domingo, 1 de diciembre de 2019

Duelo de memorias*

¿Te acuerdas de Las Navajas?, le pregunto a mi compadre Tereso, quien siempre presume de buena memoria.

Me contesta que sí, cómo no, sobre Eje Central antes de llegar a Garibaldi.

Ahí estuvimos un martes de septiembre del 92, le digo para apantallarlo.


Te equivocas, Milo, me dice mi compadre, quien nunca pronuncia mi nombre completo: Ca-mi-lo, porque siempre quiere hacer notar los 11 años que me lleva. Yo tengo 56 y mi compadre 67. Fue un viernes de septiembre cuando estuvimos en Las Navajas, sostiene mi compadre. Te lo digo con la seguridad de que yo todavía llegué a mi casa a dormir y La Lucas, mi mujer de entonces, me dejó tranquilo porque era sábado.

Ora sí se te fueron las cabras, Compadre, era martes y si te dejaron dormir es porque el miércoles fue feriado, le digo burlándome de su ruquez.

Los martes no había show en Las Navajas, Milo. El sexo en vivo nomás lo presentaban los viernes y los sábados. No te acuerdas porque tú nomás ibas para bailar con las vestidas, insiste mi compadre.


Yo estaba miope, Compadre, y además de noche todos los gatos son pardos, digo yo.

Y sigues igual de miope, dice mi compadre mofándose de mis lentes de fondo de botella, pero mio-pen-de-jo, Milo, si todo mundo sabe que ese antro era gay. ¿A poco no te acuerdas que hasta el animador salía con ricitos tipo Boy George y cuera tamaulipeca? Eran los tiempos en que empezaba la quebradita... Tú quisiste que fuéramos a Las Navajas porque decías que en la Corneta ya te habían puesto rohipnol en la cerveza y que Las Adelitas era para intelectuales, se aferra mi compadre.

Sí fuimos, pero para rematar la parranda. ¿Qué ya se te olvidó que nos habíamos gastado la quincena y solamente nos quedaban como doscientos cincuenta mil pesos, eso y los relojes?, le refrescó la memoria a mi compadre.

Como si lo estuviera viendo, todavía Salinas no le había quitado tres ceros al peso y éramos millonarios... ¿Y a poco te acuerdas que pedimos rones después de las cuatro de la mañana?, me desafía mi compadre.


Seguro... ya se estaba vaciando el local porque el show travesti y las gordas del sexo en vivo habían terminado su acto y solamente quedaban borrachos dormidos sobre las mesas o bebiendo con vestidas, inyectadas u operadas... ¿Y a ver si es cierto?: ¿qué pasó con la güerota medio fumigada que se nos acercó al final, la de pezones rosados que se le asomaban del sostén con lentejuelas?, lo interrogo yo.

No, Compadre, ya la cagaste, ese bizcocho era una negra de piernas largas y sudorosas, con pechos pequeños y pezones puntiagudos, me contradice Tereso.

No, Compadre, haz memoria, fue la que asentó sus generosas nalgas, una en cada rodilla de nuestras piernas que casi se tocaban, y que al empezar la música, “no es c
ulpa de la playa/ no es culpa de la lluvia/ será que no me amas”, se te sentó en el regazo para bailarte la danza del machete, le apunto yo.
 
Cómo no me voy a acordar, Compadre, si nos bailó una rola a cada uno y nos agarraba de las muñecas para pasarse nuestras manos por los pechos. Tú hasta bizcos hacías. Cuando terminó la música se levantó sin cobrarnos nada y se fue sin despedirse, ya estaba amaneciendo, me aclara Tereso.

Y luego cuando te pregunté la hora te llevaste la sorpresa de que tu reloj había desaparecido. Y yo quise ver el mío y me di cuenta que también me hacía falta, digo yo.

Nos miramos y sonreímos sin decir nada. Ese bizcocho se ganó a pulso los relojes que nos robó, pensamos los dos. 

 
*Texto publicado en el No 203 de Play Boy México, correspondiente a septiembre de 2019.

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