miércoles, 30 de diciembre de 2015

Desde las puertas de La Sorpresa IX y última

Una calle peatonal
Por Madero corren ríos de gente. Los empleados de saco y corbata a quienes se les hace tarde para el trabajo, los transeúntes despreocupados que van de compras o de ligue, los que se toman fotos con las estatuas vivientes o con las botargas, los que se van de pinta en las mañanas, los darkis que venden rosas negras, los apocalípticos que recitan pasajes de La Biblia con megáfono, los concheros que van sonando sus ajorcas de cascabel, los que se ponen la verde de la selección y los que prefieren la legalización de “la verde” de la nación, los que se sienten orgullosos de ser mexicanos y hasta los que se espantan con la sola mención de la patria.
En Madero las multitudes ya desbordaron la acera hasta convertirla en calle peatonal y presionar al gobierno a gastarse más de 30 millones de pesos en repavimentar de blanco casi un kilómetro, en instalar iluminación especial, en remozar fachadas y colocar macetones con arbolitos, botes de basura, bancas, postes y todo lo necesario para que luciera limpio y decente, por lo menos el lunes 18 de octubre de 2010 en que la reinauguró Marcelo Ebrard, entonces Jefe de Gobierno de la capital.



Sin embargo, apenas pasó ese día, Madero siguió siendo la misma calle popular y pendenciera en que las mufas estallan sin avisar, en que los asaltos a joyerías terminan en balacera, en que una pareja de policías extorsionan a un ciclista o en que el medio millón de visitantes finsemaneros tapizan el pavimento poroso y ya grisáceo con más de 20 chicles por metro cuadrado.
Madero es la calle en la que puede suceder cualquier cosa y si uno solamente se detiene a verla fluir puede constatar prodigios o tragedias, personajes fugitivos de algún sueño.

La niña que perdió las llaves de su casa y tiene que pasar la noche oyendo los delirios de una loca.
Los compadres, de espeso bigote y contagiados por el genio del tequila, que se pierden el respeto para darse un beso en el quicio de una puerta.
El noctámbulo que sale del calor del antro al frío de la madrugada y mientras camina va pensando en escribir esta crónica.

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