventura adolescente.
El erudito prusiano Alexander Von Humboldt llega a estudiarlo en 1802. Escala volcanes encendidos, navega ríos agrestes, traza mapas minuciosos, descubre insectos con destellos de piedra preciosa, y plantas venenosas y desconocidas. En su Ensayo político del reino de la Nueva España, comenta con aguda visión: “México es el país de la desigualdad. En ninguna parte existe una desigualdad más espantosa en la distribución de la fortuna, de la civilización.”
La maestra chilena Lucila Godoy Alcayaga, mejor conocida como Gabriela Mistral, viene en 1922 para participar en las misiones educativas que recorren el territorio apenas terminada la Revolución. Convive con campesinos y con intelectuales. A caballo o a pie se interna en los caminos rurales para llevar su entusiasmo y su conocimiento a las escuelas donde niños morenos y de ojos colmados de esperanza le transmiten el secreto que se guarda en los templos de piedra. Una experiencia vital y transformadora que la hace exclamar por siempre: "Mi México. El único que está en mi corazón".
Viajeros de todos los confines y de todas las edades son seducidos y, en ocasiones, se pierden en las intrincadas selvas y serranías o en las infames alcantarillas de este país imán y abismo; a veces se hermanan con esta gente que sabe entregarse lo mismo en el colorido de las fiestas de muertos que en el silencio de la eterna espera cuaresmal.
Lo pudo constatar una poeta argentina que estuvo entre nosotros unos meses. Y caminó entre las piedras y se perdió entre la gente. Y se hermanó con el picante y bebió del espíritu del agave. Escuchó en el viento el secreto de la piedra y pudo descifrarlo en las palabras que lo nombran: Teotihuacán y Ayotzinapa, el Templo Mayor y Guadalupe, la vida o la muerte en un volado.
Ahora, Griselda Gómez nos devuelve su experiencia en este poemario en el que nosotros podemos sentir la inmensidad y la tragedia que nos empaña la mirada y se nos atora en el cogote. Quisiéramos bautizar con su nombre una calle o quizá develarle una placa en una plaza principal. Pero entendemos que los verdaderos poetas, como ella, no aceptan este tipo de pagos.
Griselda Gómez sabe que en México la esperan muchos brazos, su tequila y su canción.


AYOTZINAPA. Son nuestros


Eran nuestros ahí golpeando las molestias
De viaje y uniforme
Con ojos brillantes y cabellos oscuros
De pura identidad de puta identidad
En bus en bomba en sonido profundo
Del México que calla

Eran porvenir y no serán futuro
Se los violó la parca del poder
¿Y cómo van a devolverlos?
Tamaña deflagración o brujería

Vengan por nosotros ahora
Estamos en el Zócalo
En el México enterrado
En Ayotzinapa
En mundo entero

Somos cuarenta y tres almas vagabundas
Soportamos carteles y dudas
Gobiernos colapsados

Ahí donde nos buscan
En buses quemados
Y fosas repletas
Somos el adentro
Soporte del pueblo
Nuestra letal ausencia

Somos deportados
Desaparecidos fusilados
Somos la nube de sus sombras

Iluminados nuestros padres repiten
En cordón umbilical en plazas
En escuelas
Es nuestra la resistencia
Es de ustedes la barbarie.

LO QUE FUI EN TEOTIHUACAN (Teōtihuácān)


Tras permiso entré repté
Con emplumada soledad
Sedienta al pie de piedras grises
Puro gemido y desconcierto
Fui dios aullando
En garganta del jaguar
Di vueltas rojas y celestes
En espeso vientre de la luna
Parida sin hora señalada
Surgida con sortija de jaspe y turquesa
Incliné mi desnudez estucada
En la pared
Antigua red de mi

(Más acá
Era el tiempo de los visitantes
Miles de sombreros blancos
Banderitas en manos de los guías
Catrinas rebeldes con vestidos verdes
Atlantes calaveras)


Dejé rodar el hambre
Pedí por todo lo que no había sido
Puse al costado
Penas y palabras
No pude trepar Casa del Sol
Me había convertido
En emplumada serpiente
En caracola de obsidiana
Rodeada por el fuego.

*Prólogo del poemario Doy mi des/nombre a México, de Griselda Gómez.

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