“Un libro es una cosa entre las cosas,
un volumen perdido entre los volúmenes
que pueblan el indiferente universo,
hasta que da con un lector,
con el hombre destinado a sus símbolos”.Jorge Luis Borges.
un volumen perdido entre los volúmenes
que pueblan el indiferente universo,
hasta que da con un lector,
con el hombre destinado a sus símbolos”.Jorge Luis Borges.
Un libro es un camino, venturoso o desdichado, pero inevitablemente un camino. Si lo seguimos con atención, nos conducirá a un lugar distinto del que ocupábamos antes de leerlo. Un libro es una puerta abierta al universo de las palabras. La fotografía, el cine, el video nos describen con mayor fidelidad el mundo real pero difícilmente penetran con la precisión de las palabras en las complejidades de la mente humana. Nuestro alejamiento de los libros y su palabra también nos aleja de la posibilidad de comprender a los demás y a nosotros mismos.
El orden de las palabras es lo más cercano al orden de los pensamientos. Puede decirse que la palabra escrita es algo así como “la huella dactilar” del pensamiento. Cuando leemos un libro viejo, realmente podemos sentir el contacto de su autor. Mediante la lectura, como en una sesión espiritista, conversamos con los espíritus de los hombres que han creado la cultura universal. Como dice el poeta Quevedo: “En medio de pocos pero doctos libros juntos/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos.”
¿Leer, para qué?
La lectura es invaluable en la medida en que nos enseña a conocer el mundo y en la medida en que nos sirve para conocernos a nosotros mismos. Los libros son como un espejo en donde cada lector encuentra su propio rostro. Todos estamos de acuerdo en su trascendencia personal y en el lugar preponderante que ocupan dentro de nuestra cultura. Pero si nos preguntamos cuánto tiempo les dedicamos, a menudo respondemos que muy poco. ¿Para qué perder el tiempo leyendo en un mundo que nos ofrece ocupaciones más placenteras, más útiles o mejor remuneradas? Entre las numerosas respuestas que existen quisiera mencionar solamente cuatro: se lee, como bien los saben los eruditos y los snobs, para ser más culto; se lee, como así lo creen los místicos y los suspicaces, para alcanzar grandes revelaciones; se lee, tal como lo piensan los más pragmáticos, para obtener una mayor calificación en la escuela o en el trabajo; se lee, como podemos confirmarlo los ociosos, por puro gusto, placer y disfrute: para vivir intensamente.
Tres tipos de lectura
1. Leer para ser más culto implica hacerse de una memoria prodigiosa capaz de almacenar fechas y datos; de una mente metodológica, analítica y capaz de sintetizar las virtudes de las obras leídas; de una vocación inquebrantable de roedor de biblioteca. Leer para ser más culto nos permite conocer nombres y citas de utilidad inestimable en investigaciones y tesis. Nos vuelve conocedores todoentendidos y acade-micos. Una especie de enciclopedia ambulante cuyo único lugar en el mundo es el rincón más oscuro del librero. Nos convierte en verdaderos eruditos en la plena acepción del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce: “Erudición: Polvo que cae de los libros a los cerebros más vacíos”.
2. Leer para alcanzar grandes revelaciones requiere de un gran fervor o de una obsesión implacable. De este modo entraremos en la literatura como quien entra a un templo: silenciosos, dogmáticos y con la esperanza de vislumbrar los misteriosos designios que dicta una voluntad suprema. Iremos en busca del mensaje cifrado en las rayas de un tigre o en el valor matemático de las letras que forman la frase “Prohibido Estacionarse”.
3. Leer para conseguir una mejor calificación en la escuela o en el trabajo, convierte a los libros en herramientas solamente útiles para extraer un tornillo teórico o zanjar una disputa. De este modo la lectura puede servirnos para seducir (El arte de amar de Ovidio), para volvernos contorsionistas de alcoba (El Kamasutra), terminar una relación (La Separación de los Amantes de Igor Caruso) o combatir jefes isoportables (Never Work for a Jerk de Patricia King). Sin embargo, ocurre comúnmente que conseguido el propósito de la lectura, el libro no nos sirve para otra cosa mejor que para nivelar la pata de una mesa.
Lecturas Cercanas del Cuarto Tipo
Los tres tipos de lecturas mencionadas tienen un objetivo específico, llámese éste prestigio, revelación o conocimiento técnico. Solamente quien lee por gusto tiene una finalidad difusa que no siempre se cumple. Este tipo de lectura ignora datos y fechas colaterales a la obra. No memoriza sino que asimila y recrea. Jamás va en busca de “la neta del planeta”, sino, en el mejor de los casos, de algunas percepciones del mundo cotidiano que no se habían advertido antes. Establece una suerte de conversación entre iguales: autor y lector. Convierte al libro en un fin en sí mismo y no en un medio para obtener otros fines.
