domingo, 22 de junio de 2014

Instantáneas X



Viuda de Romero
No, amiga, cuando me casé ni siquiera sabía lo que era un bisexual. Yo creí que era como un fenómeno de circo o algo así. Nunca me pasó por la cabeza que yo pudiera vivir con una persona semejante.

A Manuel lo conocí en mis épocas de secretaria. El día que lo presentó el director me causó una grata impresión. Un joven robusto, con barba de candado y soltero. Un poco atolondrado pero con muchas ganas de trabajar. Mi compañera de turno me dijo en el baño: “¿ya viste qué mangazo nos mandaron?” Y lo primero que pensé fue ‹‹ésta lagartona se lo quiere tragar vivo››. Y un poco por advertirle y otro poco porque me entró la curiosidad, me fui directo a su oficina a presentarme personalmente. A las dos semanas ya estábamos saliendo juntos, y pasados los seis meses nos casábamos en el templo de la Soledad.

Has de decir que fui muy rápida, pero no te creas, amiga. Yo llegué virgen al matrimonio. Dos de los subdirectores con los que salía se quedaron con las ganas porque nada más me querían para jugar y yo, si no era con boda de por medio, nunca habría dado mi brazo a torcer. Manuel, en cambio, siempre fue muy formalito. Quiso conocer a mis papás desde un principio. Fue a la casa a pedirles permiso para andar conmigo. Habló de las buenas intenciones que tenía y dijo que desde el primer momento supo que yo provenía de una familia honesta y trabajadora. Hasta dijo una frase muy bonita de San Pablo sobre el amor. Era muy culto, leía mucho y siempre consultaba en un diccionario el significado exacto de las palabras, nunca pronunciaba una grosería y menos habiendo una dama presente. Mis papás quedaron encantados con él. Era un hombre pulcro en su apariencia e impecablemente vestido. De camisas hechas a la medida, saco y corbata de colores serios e infaltables mancuernillas. Siempre puntual para ir a recogerme, y luego dejarme en casa a buena hora. Me saludaba y se despedía con un beso en la boca, solamente uno, muy respetuoso. Yo hubiera querido un poco más de acercamiento entre nosotros, pero pensaba que mi novio era así porque venía de una buena familia y se había educado en un colegio católico. ¿A poco tú no hubieras pensado lo mismo, amiga?
Manuel me trató con tantas consideraciones y me cumplió tantos caprichos que pensé que por fin había encontrado al hombre ideal. Una persona organizada, atenta y detallista que tenía todo planeado para nuestras salidas, los boletos del cine o del teatro ya comprados, la mesa del restaurante reservada, los vinos que se debían servir con cada platillo y hasta los libros que me regalaba al final de la cena: Anhelo de mujer, El sueño de una madre y Caldito para el alma; historias ejemplares y consejos edificantes que comentábamos en la siguiente ocasión.

Para el pedimento de mano, mis suegros, siempre tan distinguidos, fueron a mi casa. Por primera vez en mi vida me sentí avergonzada de tener unos papás tan rústicos y francotes. Después de que mi suegro expresó muy bellas y conmovedoras palabras sobre su hijo como alguien trabajador y con ambiciones de formar una familia, a mi papá solamente se le ocurrió preguntar que para cuándo era la boda. Yo quería que me tragara la tierra cuando mi mamá sacó una botella de sidra Santa Clos para brindar. Por suerte Manuel, siempre tan previsor, llevaba una Veuve Clicquot y hasta unas copas champañeras. Eso nos salvó la noche. ¡Ay, amiga, todos decían que éramos la pareja perfecta!
A Manuel no le importó gastarse en la fiesta lo que había ahorrado durante cuatro años. Foto, video, iglesia, pastel, mariachi y orquesta hasta las seis de la mañana. Nos acompañaron los amigos y parientes que más queríamos y, por supuesto, las envidiosas de mis compañeras que pelaban tamaños ojotes viendo cómo me había casado con el jefe. Yo me la pasé nerviosa pero más que por la fiesta por lo que venía después. Ya sabes, amiga, es algo para lo que una se prepara toda la vida. Yo había ido con una tía a comprar un baby doll y lencería, y en la despedida de soltera no faltaron los consejos de las amigas. Incluso había leído a escondidas un libro que se llamaba Hágalo feliz en la cama. Pero lo que viví superó todas mis expectativas. Manuel no sólo era un hombre fuerte y viril. Era, cómo decirlo para que no suene tan grotesco, pues muy desenvuelto a la hora de la relación. Al principio fue muy tierno y hasta paciente conmigo. Me llenó de besos y de caricias y me hizo sentir cosas que yo nunca había sentido. Me convirtió en mujer de la manera más delicada, como un experto maestro que conduce a su alumna al umbral del paraíso. La verdad es que ni me dolió, y poco a poco me llevó hasta las nubes. En ese momento me sentí enteramente suya. Me dejé conducir e hice todo lo que Manuel me pedía. El problema fue que en una sola noche quiso darme el curso completo, posiciones que yo ni siquiera me imaginaba que se pudieran hacer, trucos que francamente me dieron asco y al final quería que le hiciera cosas que me parecieron de lo más indecorosas e inapropiadas para una pareja de recién casados. Cuando escuché sus exigencias me caí de las nubes de un sopetón. Tuve que detenerme para preguntarle con incredulidad.

 
¿Que te meta qué cosa?

No hay comentarios:

Publicar un comentario