Dentro de los límites de Bricia, está estrictamente prohibido usar corbata o tener cara de burócrata. Sus habitantes acostumbran saludar el paso de la bandera con jubilosos espantasuegras y celebran a la patria con un gran carnaval. El Presidente de Bricia, disfrazado de arlequín, declama un poema satírico desde el balcón central mientras los miembros de su gabinete se afanan por conseguir el gesto más gracioso o el flato más estentóreo.
En este país, en vez de debates o plebiscitos para decidir el rumbo de la política económica o el gasto del Ministerio de Defensa, se llevan a cabo carreras de costales y competencias de beber cerveza. El Consejo de Asesores se reune en sesión solemne para contar cuentos colorados. El Ministro de Hacienda presenta su programa de emergencia vestido de bombero. Una carcajada vale más que un voto y un comediante es digno de mayor crédito que un Doctor en Economía.
Los Bricianos son personas de un fino humor a flor de labios que se refleja en todas las facetas de su vida social. Cuando formalizan un compromiso de matrimonio, suelen gastar bromas sobre el embarazo de la novia o las enfermedades venéreas del novio. Los funerales siempre son motivo de prolongadas fiestas donde tradicionalmente se saca a bailar al muerto. A las catástrofes naturales les encuentran su aspecto positivo: "gracias al terremoto apareció el tesoro de los abuelitos", "durante el huracán mi marido volvió a soplar" o "con la inundación se realizó un concurso de bikinis".
Sin embargo, a últimas fechas, han surgido falsos rumores propagados por grupos clandestinos que buscan la estabilización y el orden. Estos peligrosos aguafiestas, han urdido apocalípticas versiones que por fortuna nadie cree. Con rencor sostienen que el humor y la risa sólo disimulan el tedio y el bostezo que invaden a los habitantes de Bricia y que poco a poco sofocan su gris existencia.
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