“Nadie ha tenido ese poder que él tuvo. Durante casi 14 años fue amo y señor de esta ciudad. La cambió por completo, le impuso su modo de ser y acabó con la vida nocturna. Hizo que los cabaretes cerraran a la una de la mañana. Dicen que fue en venganza porque un hermano suyo se mató saliendo del Waikikí. Otros dicen que fue a él a quien una noche sacaron a golpes de ese antro, y que por eso le agarró ojeriza a don Pepe Moselo, el dueño del Waikikí, y no descansó hasta clausurarle su negocio en el 55. La mera verdá es que no cerró todos, porque los de primera seguían funcionando hasta las cuatro. Pero se le quedó la fama de mocho y de rarito.
“Nomás de acordarme me da risa. Yo que lo traté muy de cerca puedo asegurarle lo contrario: era un parrandero y un mujeriego tremendo. Seguido iba a la casa de la Malinche, una madama de allá por diagonal San Antonio, y con ella empezaba las parrandas en la Fuente, el centro nocturno de don Pancho Aguirre. ¡Quién lo viera tan serio en los actos oficiales del día siguiente!
“Era un hombre más bien feo. Como eran todos los señores de entonces, no como los chamacos de ahora que de tan finitos ya no se distinguen de las mujeres. Alto, de nariz aguileña, duro, seco en su trato. Aunque era muy estricto sabía mandar a sus ayudantes. Nunca oí que ninguno se quejara de él. Lo obedecían como perros.
“No dejaba que nadie se le acercara ni a servirle si no eran sus ayudantes. Yo era mesero y me llamaba para atenderlo, donde anduviera. Me iban a sacar de mi trabajo para atenderlo. Pero lo tenía que servir a distancia. Si me acercaba, don Ernesto me regañaba:
“-¿Qué hace usted aquí?
-Atendiéndolo, señor.
-Está usted oyendo lo que estoy platicando.
-De ninguna manera, señor.
-Haga el favor de retirarse diez pasos”.
“Y desde los diez pasos reglamentarios lo veía embarrarse la boca y las manos de caviar y tirarse las copas de champaña en el saco. Tenía que estar listo para limpiarlo con la servilleta y para ayudarlo a levantarse cuando se iba porque salía bastante entonado. El disgusto de atenderlo quedaba más que bien pagado con las propinas de mil pesos que dejaba. Figúrese, ¡mil pesos de los años 50!, no la baba de perico de ahora.
“Era tan mandón que un día no quiso bajarse de su coche y la orquesta de un centro nocturno tuvo que salirse al estacionamiento para darle serenata a una de sus nalgadas que esperaba a la salida del show. La perseguía como perro porque la pobre muchacha había pasado de ser Miss México a bailar hawaiano en un centro nocturno de mucho postín donde don Ernesto iba a aplaudirle todas las noches. Imagínese al pobre del capitán de meseros teniendo que soportar los caprichos del Regente que más bien era reanimal, y rogándole a la muchacha y a los de la orquesta que salieran al estacionamiento porque si no les clausuraban el negocio.
“Me acuerdo de una vez que pidió la cuenta en la Fuente y le contestaron que no había cuenta porque era un invitado del dueño. Don Ernesto se molestó y les ordenó que le trajeran la cuenta. Como los meseros no sabían qué hacer, don Caca Grande les dijo: "Yo pienso que en el De-Efe mando yo, déjenme seguir pensando lo mismo y tráiganme mi cuenta". Ni quien lo dudara. Le llevaron su cuenta de inmediato.
"Don Ernesto mandó durante dos sexenios y todavía siguió mandando hasta septiembre del 66 cuando tuvo que entregarle su renuncia a otro más mandón que él porque el trompudo ya le había agarrado tirria."
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...además de la doble moral, lo que ese hombre quería, era ser el único que se la pasara de pedo y de putas...
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