Palabra de Ruletero*
El Ruletero ya constituye un estereotipo tan emblemático del mexicano que su figura bien podría aparecer en una de las cartas de la lotería, junto con El Valiente, El Negrito o El Borracho. También conocido como chafirete, voz despectiva del galo chauffer, se ha hecho merecedor de un mambo y de una cumbia, que resultan la máxima expresión de su popularidad. Afirma Jesús Flores y Escalante en su Morralla del caló mexicano que el ruletero “junto con los camioneros, pesereros y los policías resultan personajes de horca y cuchillo para el habitante de las grandes urbes mexicanas.”
En su nombre lleva su condena. Dice Héctor Manjarrez en su Útil y muy ameno vocabulario para entender a los mexicanos, que el ruletero es un taxista sin base fija que “ronda las calles en busca de pasaje, al azar; en cierta forma como en una ruleta.” Y en esa búsqueda aleatoria imita a la “ruletera” o suripanta que realiza un recorrido similar en pos de su urgida clientela.
La mala fama del chofer de alquiler antecede incluso a la invención del automóvil. Comenta don Artemio del Valle Arizpe en su Calle vieja y calle nueva, que en la plazuela del Colegio de Niñas (Venustiano Carranza y Bolívar) existió “en 1830 ó 32 un sitio de buenos coches de alquiler, y como había bastantes, el hedor que se alzaba de los orines y estiércol de los caballos era insoportable, su corrupción arrojaba exhalaciones fétidas, agregadas al lenguaje de los cocheros en el que sonaban muy rotundas palabrotas que diz que se metían en los castos oídos de las niñas y en los más castos aún de las maestras del Colegio, por lo que se pidió al ayuntamiento que se llevase de ahí a semejante plaga de ordinarios maldicientes.”
A fines del siglo XIX, informa Salvado Novo en su Nueva grandeza mexicana, que los chilangos se transportaban en carretelas con distinto costo de pasaje, de acuerdo con la bandera que ostentaban: verdes, azules o amarillas. Pero que también existían carretelas especializadas de bandera roja, en las que las mujeres de la vida galante “exhibían un descocado, provocativo maquillaje de albeyalde y fuchina roja, mientras instalaban su exuberancia sobre los luídos cojines negros de las carretelas coloradas”. A la costumbre de los burdeles de alcurnia por exhibir a sus nuevas oficiantes en un paseo por Plateros se debe el verso de López Velarde: “Sobre tu Capital, cada hora vuela/ ojerosa y pintada, en carretela”.
Veteranos en la lucha por la vida, los ruleteros también han sido protagonistas de momentos luminosos en la historia. El 20 de noviembre de 1935, los Camisas Doradas, una organización fascista jefaturada por el general Nicolás Rodríguez, realizó un desfile de caballería en el Zócalo, en apoyo al entonces recién exiliado Plutarco Elías Calles, y en contra del presidente Lázaro Cárdenas. El Frente único del Volante, que agrupaba taxistas, se les enfrentó con varillas puntiagudas y escudos de lámina, echándoles los carros encima y derribando gran cantidad de jinetes. Aunque se intercambiaron balazos y hubo muertos y heridos, los Camisas Doradas tuvieron que desalojar la plaza en humillante derrota.
De acuerdo con una estimación de 2014, existen en la Ciudad de México aproximadamente139 mil taxis regulares y 45 mil piratas, conducidos por todo tipo de personas. Con fama de tirarle la onda a las pasajeras solas, de alterar el taxímetro o de robar las maletas de los turistas, la verdad es que la mayoría de las veces los taxistas son sicólogos, confesores o pilmamos. Mucha gente viaja en un taxi solamente para platicar con alguien, contarle sus problemas y pedirle un consejo o simplemente buscar un hombro en el cual llorar.
Con estos personajes R. Israel Miranda compone las historias de Palabras de sabiduría. Al abordar sus páginas, el lector realiza un viaje de vértigo por la infame Ciudad de México. Sus guías son taxistas desvelados que beben y fuman mota, verdaderos demonios que forman parte del “casting realizado por el mismísimo ángel de las tinieblas para engrosar las filas de los malamadre.” Sin embargo, al mismo tiempo aparecen otros choferes que, como auténticos maestros, le saben extraer el tuétano al hueso más seco de la vida para convertirla en aforismo.
“–No se saque de onda mi joven, así es esto. Es más, mírese la mano… ¿Ya ve?... ¿No?... ¿Ya vio cómo tiene los dedos?... Disparejos ¿no?... Pues así la vida, mi joven.”
En este libro desfilan ruleteros rifados que se la saben de todas todas, que conocen lo mismo los criaderos donde se prepara el jarabe de ajolote que las vecindades laberínticas donde se merca la piedra. Chafiretes que han viajado de ida y vuelta hasta el Mictlán o le han hurgado las verijas al mismísimo Satanás:
“–Noooo pues tuve pedos, ya sabes, la próstata. Me operaron pero no quedé muy bien que digamos, pero así es esto ¿o no carnalito? Lo que sí puedo decirte es que aproveches, ahora que puedes y estás chavo. Después quién sabe, pero mientras tú, aprovecha... negras güeras flacas gordas chaparras viejas chavas. Feas no tanto, luego te arrepientes. Tontas listas con lentes altas pobres ricas tú tírale a lo que sea, porque créeme, es de la chingada estársela jalando pensando en los palos que no te echaste.”
Palabras de sabiduría es un volumen de cuentos que pasa por Avenida Iztapalapa, dobla en Calzada de Tlalpan y de ahí se enfila hasta Bolívar para atravesar el Centro Histórico y detenerse a echar el trago en La Mascota, el Dos Naciones o La Faena. Una vuelta en patrulla con madriza y mordida incluidas, haciendo las pausas que exige cada vómito y cada palimsesto. Finalmente es un libro de aventuras y desmadres, a la manera en que sólo una prosa burbujeante y ácida como la de R. Israel Miranda, puede atreverse a contarlo.
Un libro en que sin duda se puede constatar, como dice uno de sus chalados chafiretes, que “dios y el diablo son un par de niños que juegan a los dados por nuestras raquíticas almas”.
*Prólogo del libro de cuentos Palabras de sabiduría de R. Israel Miranda.
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