Del corazón del hechicero Copil
nació el tenochtli de la tuna roja.
Ahí sobre un islote el águila
cortó en pedazos la serpiente.
Sobre ese lago de sauces y peces blancos
se plantó la semilla de una ciudad
como se planta un árbol.
Año diez-casa, dieciocho de junio de mil trescientos veinticinco.
(Año 10-Casa; 18 de junio de 1325.)
Soñaste que vivías en tierra firme
y ahí podía florecer la sementera
resguardada en el calor de la mujer
germinando los frutos de los hijos.
Encima de ese sueño
construiste un muro
una casa
una ciudad de anchas calzadas,
ángeles victoriosos
y palacios alumbrados para fiesta.
Creíste que crecer en ella
era el constante trabajo de los días
del árbol, del silencio,
de sus hondas raíces
del ancho tronco que extendía sus ramas
como brazos y manos abiertas
para recibir la caricia del sol y el beso de la lluvia,
de las hojas que suavemente se llevaba el viento
para que germinaran los renuevos
en un sueño de siglos.
Pero una mañana de septiembre
despertaste con el rumor subterráneo
de las piedras y del lodo
regresó reptando la serpiente
cimbrando casas y edificios
recordándote que la vida
sobre esta pobre tierra
es pasajera.
7:19 de la mañana
se eternizó la hora en el reloj.
“De pronto un crujido sordo. Estoy sobre la cama y siento como un vértigo pasajero. Mientras que el crujido de la tierra crece, tengo la leve impresión de que mi cama se mueve. La puerta del baño, que se había quedado abierta, golpea contra el marco sin volver a cerrarse, después se pega contra el muro. Por un momento, todavía sin despertar bien, me pregunto quién entró.”
(Elena Poniatowska. Nada, nadie.)
“Sopla de abajo el viento de la muerte,
el estremecimiento de la muerteSale la tierra de sus goznes de muerte
Como secreto humo asciende la muerte
De su profunda jaula escapa la muerte
De lo más negro y hondo brota la muerte”
(Las Ruinas de México, Elegía del Retorno. José Emilio Pacheco.)
“Desde este instante pierdo la noción del tiempo. Solamente después de terminado el terremoto sabré que duró casi dos minutos, con una intensidad de 8 grados en la escala de Ritcher.”
(Elena Poniatowska. Nada, nadie.)
(Gonzalo Trinidad. Kaja Negra. “No somos tan pequeños ni tan vanos”.)
“El día se vuelve noche,
el polvo es el sol
y el estruendo lo llena todo
Y de repente lo más firme se quiebra,
se vuelve movedizo el concreto armado,
como hoja de papel se rasga el asfalto.”
(Las Ruinas de México, Elegía del Retorno. José Emilio Pacheco.)
“─Lo del Centro Médico fue también horrible, y ese terror, el mío, el de mis colegas, el de las enfermeras, el de los mozos y el de los enfermos, todavía me impregna. Había que evacuar velozmente, porque ya por lo menos cuatro edificios estaban muy dañados (...) Las escenas eran (…) alucinantes, enfermos que estaban seguros del fin del mundo, enfermos que nos daban ánimos, la muchedumbre de familiares allá afuera, los soldados. Lo que más me impresionó fue ver cómo en un instante se disolvía el abismo entre médico y paciente, ambos nos convertíamos en víctimas.”
(Carlos Monsiváis. Entrada Libre. “Los días del terremoto”.)
Ropa limpia, recién lavada. Una falda gris con arrugas en la cintura, un suéter azul rey todavía húmedo, un delantal a cuadros rojos salpicado de minúsculas manchas de grasa y una bata blanca sembrada de verdes tréboles. Ropa seca, lista para plancharse (...)
Ropa para la escuela, para la casa, para la cama, para soñar. Ropa diaria que a diario se ensucia, que luego se lava y se vuelve a usar. Ropa para siempre: mameluco o mortaja. Ropa que nos cubre del frío, que nos disfraza, que nos caracteriza como los personajes de este absurdo teatro. Pero hoy no hay función aunque haya ropa. El vestuario está colgado en sus ganchos. Muy ordenado, pende de los alambres. Está dentro de una jaula cerrada con candado. Junto a más jaulas con candado. Y más allá los lavaderos y un cuarto de azotea. De lo que era una azotea. De lo que hoy, después del derrumbe, es una enorme lápida bajo un cielo de polvo.
