martes, 28 de julio de 2009

El eterno Gato Macho



(Fragmento de entrevista con José Luis Cuevas, realizada el 10 de septiembre de 2007, para la serie Entre hombres sin vergüenzas de Radio Educación)

De saludo firme y gran sonrisa, José Luis Cuevas aparenta siempre menos edad de la que tiene. Nacido en el Distrito Federal en 1934 asume, cómodamente sentado en la oficina de su museo, la postura de un muchacho arrogante y rebelde. Piernas ligeramente flexionadas hacia abajo, el codo y el puño sosteniendo la barbilla hacia el frente, y los ojos claros, fijos en el interlocutor, a la espera de la primera pregunta, manteniendo la misma concentración del boxeador a punto de empezar la pelea.



Jorge Borja: Oiga maestro, ¿qué opina de la retirada de la masculinidad?
José Luis Cuevas: Bueno, pues ya somos seres en extinción aquellos que todavía defendemos las actitudes machistas y todo eso. Ahora, de todos modos el hecho de haberme yo autollamado en el libro “Gato Macho” no quiere decir que no reconozca la enorme importancia que tienen las mujeres. Mira, hay un machismo bien entendido y uno mal entendido definitivamente. El machismo de cantina, que hace una exaltación de una actitud de superioridad frente a la mujer, ése es un mal machismo. El machismo, si nosotros lo definimos como un acto de hombría, de valor frente a cualquier situación peligrosa que se nos presente, eso es para mí cuando yo hablo de mi propio machismo. Ya el machismo de los otros ya no es problema mío.
JB: ¿Entonces cómo puede uno demostrar su hombría?
JLC: Hay muchas formas. Como decía, se puede demostrar con una actitud valiente frente a diferentes situaciones, si uno va volando en un avión y de repente hay problemas de presión y ahí usted ve que la gente a veces se asusta muchísimo y entonces el macho, en el buen sentido de la palabra, debe de guardar compostura y no demostrar nunca miedo, aunque lo tiene, y si tiene miedo que se lo aguante. Otras cosas que también tienen que ver con un machismo bien entendido es que los machos nunca lloramos.
JB: ¿Usted nunca llora maestro?
JLC: Nunca he llorado en mi vida, bueno cuando era chiquito a la mejor sí. Pero ya en mi edad adulta no. Eso no quiere decir que no esté triste, puedo estar triste; puede afectarme una discusión con mi esposa por ejemplo, con quien afortunadamente llevo una relación espléndida, Beatriz del Carmen y yo. Pero digamos, en todos los casos se da, a veces sí puede haber una discusión sobre algo y eso me entristece pero no me lleva a tomar una actitud de agresión contra ella de ninguna manera. Ése es el machismo que yo ejerzo y creo que es un machismo muy bien ejercido, y muy de hombría que es otra cosa.

Yo no le saco ni salgo corriendo

En el transcurso de la entrevista, Cuevas se ha ido plantando en su terreno. Acostumbrado a responder cualquier pregunta, el tema de la masculinidad le sienta tan bien como si hablara de sí mismo. Su esposa Beatriz del Carmen, a quien el maestro lleva más de treinta años, lo acompaña sonriente y complacida por las viriles respuestas de su marido.
JB: Según la Real Academia de la Lengua Española, la firmeza y el valor eran los atributos del hombre. ¿Usted cree que todavía continúan siendo los mismos?
JLC: La firmeza, el valor, sí. Creo que otras de las cosas que deben darse en el hombre también es la franqueza absoluta. Saberse defender frente a situaciones difíciles, frente a agresiones que pueda recibir el macho, que en este caso soy yo. Saber responder a ese tipo de agresiones. Yo no le saco, ni salgo corriendo.
JB: ¿Alguna vez ha tenido tiene que responder alguna agresión?
JLC: Uy, un montón de veces imagínese en aquellos tiempos en los que yo me atrevía a atacar la pintura muralista y recibía infinidad de ataques, incluso ciertas agresiones físicas pero yo sabía responder, eso se debía quizás al hecho de que yo afortunadamente desde niño aprendí a boxear, pues mi padre fue boxeador, entonces me puedo defender.
Una vez me acuerdo que tuve un incidente muy desagradable, precisamente en el Museo de Arte Moderno de México cuando se estaba inaugurando y de pronto fui agredido por cinco pintores ahí y entonces como no sabían boxear, me lanzaron campanazos al aire y como yo sí sabía aplicaba un golpe y lo aplicaba como se debería de aplicar. Entonces salí ganando. Los puse a raya.
JB: ¿Alguna mujer lo ha maltratado a usted?
JLC: Físicamente, nunca. Psicológicamente sí. Pero físicamente una mujer que me haya pegado, o me haya dado una cachetada como sucede en las películas. Es muy gracioso cuando sucede en las películas mexicanas, todos estos machos que abundan dentro del cine nacional, pues de pronto reciben una cachetada de una mujer y la respuesta de ellos es la de reírse, ¿te has fijado en eso? Pedro Armendáriz suelta la carcajada después de que se lo suena María Félix.
La esposa del maestro interviene espontáneamente:
Beatriz del Carmen: Ahorita me acordé que te aventó un zapatazo una mujer ofendida.
JLC: Sus razones habrá tenido, pero francamente no me acuerdo.
JB: ¿Cómo reacciona si lo maltrata una mujer?
JLC: Bueno, si me avienta un zapatazo trato de esquivarlo, de cabecearlo y gracias a mis conocimientos del box puedo evitar el golpe.

