domingo, 1 de diciembre de 2019

La necesidad de la escritura

Cráneo de jabalí.
Sergio García Díaz.
Editorial Cisne Negro.
México, 2019.

Conocí a Sergio García Díaz en 2007, justo cuando hicimos la antología Que el tiempo lo decida, en la que Alberto Vargas, Javier Serrato y un servidor, reunimos textos para conformar un muestrario de narrativa que Alfredo Giles se negó a prologarnos porque dudaba de la calidad de los mismos. Finalmente Eusebio Ruvalcaba se discutió con las líneas introductorias que, entre otras cosas advertían: “es importante para el escritor ver sus líneas publicadas, porque a partir de ahí los errores saltan como palomitas de maíz puestas en una sartén al esplendor del fuego”.


Así que al esplendor de esa antología, varios escritores primerizos como Gabriel Rodríguez Liceaga y Daniela Flores; y otros tardíos como Pterocles Arenarius, Ana Luisa Calvillo y yo, pudimos encontrar los errores pero no los aciertos. Recuerdo que Sergio García participó con cuatro minificciones entretenidas y certeras que mezclaban el desarrollo anecdótico con un final sugerente propio del buen ojo literario. Entonces pensé que Sergio era un buen narrador que estaba probando sus armas en el campo del cuento, que requiere de un ejercicio de la concisión y de la imagen, colindantes con los territorios de la poesía; pero era exactamente a la inversa, un poeta que probaba sus armas en el terreno del cuento corto. Ya para esas fechas, Sergio había publicado cinco libros de poesía: Dos entradas por un boleto (Cuadernos del Borde/Jano, 2003), Pétalos de mar (Praxis, 2003), Sueños de un chamán (Ediciones Coyoacán, 2004), Animales impuros (Fontamara, 2006) y Alicia en mi espejo (Praxis, 2006), y un libro de narrativa: Pasión por las moscas (Fontamara 2006); de manera que ya había tenido tiempo de reparar en sus errores y corregirlos.
 

Aunque se ha comentado que Sergio es un escritor que se inició publicando después de los cuarenta años, ha acometido esta labor con un ímpetu singular, sobre todo si se considera que detrás de cada libro hay una producción literaria que pasa por el tamiz de una selección que en su rigor demuestra la calidad del autor, y máxime cuando se trata de poesía que resulta el género más decantado de la literatura. Esta producción y esta selección se observan en la antología que hoy nos convoca, Cráneo de jabalí. En ella, a la condición de activista, líder estudiantil, historiador, catedrático, promotor cultural, diletante de las artes plásticas y erotómano, suma Sergio García la de poeta proteico, es decir de un autor que cuenta con diversos registros, alguien que por su panoplia de recursos y diversidad de estilos bien podría utilizar distintos heterónimos sin que se pudiera deducir de los textos de cada uno de ellos un mismo origen.

Uno de los valores de Cráneo de jabalí, es que a través de sus versos podemos asistir a la evolución de una poética y un estilo, que comenzando por el verso tradicional y los exquisitos alejandrinos, se permite pasar por el hai kai, el aforismo, el poema en prosa y las provocaciones de la vanguardia para ir trazando el perfil de un poeta que deja traslucir la experiencia vital y las afinidades e influencias literarias, que van a conformar un oficio ganado a golpes de tinta sobre el papel.

De sus inicios, tal vez en los talleres de Arturo Arredondo o de Marco Fonz, Sergio García demuestra la lección bien aprendida en la fuerza y economía del poema con versos que celebran la impresión emotiva producida en la militancia o incluso ante la geometría:

X
Es hora de fugarse al encuentro de música.
Mi boca, una saeta; tu boca una bandera,
con la música de Mozart y discursos de Marx.

“Atabales de cobre.” Dos entradas por un boleto (Cuadernos del Borde/Jano, 2003).

Rosa fractal
el mundo es un poema
en tu pupila.

“Para las muchachas del SIA.” Pétalos de mar (Praxis,2003).