(Jorge Arturo Borja. “Cielo de polvo”.)
SEGUNDA PARTE
Habías olvidado.
La memoria es una cicatriz
que se oculta en el corazón.
¿Quién quiere acordarse del dolor y del vacío?
Tuvieron que pasar 32 años
de conmemoraciones y simulacros
de creer que solo se puede vivir
una vez, la misma pesadilla.
es otro pero el mismo
amargo septiembre en que regresa
la serpiente
con su danza macabra.
13:14 de la tarde
llegó la muerte de visita.
Como al golpe del rayo
que resquebraja el árbol
así el poder de un dios
incomprensible
fue arrancando de cuajo
nuestras las casas.
“El 19 de septiembre a las 13:14 horas me encontraba en el templo de mi pueblo, acompañando en la misa de 9 días. de mi amigo el Sr. Luis Jiménez, cuando sentí que el suelo se movía interrumpí el sermón del sacerdote al alertar a los presentes "está temblando salgan con cuidado ". Lo que siguió fue espantoso, ante la fuerza del temblor las personas caían al suelo, como pudimos nos concentramos en el centro del atrio de agarrados de los brazos para no caer, la pesada reja del atrio estrepitosamente cayó al pavimento. Las señoras gritaban y lloraban de angustia, cuando esto pasó, todos corrimos hacia nuestras casas en busca de nuestras familias, al llegar ahí, muchos se encontraron con que su hogar, su patrimonio producto del esfuerzo de muchos años, estaba destruido...”
(Testimonio de Miguel Ángel Solares Chávez.)
Al orgulloso palacio de oficinas
le fracturó el metal del esqueleto
y desparramó por el suelo sus cristales
como los de un espejo opaco.
Al edificio de departamentos
lo dobló hasta hincarlo
y dejarlo destripado como un montón
de basura.
A la casa de tejas
le quebró
“Esos jóvenes que trabajan como hormigas rompiendo las piedras inexpugnables del edificio destruido por el terremoto "conmemorativo" sobre lo poco que queda, exponiendo sus vidas por las de otros que ni siquiera conocen, esa anciana, ese muchacho, ese pequeño perro aún con vida; esos otros jóvenes que no recuerdan el otro terremoto porque eran muy chicos o aún no habían nacido; esas mujeres que dirigen el tráfico colapsado como ese montón de edificios y casas; esos otros que preparan sándwiches y comida; los que arriba de los camiones para llevarse el cascajo gritan "aquí, aquí"; quienes levantan los puños pidiendo silencio porque algo se escucha, porque de piedra somos, de tierra y polvo, y nos lo dice la tierra de cuando en cuando; ese automovilista que abre su cajuela para donar su extintor y el que grita "soy doctor, puedo ayudar"; esos rescatistas improvisados que piden lámparas y extinguidores; esos que organizan el rescate y mueven a todos para hacer una valla, para formar una línea y sacar mano con mano las cubetas de tierra, las cubetas de lodo, las cubetas de fierro; esos que llevan el agua embotellada, las pilas y las lámparas, las gasas y los cubrebocas (...)
esos mexicanos de Ciudad de México que no tienen gentilicio pero sí solidaridad en momentos difíciles como estos y que son los más organizados y valerosos, todos ellos le han demostrado a nuestra clase política que no la necesitamos. Salvo muy escasas excepciones sólo están para robar, para quedarse con lo que no les corresponde. Váyanse todos. Podemos solos. Ésta es la prueba.”
(Sergio Macías. “Esos jóvenes”.)
La serpiente
por más que se enroscó en el árbol
no pudo secarle las raíces
porque esas raíces se alimentan
de la sangre de nuestros muertos
y ahora también
de nuestra propia sangre.
Textos de Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Miguel Ángel Solares Chávez, Sergio Macías Díaz, Gonzalo Trinidad Valtierra y Jorge Arturo Borja.
Edición y líneas sueltas de Jorge Arturo Borja.
*Texto leído el 24 de noviembre de 2017, para el Proyecto Altazor, en el Festival Resonante 2017, en Teopanzolco, Morelos.
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