México,
país de alto contraste. En sus visitantes, los que se atreven a
internarse en lo profundo, deja impresiones indelebles. “México es
paradisiaco e indudablemente infernal”, así sintetiza el inglés
Malcolm Lowry su experiencia de año y ocho meses en estas tierras.
De ese shock etílico-emotivo nace una novela que capta claramente el
espíritu luminoso y siniestro de este país: Bajo
el volcán.
Ya otros viajeros se han encargado de expresar el impacto que México produce en el alma y en el cuerpo. Simón Bolívar en su breve estadía de 1799, deja la leyenda de un romance con la Güera Rodríguez -la criolla más hermosa y casquivana de la Ciudad de México- y su nombre para una avenida poblada de cantinas e instrumentos musicales. En su Carta de Jamaica, escrita tres décadas después, Bolívar aún recuerda la historia y el idioma que escucha en las calles de esa “ciudad opulenta” donde vive su aventura adolescente.
El erudito prusiano Alexander Von
Humboldt llega a estudiarlo en 1802. Escala volcanes encendidos,
navega ríos agrestes, traza mapas minuciosos, descubre insectos con
destellos de piedra preciosa, y plantas venenosas y desconocidas. En
su Ensayo político del
reino de la Nueva España, comenta
con aguda visión:
“México es el país
de la desigualdad. En ninguna parte existe una desigualdad más
espantosa en la distribución de la fortuna, de la civilización.”
La maestra chilena Lucila Godoy
Alcayaga, mejor conocida como Gabriela Mistral, viene en 1922 para
participar en las misiones educativas que recorren el territorio
apenas terminada la Revolución. Convive con campesinos y con
intelectuales. A caballo o a pie se interna en los caminos rurales
para llevar su entusiasmo y su conocimiento a las escuelas donde
niños morenos y de ojos colmados de esperanza le transmiten el
secreto que se guarda en los templos de piedra. Una experiencia vital
y transformadora que la hace exclamar por siempre: "Mi México.
El único que está en mi corazón".
Viajeros de todos los confines y de
todas las edades son seducidos y, en ocasiones, se pierden en las
intrincadas selvas y serranías o en las infames alcantarillas de
este país imán y abismo; a veces se hermanan con esta gente que
sabe entregarse lo mismo en el colorido de las fiestas de muertos que
en el silencio de la eterna espera cuaresmal.
Lo pudo constatar una poeta
argentina que estuvo entre nosotros unos meses. Y caminó entre las
piedras y se perdió entre la gente. Y se hermanó con el picante y
bebió del espíritu del agave. Escuchó en el viento el secreto de
la piedra y pudo descifrarlo en las palabras que lo nombran:
Teotihuacán y Ayotzinapa, el Templo Mayor y Guadalupe, la vida o la
muerte en un volado.
Ahora, Griselda Gómez nos devuelve
su experiencia en este poemario en el que nosotros podemos sentir la
inmensidad y la tragedia que nos empaña la mirada y se nos atora en
el cogote. Quisiéramos bautizar con su nombre una calle o quizá
develarle una placa en una plaza principal. Pero entendemos que los
verdaderos poetas, como ella, no aceptan este tipo de pagos.
Griselda Gómez sabe que en México
la esperan muchos brazos, su tequila y su canción.
AYOTZINAPA. Son nuestros
Eran
nuestros ahí golpeando las molestias
De
viaje y uniforme
Con
ojos brillantes y cabellos oscuros
De
pura identidad de puta identidad
En
bus en bomba en sonido profundo
Del
México que calla
Eran
porvenir y no serán futuro
Se
los violó la parca del poder
¿Y
cómo van a devolverlos?
Tamaña
deflagración o brujería
Vengan
por nosotros ahora
Estamos
en el Zócalo
En
el México enterrado
En
Ayotzinapa
En
mundo entero
Somos
cuarenta y tres almas vagabundas
Soportamos
carteles y dudas
Gobiernos
colapsados
Ahí
donde nos buscan
En
buses quemados
Y
fosas repletas
Somos
el adentro
Soporte
del pueblo
Nuestra
letal ausencia
Somos
deportados
Desaparecidos
fusilados
Somos
la nube de sus sombras
Iluminados
nuestros padres repiten
En
cordón umbilical en plazas
En
escuelas
Es
nuestra la resistencia
Es
de ustedes la barbarie.
LO
QUE FUI EN TEOTIHUACAN (Teōtihuácān)
Tras
permiso entré repté
Con
emplumada soledad
Sedienta
al pie de piedras grises
Puro
gemido y desconcierto
Fui
dios aullando
En
garganta del jaguar
Di
vueltas rojas y celestes
En
espeso vientre de la luna
Parida
sin hora señalada
Surgida
con sortija de jaspe y turquesa
Incliné
mi desnudez estucada
En
la pared
Antigua
red de mi
(Más
acá
Era
el tiempo de los visitantes
Miles
de sombreros blancos
Banderitas
en manos de los guías
Catrinas
rebeldes con vestidos verdes
Atlantes
calaveras)
Dejé
rodar el hambre
Pedí
por todo lo que no había sido
Puse
al costado
Penas
y palabras
No
pude trepar Casa del Sol
Me
había convertido
En
emplumada serpiente
En
caracola de obsidiana
Rodeada
por el fuego.
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