A las mujeres hay que darles gusto

JB: ¿Cree que la moral de México ha ido cambiando o todavía hay una cortina de nopal en ese sentido del moralismo?
JLC: México sigue siendo un país, sobre todo en la provincia, en la que encontramos actitudes de moralismo un tanto absurdo. No digo los estados de la República, para qué no se vayan a enojar, pero así es.
JB: Y ahora con todos estos movimientos del feminismo, el movimiento gay, ¿cómo se sitúa José Luis Cuevas ante esto?
JLC: Creo que definitivamente hay que darle una libertad a la gente, que viva su sexualidad como le dé la gana, y aquí no surge ningún sentimiento de escándalo. A mí lo que me gustan son las mujeres y ahora la que me gusta es mi esposa. Debo de reconocer que en algún momento sí se me calificó, y se me calificó con acierto, de que era yo muy mujeriego. Y sí, fui muy mujeriego y todas las historias las publicaba en mis “cuevarios”.
La señora Cuevas se adelanta para confirmar la leyenda de su marido.
B del C: ¡Era un descarado!
JB: ¿Alguna vez se le resistió una mujer que haya deseado mucho?
JLC: Ninguna mujer se me ha resistido. Lo que pasa es que ahora sí ya ni me fijo en ellas desde que estoy casado con Beatriz del Carmen; llevamos mucho tiempo, llevamos un año de habernos casado por la iglesia, pero llevamos muchos otros matrimonios por diferentes ritos. Llevamos doce ritos para ser exactos, incluyendo la católica cuando nos casamos aquí en la Catedral. Estoy tratando de recordar pero no, es tan larga la lista.
Aquí el matrimonio Cuevas intercambia unas palabras, casi como si estuvieran solos y el entrevistador formara parte del mobiliario.
B. del C: Pero tú decías que todas te las echabas el mismo día o al día siguiente y conmigo tardaste siete meses.
JLC: De alguna manera sí podría decir que ella se resistió, acabó cayendo por supuesto, pero al principio se resistió. Yo me acuerdo el día que nos conocimos
B. del C: Y orgullosamente siempre decía “es que todas las mujeres me las echo el mismo día o al día siguiente”. Y cuando se enoja me lo recuerda porque me dice “Yo no sé por qué te hice caso después de tanto tiempo, si todas me hacían caso y tú no”.
JLC: Porque sí me rechazó, y me rechazó de forma violenta y molesta ante mi acoso. Su primera reacción fue de eso y se levantó y se fue.
JB: ¿Y qué sintió maestro?
JLC: Sentí refeo, se siente feo el rechazo de una mujer que le gusta a uno.
JB: ¿Y usted qué pensaba Beatriz?
B del C: Siempre me decía una amiga “ten cuidado porque es un gran seductor” y yo “no, no te preocupes Euge, estoy bien”. Pero a los siete meses definitivamente sí me imponía la verdad, el hombre, la personalidad, el artista, todo. Hasta que a los siete meses me dice “te voy a hacer un regalo” y me trae una pequeña Giganta en plata (es la escultura que adorna el patio del Museo Cuevas). El caso es que viene, me la entrega, pero en ese momento me aprieta y me da un beso y ya no pude seguirme resistiendo hasta el día de hoy.
JLC: Y ese rechazo inicial no fue un rechazo definitivo, aunque me llevó mucho tiempo conquistarla. Era la primera mujer que me rechazaba y sentí raro.
B. del C: Era muy simpático porque todas sus técnicas que había agotado no funcionaban.
JLC: Y decía bueno, pero qué más podré hacer ahora para acabar conquistándola. Y lo que yo hacía, porque me había terminantemente prohibido “no vas a estar acosándome, ni me vas a estar hablando de cosas sexuales, porque ya sabes que me retiro. Me voy y a lo mejor ya no me vuelves a ver”, entonces yo procuré hablarle de arte, que es lo que le interesaba a ella. Y así se fue dando nuestra relación que ya lleva desde el 2001, cuando ella me visitó por primera vez, y atrevido que era yo, inmediatamente quise fajarle pero fracasé rotundamente. Siete meses fue lo que duró el tiempo. Ella seguía visitándome interesada en conversaciones cultas, quería que hablara de literatura, o de pintura. A veces escogía algún libro y se lo leía. Aquí sí debo decir que con ciertas malas intenciones porque le leía yo Madame Bobary, que trata de una mujer que engaña, le leí Ana Karenina que también trata de un adulterio, hablaba de mis propias historias y se las contaba sin que ella tuviera nada que ver con eso.
JB: ¿Qué técnicas usa usted para seducirlas?
JLC: Ah caray, me la pones redifícil porque aunque pueda yo abstraerme a la idea de que no está ella presente (mira a Beatriz del Carmen), pero de todas formas las técnicas ella las conoció, sólo que no funcionaron porque no le interesaba yo. Pero pasó algo muy chistoso, en esos siete meses de rechazo de ella, yo le guardaba fidelidad sin ser nada mío. Ahí había dejado a un lado mi fama de seductor, conquistador, de Don Juan y le era yo fiel.
B. del C: Perdón que interrumpa, pero cuando llegué tenía en su estudio una cama del siglo XIX y ahí tenía una colección de fuetes y le dije “¿para qué son?, ¿montas a caballo?” Y él me dijo “sí, soy un gran jinete”, y yo muy crédula. (se dirige a Cuevas) ¡Ya te ventaneé!
JLC: En mi vida había montado a caballo. No, pero de todas formas esos fuetes nunca los usé para pegarle a una mujer.
JB: ¿Y si se lo hubieran pedido?
JLC: Pues quién sabe, a lo mejor sí porque a las mujeres hay que darles gusto.
JB: Ésta es una pregunta que ni Freud se pudo contestar: ¿usted sabe qué quieren las mujeres?
JLC: No lo sé. Mira, no todas las mujeres son iguales. No podemos decir que todas las mujeres actúan de una manera. Las mujeres son diferentes entre sí. ¿Qué es lo que busco en una mujer, o qué es lo que buscaba yo en otras épocas en una mujer? Pues que me atrajera físicamente. Entonces ella me atrajo físicamente desde principio, no se puede decir que desde el primer momento en que la viví surgió el sentimiento amoroso pero sí la atracción.
JB: ¿Es obligación de un hombre quedar bien con la mujer en la cama?
JLC: Creo que es obligación de un hombre cumplirle a una mujer, si la mujer lo pide, pero no ser insistente de ninguna manera. La mujer tiene todo el derecho de rechazar a un hombre que no le interesa.

