domingo, 15 de junio de 2014

Mujer Leyenda



Cuando Panchito Madero publicó el famoso plan que detonó la Revolución, Panchita Luna acababa de cumplir 10 años. De su origen se ignora casi todo, menos que fue hija natural. En el misterio que siempre la rodeó se engendraron muchas leyendas. Se dice que María Francisca Ernestina Moya Luna fue el fruto de los amores de su mamá y un sobrino, o que su padre fue un alcohólico que abandonó a su madre, o inclusive llegó a decirse que era hija del mismísimo Pancho Villa.
Al igual que otra gran escritora mexicana, Juana de Asbaje, a María Francisca Luna, también conocida como “Xica”, la iba a criar su papá grande. El abuelo Mateo -ranchero de Villa Ocampo, Durango- fue quien le enseñó a amar la libertad y la naturaleza, a montar a horcajadas, a dormir sentada y despertar cantando alabanzas a la aurora y, sobre todo, a hacerse de un carácter fuerte e independiente desde muy pequeña.
A la muerte de su abuelo, Xica se trasladó a vivir con su mamá a Hidalgo del Parral. Y desde la ventana del número 21 de la calle Segunda del Rayo vio pasar las esperanzas desbocadas y la tragedia diaria de la Revolución, mientras cuidaba de sus cuatro hermanitos porque mamá tenía que trabajar. De su mamá, de sus manos que simbolizan la labor continua dentro y fuera del hogar, María Francisca ha de hacer una evocación constante en su literatura:

Recuerdo sus manos, sus valientes manos, las que nacieron para darnos y señalar; sus manos de mujer, sus compañeras, sus mejores camaradas. Nos inclinamos a rezar.
Son las que nos levantaron y nos enseñaron el camino. El mejor, el que va derecho, a través de la nieve, los cerros, las canteras, el lodo, los ríos azules, las chozas mugrosas y los camposantos.
Son las que nos entregaron a la vida. Son las que trenzaron nuestro cabello, las que lavaron nuestra cara y nos secaron los ojos.
Son las que hicieron la señal de la cruz en nuestra frente y las que hicieron florecer el trigo en racimos de tortillas. Era adorable, dulce el movimiento de sus manos: semejaban la caída de las flores en las aguas que bajan de la montaña. (“Carta para ‹‹Usted››”. Las manos de mamá).
De su primera juventud, a María Francisca le quedaron recuerdos tristes, los amoríos con un hombre casado y el hijo que murió a temprana edad. Tal vez por eso decidió emigrar a la Ciudad de México a principios de los años veinte y empezó a usar el “Nellie” que en el mundo de la danza y en el de la literatura cobraron enorme fama. Pero incluso a este cariñoso sobrenombre se le atribuyeron distintos orígenes que ella se encargó de difundir para crear una gran confusión entre sus biógrafos.
A pregunta expresa de Emmanuel Carballo, en su libro Protagonistas de la literatura mexicana, ella manifestó que su nombre completo era Nellie Francisca Ernestina, pero aclaró que le llamaban Nellie “por una perrita que tenía mamá. Yo deseaba que me dijesen Francisca. Mi primer libro, Yo, así lo firmé. Me llaman, sin embargo, Nellie.” El Campobello lo tomó de uno de los apellidos del segundo esposo de su madre.  
Por esta acostumbrada ambigüedad que le hacía caer en contradicciones, sus interlocutores nunca estuvieron seguros de la veracidad de Nellie. Ella fue siempre mitad mujer y mitad leyenda. Aunque se consideraba una parlanchina a veces se ponía seria y hablaba con la brusca sinceridad que usan los hombres del norte. “Cuando hablo, la gente dice que cuento mentiras. No puede creer que alguien diga, sin inmutarse, que dos y dos son cuatro”.
En pleno auge del nacionalismo cultural de los veinte, Nellie, junto con su hermana Gloria, integraron un dueto que además de dedicarse al rescate de las danzas autóctonas, se dio a la tarea de presentarlas en distintos escenarios dentro y fuera del país. Así que si nunca hubiera escrito un solo párrafo literario, de todos modos sería recordada como la gran investigadora, bailarina y coreógrafa que llevó el arte y la cultura nacionales más allá de nuestra patria.
Sin embargo, Nellie decidió también ser escritora, y en algún momento de regreso de una estadía en Cuba comenzó a redactar lo que a la postre sería su mejor libro: Cartucho, relatos de la lucha en el Norte de México (1931). De este libro ha dicho la crítica Irene Matthews que es “una serie de estampas basadas en la biografía y en la historia oral, incluyendo poemas y canciones al estilo popular del corrido”.

Nellie dijo que lo había escrito para vengar una injuria porque las novelas de entonces estaban repletas de mentiras contra los hombres de la Revolución, principalmente contra Francisco Villa. Así que en un intento de reivindicación del Centauro del Norte, la Campobello dio rienda suelta a sus intenciones de “abrir los nudos vírgenes de la naturaleza” para referirse a la entraña de las cosas y ver con ojos limpios el espectáculo que la rodeaba, aunque ese “espectáculo” fuera el de una de las revoluciones más cruentas de la historia.
No me saltó el corazón, ni me asusté ni me dio curiosidad, por eso corrí. Los encontré uno al lado del otro. Zequiel boca abajo y su hermano mirando el cielo. Tenían los ojos muy abiertos, muy azules, empañados, parecía como si hubieran llorado. No les pude preguntar nada, les conté los balazos, volteé la cabeza de Zequiel, le limpié la tierra del lado derecho de su cara, me conmoví un poco y me dije dentro de mi corazón tres y muchas veces: "Pobrecitos, pobrecitos",
La sangre se había helado, la junté y se la metí en la bolsa de su saco azul de bordón. Eran como cristalitos rojos que ya no se volverían hilos calientes de sangre.” (“Zafiro y Zequiel”. II Fusilados. Cartucho).
Así que con ese tono natural y franco del norteño, Nellie cuenta las historias más atroces y violentas, inconcebibles para una pluma femenina que en otros libros se había dedicado a eternizar la belleza efímera de los cuerpos en movimiento. Con esa imaginación que le hacía convertir todo en imágenes, Nellie narra la realidad más brutal desde los ojos de una niña a quien le bastaba abrir su ventana para sentir el rozón de las balas de villistas y carranclanes, o para extasiarse con la danza que ejecutan los ahorcados mecidos por el viento.
Nellie Campobello narra en su tragedia la tragedia de un pueblo que se ha visto condenado a repetir su historia como farsa. Habla de una Revolución de sangre y alarido que acabó en macabra risotada. Sin embargo, con su prosa sencilla, de sustantivos y verbos, retrata el alma diáfana y atormentada del mexicano. Hoy la celebramos con una invitación a encontrar en sus palabras vivas, llenas de fuerza y de ternura, la lucha de un pueblo que quizá no supo ganar pero que tampoco, nunca, ha sabido rendirse.

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