El amante salió de viaje cuando a su amor lo volvió monótono la rutina. Al abordar el tren lo asaltó un leve desasosiego. Una oscura nostalgia le fue inflando el pecho de suspiros. Un día después de su partida le envió una carta a su nada: “Te extraño mucho”, le decía. Al día siguiente le mandó otra. “Te juro que estoy arrepentido de haberme alejado de ti”. Al otro día volvió a escribir: “Te prometo amarte eternamente…”
Con la distancia su amor renació. A cada nuevo día correspondía una nueva carta más apasionada que la anterior. La última carta fue tan ardiente que hubiera conmovido a una piedra. “Se me hacen siglos las horas que faltan para regresar a tu lado”, decía la posdata.
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