sábado, 24 de diciembre de 2016

Veneno mata veneno*

Dark Dealer.
Gran Dao.
Star Pro.
México, 2016.

Hace mucho años tuve una discusión con una escritora de cuyo nombre no quiero acordarme. Yo la había invitado a un programa de televisión en el que se hacía promoción de la lectura. “Se trata -le expliqué-, de mostrar que los libros no muerden”. Ella me contradijo: “los libros sí muerden; dejan la marca de sus colmillos en el alma”. Con el tiempo he podido constatar que la escritora tenía toda la razón. Por lo menos en cuanto se refiere a los buenos libros y en especial a la poesía.


Y es que la poesía, y su expresión más depurada, el poema, puede ser por sus facultades proteicas, desde una especie de fiera metafísica como afirmara aquella mujer, o un báculo, como alguna vez me confió Juan José Arreola. De acuerdo con el viejo maestro, un poema servía para apoyarse cuando uno andaba cojo del alma, para guiarse cuando uno caminaba como ciego entre las sombras de la vida o para defenderse en caso de que los perros de la desdicha se nos fueran encima.

Para mí, los poemas son como llaves que abren las puertas de mundos internos, como cajas de sorpresa que descubren experiencias que en ocasiones ni siquiera hemos vivido, o que acaso hemos experimentado pero sin entenderlas. Recuerdo, verbigracia, una mañana de jueves en que encontré una carta de despedida debajo de una botella -quien me la dedicó conocía bien mis prioridades-. Y que después de leerla entendí a cabalidad aquel soneto de Vallejo (“los húmeros me he puesto/ a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto/, con todo mi camino, a verme solo.”).


Como dice Pascal Quignard, nuestra especie “parece estar atada a la necesidad de una regurgitación lingüistica de su experiencia”. Esto significa que no nos es suficiente con vivir sino que es necesario contar lo vivido. Y cuando se trata de situaciones de crisis, depresión o de auténtica tragedia, esta regurgitación (que resulta emética) adquiere inclusive virtudes terapéuticas.

Sin embargo, ocurre que luego de contarlo muchas veces y hasta con lujo de detalles, nos damos cuenta que nuestro relato constituye una pálida sombra de lo vivido, y que no refleja ni mínimamente el brutal impacto a nuestras emociones o el estremecimiento que en nuestro espíritu dejó aquella experiencia.

Por eso acudimos al poema, a esa experiencia quintaesenciada, a ese artilugio del sentimiento que lo mismo sirve para vaciar el veneno acumulado por los días -cuando lo escribimos- que como un ensalmo o conjuro que milagrosamente actúa como cauterio a nuestros tormentos -cuando lo leemos-.

Jorge Larrosa nos aclara este misterio, dice que las palabras contienen una significación capaz de encantar “el ánimo del enfermo de una manera análoga a como las drogas actúan sobre su cuerpo”. De tal modo que las palabras, si bien sirven para hacer la catarsis, también funcionan como la cura que actúa con el mismo principio de la enfermedad, tal como dicta aquella máxima latina Similia similibus curantor, o como decimos en buen español mexicano “veneno mata veneno”.

El dealer de la poesía
Tal vez con la intención de vaciarse de la experiencia de la droga o tal vez con las ganas de compartirla, fue como el Gran Dao escribió Dark Dealer. No lo sé. Pienso que el resultado finalmente se asemeja al de un adicto que ocupa la tribuna de un grupo de recuperación. Al del sobreviviente que cuenta un viaje mítico, a través del paraíso y el infierno, del cual solamente se sale ya herido de muerte.

“¿No soñabas atascarte de pastillas y bailar hasta destrozarte los pies en Ibiza?
¿No querías viajar a Marruecos para probar su hachís?
¿Era cierto lo de ir a Barcelona y quemarte un porro
de la marihuana más costosa de la galaxia?
¿Son rumores eso de colocarte de LSD en algún bosque lejano a la ciudad?
¿Es una falacia aquello de tragar hongos en la Sierra Madre?
¿Mentías cada vez que hablabas acerca del peyote en el desierto de Sonora?
¿Fue un invento lo de fumar Salvia Divinorum en las playas de Oaxaca?
¿O derretir el opio proveniente de Afganistán?
¿No te imaginabas bebiendo Banisteria caapi en el Amazonas?
¿No ansiabas la Dimetiltriptamina, la partícula de Dios revelando el universo en tu espíritu putrefacto?”

Dark dealer & yellow yonkie.

Sin embargo, este poemario, no solamente sirve de catarsis a su autor, sino que en sus claroscuros también se perfilan las improntas que la adiccción deja en las palabras, la zozobra, el miedo, pero también el placer por el vértigo y la caída libre.

“El arma un artefacto que controla vida y muerte cuando se empuña,
mi lengua un filo que destaza si arranco los cerrojos,
regurgito el corazón en la basura
de cualquier forma, la misericordia se esfuma en los callejones
y sólo queda una gélida oquedad en el alma
con apetito de vileza, depravación y avaricia.”

Cousin of death.

Con el mismo ímpetu valemadrista del que apuesta por la droga, Gran Dao intenta diversos recursos formales -neologismos, paranomasias y oximorones- para penetrar en el corazón de la experiencia. En ocasiones con el verso más punzante y en otras incluso con el poema en prosa. Así, armado hasta las últimas letras, execra de la holgazanería de los versificadores y de los florilegios de los intelectualistas. La suya es una poesía de imprecaciones que sin ambages confraterniza con la “peores causas”, que más allá de su universal desprestigio, son las más humanas.

“Alcohol, leal condicípulo,
declaro ante los jueces
que te arrancan la etiqueta
que no actúo como desquiciado
cuando me posee tu encantador efecto,
en cambio,
desato una tormenta de carcajadas,
danzo al ritmo de cualquier instrumento,
brindo con mis hermanos
y con los que no lo son.
Bendito alcohol
no te abandono,
pero sé que entierras tus clavos
en la sólida corteza del cuerpo
hasta provocar incisión en el péndulo cardiaco,
eres el martillazo en las neuronas
por eso evado tu presencia
si mi sonrisa es presagio de muerte”.

Epístola del ausente.

El Gran Dao se confirma en este poemario como un dealer de la poesía. Pero es necesario hacer la advertencia de que su lectura puede provocar una sobredosis de vida o el mordizco mortal de una fiera metafísica. Por lo tanto no se recomienda a los taimados, a los infatuados ni a los enfermos de importancia personal porque su consumo, sin duda, puede provocarles, por lo menos, una mentada del espejo.
*Prólogo del poemario Dark Dealer, del Gran Dao.

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