miércoles, 2 de noviembre de 2016

Navegando por el Ruvalcaba*


En el estudio que Eusebio Ruvalcaba tuvo en la Villa Panamericana había un graffiti en el muro de la sala: “Nadie se baña dos veces en el mismo Eusebio”. Esa sentencia heraclitiana me lleva a pensar que Eusebio no es solamente ese amigo generoso y bebedor con quien yo he brindado muchas tardes de sábado, sino que Ruvalcaba es el nombre de un río caudaloso y salvaje que nace en los altos de Jalisco y viene a desembocar, a través de la red de sus afluentes, en la cuenca del Valle México.

Eusebio Eucario en su origen, es como un riachuelo cristalino y
poblado de peces de colores, al que llaman Cayito. Su mamá, la concertista Carmen Castillo, lo sienta en las piernas junto al piano, para contarle la vida de otro niño llamado Wolfang Amadeus, y tocarle algunas melodías de ese geniecillo.

Ese mismo Cayito, una mañana de 1954 sorprende en la sala de su casa a un hombre acostado y envuelto en un sarape. El señor se despierta al sentir la mirada infantil de Eusebio y se sienta para tenderle los brazos y besarlo en la frente. Años después Cayito reconoce a ese señor en la pantalla del cine con el nombre de Pedro Infante.


Cayito también es el incansable ciclista que atraviesa las calles de la Condesa, el campeón de yoyo que no tiene rival o el chico que despierta de madrugada para jugar frontón con su papá Higinio, primer violín de la Sinfónica Nacional, en el muro del comedor de la casa.

En su adolescencia Eusebio corre la gran aventura de su vida con un amigo, en busca de un tesoro que jamás encuentran, escribe las historias que imagina con un ímpetu semejante al que su papá siente cuando toca el violín como un ángel.

El joven ingresa a la Facultad de Historia de la UNAM, donde se

convence de que lo que realmente quiere es escribir. Se gana la beca del Centro Mexicano de Escritores y tiene como maestros a Juan Rulfo, Salvador Elizondo y Panchito Monterde, pero descubre que le gusta más beber con los compañeros que asistir a las largas sesiones de lectura de textos donde Elizondo hace gala de erudición, Monterde señala las más recónditas faltas de ortografía y Rulfo mantiene su proverbial laconismo con una única y casi invariable observación: “cuando se puede se puede; y cuando no se puede, pues no se puede”.


Eusebio siente que aprende más de las sesiones de su maestro George Hal Bennett (1936-2004), escritor negro que se hospeda en el Centro Mexicano de Escritores, y quien lo llama a deshoras para impartirle lecciones de literatura viva en antros y tugurios donde le enseña que la auténtica tinta con que se escribe la Literatura es nada más que un hilito de sangre.

Así, poco a poco, a fuerza de imaginar, de escribir y de beber, Ruvalcaba se va convirtiendo en los distintos eusebios en que se desdobla, en las distintas afluentes que forman una red tan intrincada como las venas de una mano.

Eusebio también es el publicista o el funcionario de un banco que se sale a la hora de la comida a dormir en la banca de un parque y que una tarde, mientras sus compañeros están absortos en sus tareas de oficina, mira cómo se desploma un avión en plena carretera.

En otra de las afluentes, Eusebio es el experimentado bebedor, el conocedor de bares, cantinas y lupanares que halla en el alcohol la lucidez que le permite entender la condición humana para exponerla en su literatura sórdida, descarnada y cruda, pero plena de humor y de ternura. Así como Geofrey Firmin es el cónsul británico de Cuauhnáuac, Eusebio es el Embajador plenipotenciario del mezcal oaxaqueño, título que ostenta honrosamente desde hace más de una década.

También se puede hablar del Eusebio conversador, el que deleita a sus combebientes con historias tan increíbles como ciertas, o el Gran Amante de la Belleza Femenina que conoce todas y cada una de las llaves que abren las puertas de ese reino misterioso.


Existe el Eusebio público, un polígrafo que alterna y combina el ejercicio del periodismo y literatura para escribir más de medio centenar de libros de todos los géneros: aforismos, poemas, cartas, ensayos y cuentos -entre otros-, con los que se ha ido ganando el reconocimiento de un numeroso público lector, a pesar de que se niega sistemáticamente a firmar con editoriales grandes, que seguramente le darían mayor proyección pero restringirían su libertad de publicar lo que le viene en gana.

Hay el Eusebio maestro y promotor cultural. El que ha dado clases en universidades como la UACM o la Ibero, el que coordina talleres de creación literaria y de apreciación musical, lo mismo en Tlalpan que en la Fonoteca Nacional o en el Reclusorio Norte. El mentor que con su paciencia y sapiencia ha formado escritores que han salido de sus talleres a ganar premios nacionales e internacionales. El que enseña que este oficio requiere de una disciplina excepcional, pero también de una sencillez que lo pone en comunión con cualquier hombre.

El promotor cultural que lleva años entregado a la tarea de comentar en sus columnas y recomendar en editoriales a nuevos o desconocidos escritores; dedicado, como él mismo señala, a “leer a quien nadie lee, de ponderar a quien nadie pondera, de descubrir la belleza donde permanece oculta para los comerciantes de la literatura”.

  

El Eusebio melómano que disfruta la compañía de Mozart como la de un viejo amigo de la infancia, se estremece con Bethoveen como ante un portento de la naturaleza y se prosterna ante Brahms como ante el origen divino de la música, pero quien también es capaz de gastarse una breve fortuna en la rockola seleccionando las canciones de José José o cumbias como “Los caminos de la vida” y “El diario de un borracho”.

De todos estos Eusebios yo prefiero al amigo, ese río ancho y venturoso donde se puede bogar acompasadamente y sin contratiempos porque Ruvalcaba cultiva como nadie esa flor preciosa que es la amistad; lo saben y pueden dar fe de ese incomensurable don, los cantineros y meseros que siempre le invitan las de la casa; el tortillero de su colonia, quien es la única persona en el mundo que tiene la colección completa de sus libros, o los perros de la Carrasco que alborotan los rabos y se asoman por el pretil de la azotea cuando Eusebio sale de la cantina La Perla para saludarlos a ladridos; lo sabemos los cientos de amigos que celebramos su talento y su generosidad.


Me consta que Ruvalcaba es alérgico a los homenajes, pero creo que aceptó éste, en principio porque es un antihomenaje; en segundo término porque se estrena un coctel-pulque de curado de tuna roja y vodka que lleva su nombre y puede ser bebido o también asimilado con catéter o edema (de acuerdo con las necesidades del consumidor); y por último, pero sobre todo, porque este homenaje resulta una magnífica ocasión para reunir a los amigos que siempre lo acompañan y a la legión de admiradores que lo aprecian porque se reconocen en sus textos.

Larga vida al río Ruvalcaba.

¡Salud querido Eusebio!

*Palabras leídas en el Antihomenaje Etílico de Eusebio Ruvalcaba, el jueves 20 de 0ctubre de 2016.



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