domingo, 20 de diciembre de 2009

Húmedo y Seco



"La fantasía es el tesoro y el lugar donde se conservan las formas recibidas por los sentidos. Ahora bien, el conservatorio de estos instintos es la memoria: recibir y conservar se reducen a dos principios diferentes que son el húmedo que recibe bien y conserva mal y el seco que se comporta al contrario". El Martillo de las Brujas, Kraemer & Sprenger.

De ti sólo conservo una cicatriz en cada muñeca y un temor absurdo, obsesivo, a los vaticinios. Me aterrorizan los horóscopos, huyo de las gitanas quirománticas, aborrezco tarots, bolas de cristal y pajaritos de la suerte. No entro, nunca, a los cafés turcos.


‑¿A dónde estuviste anoche?
‑Me quedé en casa de unos amigos.
‑¿Y por qué demonios no me llamaste?... Cuando menos tienes
que avisarme. Te puede pasar algo y uno aquí sin saber. No te
mandas solo.
‑Ay, mamá, ¡ya tengo diecisiete años!

Tu imagen se confunde en una diminuta brasa, eres ceniza y hálito. Mientras asciendes espiralmente una ligera ráfaga te disuelve. ¿Así será el olvido? o ¿será como vaciar de un trago el café? Los residuos evocan tu cabellera bruna, bruñida, noche tibia que me envolvió hasta el alba. Mi memoria vuelve a despeñarse en el abismo de tus ojos. Aquí retornas, etérea, recién salida del sueño más profundo. Tu sonrisa de fantasma me alucina. Mis brazos esperan asirse del aire mas te hallan, anhelante. Caen mis dedos ávidos sobre tu pecho. Caen al compás del trasnochado blues que ejecuto en tu epidermis. Cae tu cuerpo junto al mío. Me ahogo en un mar insondable. Me levanta un torbellino de estrellas. Me pierdo en tu vasta piel.

‑¿Y ya te sientes muy hombrecito porque andas con una mujer mayor?
‑No papá, ella no es lo que tú piensas.
‑Pareces imbécil, ¿no te fijas el ridículo que haces? Te están usando.
‑No es cierto. Tú no la conoces.
‑Pero te lo advierto: la próxima vez que faltes a la casa mejor no regreses.

Sin embargo regresas de un pasado brumoso. Eres un reflejo en el fondo de la taza. ¿Qué vislumbre te ilumina?, ¿será acaso un nuevo encuentro? Ahora mismo te siento y aunque no seas, eres tan real como esta ansiedad solitaria que me inflama. No espero, digo adiós al presente, dejo a un comensal ensimismado sorbiendo un exprés... Soy un peregrino del promisorio país del recuerdo. Un explorador que extravía su brújula en tus paisajes. Bebo el brebaje de tus labios. Apuras mi alma por los míos.

‑No te puedes ir así.
‑¿Dónde está mi chamarra?
‑Antes tienes que hablar con tu padre.
‑Te dejo mis piyamas. Regálalas o a ver qué les haces.
‑Piénsalo bien. Luego te vas a arrepentir.
‑No te preocupes. Después me comunico contigo.
‑Espérate, ¡qué me va a decir tu padre!
‑Adiós, mamá.

Como dos peces de irisadas escamas, avanzan, se buscan, se provocan: incendian su púrpura humedad; enardecidas retroceden, se esquivan: en tímido roce se vuelven a encontrar; se frotan, se envuelven, se aparean nuestras lenguas.

‑¿Cómo supiste que eras tú?
‑Lo vi en el fondo de tu café.
‑¿Viste, también, hasta cuándo?
‑Hasta el final.
‑¿Cuándo es "el final"?
‑Búscalo en la palma de tu mano.

Lento molusco traza líneas plateadas por tus muslos de arena, sube suaves colinas, deja rastros sinuosos por tu espalda de playa, moja apenas tu nuca, tus orejas. Despiertas desnuda, enciendes con crepúsculos la alcoba. Te revuelves como ola, despliegas los brazos a punto de volar, ardes como tarde tropical. Desciende mi lengua aletargada por tu cuello, por tus pechos, se detiene en tu ombligo, baja al musgo marino, abreva de la sal.

‑No quiero que vayas.
‑No puedes detenerme.
‑Si vas, me largo.
‑Eres un niño.
‑Y no me vuelves a ver nunca.
‑Haz lo que quieras.
‑Eres una puta.
‑Y tú un idiota...
‑No vayas. Te prometo buscar trabajo.
‑No sabes hacer nada.
‑Conseguiré dinero, ¿cuánto te va a dar él?... el doble si te
quedas.
‑Ya me diste lo único que podías darme.

Me zambullo en tu vientre, en tu olor a humedad. Me calcino despacio en tu flojo vaivén. Me convierto en cadencia que se deja llevar. Me hundo en tu encanto. Pienso sumergido, en muertes sucesivas. Renazco y sucumbo y renazco y sucumbo en tus caderas. En agónicos espasmos me consumo. Ahíto, me avienta el oleaje al litoral de tu lecho. Exhaustos, desenlazados resucitamos. Mi sexo yace en la orilla como un pez muerto.

‑¿Cómo te sientes?
‑Mal.
‑Dice el doctor que ya estás recuperado. Te va dar de alta en la tarde... vino tu papá a verte hace un rato pero estabas dormido... ya se le pasó el coraje. Quiere hablar contigo.
‑No quiero verlo.
‑No te pongas en ese plan. De todos modos vas a tener que hablar con él, ni modo que estando en la misma casa...
‑No voy a regresar a la casa.
‑Después de lo que pasó, no puedes regresar con ella. Ya ves la clase de mujer que...
‑No me importa ella. Estoy harto de ustedes. Déjenme solo ¿para qué me trajeron aquí?
‑Estabas desangrándote.

Sin ti, soy una sombra, una cicatriz que se abre a la memoria. Un comensal que fuma un cigarro y bebe un exprés. ¿A quién le predecirás el porvenir? ¿Lo mirarás a los ojos mientras le vaticinas una pasión que cambiará su vida? ¿Te invitará a salir? ¿Te acostarás con él? Yo duermo solo. El lecho que era un puerto prodigioso, hoy es la isla desierta en que naufrago. Sueño tormentas. Despierto a media noche tiritando. Busco en la palma de mi mano. No encuentro nada. Las líneas se han borrado.

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