Leer por puro amor a la literatura implica una actitud abierta que a través del placer de la lectura se reconcilia con el mundo, aprende a vivir y le toma gusto a la existencia. Quien no lee, se priva de un placer y de un modo peculiar de percibir el mundo. La lectura, finalmente, sirve para identificarnos con personas de iguales sentimientos, transmitirnos experiencias semejantes a las que enfrentamos, sensibilizarnos al dolor ajeno que es también el propio, y reafirmarnos en la certeza de que la humanidad no ha cambiado lo suficiente desde que existe la literatura.
El orden de las palabras es lo más cercano al orden de los pensamientos. Puede decirse que la palabra escrita es algo así como “la huella dactilar” del pensamiento. Cuando leemos un libro viejo, realmente podemos sentir el contacto de su autor. Mediante la lectura, como en una sesión espiritista, conversamos con los espíritus de los hombres que han creado la cultura universal. Como dice el poeta Quevedo: “En medio de pocos pero doctos libros juntos/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos.”
¿Leer, para qué?
La lectura es invaluable en la medida en que nos enseña a conocer el mundo y en la medida en que nos sirve para conocernos a nosotros mismos. Los libros son como un espejo en donde cada lector encuentra su propio rostro. Todos estamos de acuerdo en su trascendencia personal y en el lugar preponderante que ocupan dentro de nuestra cultura. Pero si nos preguntamos cuánto tiempo les dedicamos, a menudo respondemos que muy poco. ¿Para qué perder el tiempo leyendo en un mundo que nos ofrece ocupaciones más placenteras, más útiles o mejor remuneradas? Entre las numerosas respuestas que existen quisiera mencionar solamente cuatro: se lee, como bien los saben los eruditos y los snobs, para ser más culto; se lee, como así lo creen los místicos y los suspicaces, para alcanzar grandes revelaciones; se lee, tal como lo piensan los más pragmáticos, para obtener una mayor calificación en la escuela o en el trabajo; se lee, como podemos confirmarlo los ociosos, por puro gusto, placer y disfrute: para vivir intensamente.
Tres tipos de lectura
1. Leer para ser más culto implica hacerse de una memoria prodigiosa capaz de almacenar fechas y datos; de una mente metodológica, analítica y capaz de sintetizar las virtudes de las obras leídas; de una vocación inquebrantable de roedor de biblioteca. Leer para ser más culto nos permite conocer nombres y citas de utilidad inestimable en investigaciones y tesis. Nos vuelve conocedores todoentendidos y acade-micos. Una especie de enciclopedia ambulante cuyo único lugar en el mundo es el rincón más oscuro del librero. Nos convierte en verdaderos eruditos en la plena acepción del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce: “Erudición: Polvo que cae de los libros a los cerebros más vacíos”.
2. Leer para alcanzar grandes revelaciones requiere de un gran fervor o de una obsesión implacable. De este modo entraremos en la literatura como quien entra a un templo: silenciosos, dogmáticos y con la esperanza de vislumbrar los misteriosos designios que dicta una voluntad suprema. Iremos en busca del mensaje cifrado en las rayas de un tigre o en el valor matemático de las letras que forman la frase “Prohibido Estacionarse”.
3. Leer para conseguir una mejor calificación en la escuela o en el trabajo, convierte a los libros en herramientas solamente útiles para extraer un tornillo teórico o zanjar una disputa. De este modo la lectura puede servirnos para seducir (El arte de amar de Ovidio), para volvernos contorsionistas de alcoba (El Kamasutra), terminar una relación (La Separación de los Amantes de Igor Caruso) o combatir jefes isoportables (Never Work for a Jerk de Patricia King). Sin embargo, ocurre comúnmente que conseguido el propósito de la lectura, el libro no nos sirve para otra cosa mejor que para nivelar la pata de una mesa.
Lecturas Cercanas del Cuarto Tipo
Los tres tipos de lecturas mencionadas tienen un objetivo específico, llámese éste prestigio, revelación o conocimiento técnico. Solamente quien lee por gusto tiene una finalidad difusa que no siempre se cumple. Este tipo de lectura ignora datos y fechas colaterales a la obra. No memoriza sino que asimila y recrea. Jamás va en busca de “la neta del planeta”, sino, en el mejor de los casos, de algunas percepciones del mundo cotidiano que no se habían advertido antes. Establece una suerte de conversación entre iguales: autor y lector. Convierte al libro en un fin en sí mismo y no en un medio para obtener otros fines.
Leer por puro amor a la literatura implica una actitud abierta que a través del placer de la lectura se reconcilia con el mundo, aprende a vivir y le toma gusto a la existencia. Quien no lee, se priva de un placer y de un modo peculiar de percibir el mundo. La lectura, finalmente, sirve para identificarnos con personas de iguales sentimientos, transmitirnos experiencias semejantes a las que enfrentamos, sensibilizarnos al dolor ajeno que es también el propio, y reafirmarnos en la certeza de que la humanidad no ha cambiado lo suficiente desde que existe la literatura.
Leer por gusto,mi querido tocayo, es levantar un poco el velo de Isis, y si bien no le veremos el rostro, por lo menos contemplaremos sus chichis.
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