La siento como mi mamá

JB: Dicen que las mujeres hacen a los hombres primero como madres y luego como compañeras, amantes, esposas, ¿usted qué opina?
JLC: Es cierto, y esto es muy freudiano pero es real. Hay algo en la relación con las mujeres en las que uno está buscando a la mamá, muchas veces a ella (Carmen Beatriz) yo le digo mamá, no “mamacita” que eso ya tiene otro sentido, esa es una expresión mexicana, pero le digo mamá y entonces la siento yo mi mamá, la estoy identificando con mi madre. Mi madre era una persona fantástica, estupenda, no es para hablar de un complejo de Edipo ni nada de esas cosas pero sí en algún momento busca uno en la mujer a la que ama, que quiere mucho, con la que uno vive y comparte infinidad de experiencias. Uno a veces está evocando a la madre que uno tuvo y ella aparte de mi esposa, de mi amante, de mi novia, de todo, también de alguna manera la siento como mi mamá.
JB: ¿Carmen, usted cómo ve a José Luis?
B del C: Yo le digo “Cachito”, para mí es como mi niño realmente, es muy cariñoso, muy protector, yo también soy muy cariñosa y protectora, y los dos somos una melcocha.

L´enfant terrible ahora convertido en grand enfant, mira arrobado a su esposa-madre y la toma de la mano con toda la devoción de sus 73 años.

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