Una
calle peatonal
Por
Madero corren ríos de gente. Los empleados de saco y corbata a
quienes se les hace tarde para el trabajo, los transeúntes
despreocupados que van de compras o de ligue, los que se toman fotos
con las estatuas vivientes o con las botargas, los que se van de
pinta en las mañanas, los darkis
que venden rosas negras, los apocalípticos que recitan pasajes de
La
Biblia
con megáfono, los concheros que van sonando sus ajorcas de cascabel,
los que se ponen la verde de la selección y los que prefieren la
legalización de “la verde” de la nación, los que se sienten
orgullosos de ser mexicanos y hasta los que se espantan con la sola
mención de la patria.
En
Madero las multitudes ya desbordaron la acera hasta convertirla en
calle peatonal y presionar al gobierno a gastarse más de 30 millones
de pesos en repavimentar de blanco casi un kilómetro, en instalar
iluminación especial, en remozar fachadas y colocar macetones con
arbolitos, botes de basura, bancas, postes y todo lo necesario para
que luciera limpio y decente, por lo menos el lunes 18 de octubre de
2010 en que la reinauguró Marcelo Ebrard, entonces Jefe de Gobierno
de la capital.
Sin
embargo, apenas pasó ese día, Madero siguió siendo la misma calle
popular y pendenciera en que las mufas estallan sin avisar, en que
los asaltos a joyerías terminan en balacera, en que una pareja de
policías extorsionan a un ciclista o en que el medio millón de
visitantes finsemaneros tapizan el pavimento poroso y ya grisáceo
con más de 20 chicles por metro cuadrado.
Madero
es la calle en la que puede suceder cualquier cosa y si uno solamente
se detiene a verla fluir puede constatar prodigios o tragedias,
personajes fugitivos de algún sueño.
La
niña que perdió las llaves de su casa y tiene que pasar la noche
oyendo los delirios de una loca.
Los
compadres, de espeso bigote y contagiados por el genio del tequila,
que se pierden el respeto para darse un beso en el quicio de una
puerta.
El
noctámbulo que sale del calor del antro al frío de la madrugada y
mientras camina va pensando en escribir esta crónica.
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