Para Sergio García, la poesía también es un método de conocimiento que lo mismo incluye conceptos de ciencia, economía, filosofía, o de cualquier disciplina científica o esotérica que sirva para explicar los vaivenes del mundo interior.

Giro primero 


Somos un giro de agua, un bucle feliz de luz;
giro sobre mi propio eje, sobre el aire índigo
mientras, una libélula danza enjabonada
y un antiprotón cruza un fragmento de oxígeno
que entra en mis pulmones a manera de verso.
Yo nací el 11 electrón del año 2691 mariposa.
Yo recuerdo haber visto un oso polar borracho.
Recuerdo que unas gotas de plutonio danzaban
cardenchas cadenciosas como serpientes bravas
como venas saltadas de mi cuello emplumado.
Yo recuerdo ser carne y estar muerto en Saturno.
Yo nací el 11 bosón de Higgs de año 9162 canica
y recuerdo que un canis lupus lamió mi cuerpo
recién arrojado al cosmos como algodón llovido
y recuerdo que peces de colores versaban
sonetos de perfecto canto y danza metálica.
Yo nací el 11 tulipán del año 1962 del temblor
y recuerdo que mis huesos estremecidos, puros
menos que nada, polvo, en ceniza de electrones
en ceniza de luces de neón, de músculo
de una musculatura del sistema solar
y recuerdo las horas ígneas encamados.
Yo nací el 11 del pan atómico de Leucipo
del año 1962 del conjunto vacío de ciberpunk
y recuerdo un extraño bucle de pelambrera
de ocelota pachona corriendo al infinito
y recuerdo los giros de Cyborg Quetzalcóatl
recuerdo sembradíos de jitomate gaya
y recuerdo el Big Bang del universo creado.
Soy un extraño remanso de hiperespacio LSD
nacido en el año 11 elefante del día hongo
de una tarde C-3P0 y R2-D2 mezcalina
de cuneros gineceos arrullados por María Sabina
on pisos pulidos (1000001 1001101 1001111 1010010)
de un cuan de sonido EA ae AEIOU aeiou
triple AAA, OM MANI PADME HUM
fractal feliz teletransportado.

Backstage (Ediciones del borde).


Sin temerle a ningún tema ni discriminar ninguna palabra, la expresión de este poeta también se regodea en la realidad más recia y reacia, para cantarle a la ternura del recuerdo.

La pulquería 


Su andar de lobo lo lleva rumbo al Campeonato;
es mi abuelo, pero aún no se sabe
cuánto aguanta su cuerpo,
por eso se emborracha.
 

Un tornillo, luego es una catrina
y al final un cañonazo;
lo único que quiere es sentir el líquido de los dioses
bajar por su gañote.
 

Y ahí va mi abuelo sintiendo el siroco en su cuerpo;
sueña en decir salud a sus cuates del Campeonato.

Le gusta andar elegante, con su traje
impecable, zapatos de charol.

Prefiere olvidar que ha tenido temporadas
de hambre, de paria.

Lo miro por la ventana de la casa,
espero el momento para ir a asomarme
por debajo de la puerta batiente
esperando que algún amigo de mi abuelo me vea y le diga
ahí está su nieto,
y él ordene, con su voz de mando,
un Orange para mi nieto.
Así se va la tarde, y yo
quedo a la espera de la salida
del abuelo, para guiarlo hacia la casa.

Bajos Fondos (Praxis, 2009)

Para juntar los poemas que guarda una antología como Cráneo de jabalí hay que haber leído mucho, hay que tener una especial sensibilidad por las palabras o haber publicado ocho libros de poesía como Sergio García; pero sobre todo hay que demostrar un oficio comprobado en la práctica del género y, tal como lo sabía Rilke y lo intuye Sergio García Díaz, sentir que la necesidad de la escritura ha extendido sus raíces en nuestro cuerpo, hasta envolver nuestros huesos y acelerar nuestra sangre.

Jorge Arturo Borja.

México, 26 de julio de 2019.

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