sábado, 27 de diciembre de 2025

La Propina



Una de las costumbres que mejor caracterizan al mexicano en el extranjero es la propina. Los meseros del mundo saben que cuando se trata de demostrar recursos económicos, el mexicano es espléndido. ¿Será porque muchos políticos y empresarios nacionales impusieron esta práctica para enaltecer el buen nombre de México o porque ya es parte de nuestra idiosincracia?

En las cantinas de nuestro país se acostumbra dar el 10% del costo de la cuenta, a juicio del cliente: si se sintió complacido puede dar más; pero si considera que el servicio no estuvo a la altura de sus expectativas puede dejar menos; pero raramente omite esta justa gratificación si no quiere ser señalado como mezquino o tacaño. Sin embargo también existen restaurantes de categoría donde la propina viene incluída en la cuenta e incluso alcanza hasta el 30% del consumo.


La palabra propina proviene del griego, de la raíz pino, que es beber, y de la partícula pro, que quiere decir antes; lo cual significa “antes de beber”. Lo curioso es que este óbolo por lo general se concede después de beber y cuando muchos clientes se vuelven especialmente generosos bajo los influjos del alcohol.

Se dice que esta costumbre nació en los Estados Unidos en el siglo XIX, después de la abolición de la esclavitud, cuando los “generosos” empresarios blancos les daban oportunidad de trabajar a los negros como meseros, peluqueros o botones de hotel, sin sueldo pero con la posibilidad de recibir la propina de sus clientes. Así se mantuvo esta situación hasta que en 1938 se estableció el salario mínimo en la Unión Americana.



En México todavía hay lugares donde los trabajadores viven solamente de sus propinas y otros, centros nocturnos y table dances, donde las taiboleras o las ficheras únicamente ganan un porcentaje de las copas que les paga el cliente.

También hay restoranes donde los meseros trabajan más por la propina que por el salario que perciben, que es considerablemente inferior a lo que un cliente eufórico y con recursos puede darles. De políticos, artistas y narcos se sabe que dan exorbitantes sumas, y que a veces en una noche dejan más de lo que un mesero puede ganar con un mes de sueldo.

Existen estudios que comprueban que algunos comportamientos incentivan inconscientemente el aumento de la propina; desde el hecho de sonreírle al cliente y atenderlo con esmero hasta la manera de caminar y el atuendo; eso lo saben perfectamente las meseras y las hostess que son expertas en obtener beneficios de acuerdo con la dimensión de su escote o la oscilación de sus caderas cuando caminan con la charola de las bebidas como si llevaran un cántaro en el hombro. En el catálogo de las propinas inesperadas se registran desde costosas joyas hasta propuestas matrimoniales.


Me comenta Miguel Ángel, mesero de El Gallo de Oro: “Nunca sabemos qué gente nos toca atender. Un día me tocó una persona muy sencilla, que a la hora de pagar, me dijo muy amable ‘oye me caíste muy bien, eres a todo darՙ, y sacó un fajo enorme de billetes y lo puso en la mesa y me dijo ‘toma lo que quierasՙ y empezó a cabecear.

Yo retrocedí dos pasos porque no vi normal el ofrecimiento. Ya después de unos minutos, el tipo se dio cuenta que no había tocado su dinero. Me preguntó por qué no había tomado nada, le dije ‘sabes qué lo que tú me quieras dar será bienvenido pero no creo que me corresponda tomarloՙ. Nosotros esperamos que los clientes nos den una gratificación de acuerdo con el servicio que les damos, pero cuando eso rebasa nuestra imaginación se presta a desconfianza. Yo por eso me hice el desentendido y no le recibí nada.

Al rato le llamaron por teléfono y en unos minutos se pararon unas camionetotas afuera, de las que bajaron cuatro o cinco tipos enormes, enchamarrados que se llevaron al cliente en hombros. Yo pensé qué bueno que no agarré nada porque luego vayan a decir que tuve algo que ver con la manera en que obtuvieron la lana y me vayan a reclamar, yo no quiero saber ni quién era ese señor.”



Del bar de un centro comercial, me cuenta Eugenio Javier, otra anécdota: “Don Enrique N viene los sábados. Es un empresario norteño, arriba de los cincuenta años, que acostumbra acompañar a su esposa a hacer sus compras. Don Enrique viene al bar, de camisa informal y jeans, se sienta en una de las mesas del fondo a ver el fútbol y se bebe tres cervezas máximo hasta que su señora regresa acompañada del chofer que carga los paquetes. Siempre me llama por mi nombre y me deja propinas muy austeras. Una tarde llega don Enrique con una señora ya mayor, arriba de setenta, que traía un vestido de lino y un sombrero de tul:

-Me traes un Martini… ¿y a usted mamá suegra, qué se le antoja? -le pregunta a la señora.

-Una chaparrita de naranja -dice sonriente la viejita.

-No tenemos ese refresco pero ¿no se le antoja una conga? -le digo muy amistosamente.

-No, Javier, mi suegra no puede tomar –me dice bajito don Enrique.

-Una conga sin alcohol –le digo.

Don Enrique asiente y luego se queda entretenido viendo ganar a su equipo el Monterrey, se avienta unos tragos de más y se para de la mesa a ver los penaltis más cerca de la televisión. Grita “¡Arriba los Rayados!” Brinda con otros bebedores que festejan. Pide unos tequilitas.

La viejita deja su sombrero y se va.

-Ganamos, Mija, le dimos en la mera maceta al América -le dice eufórico a su esposa cuando ella llega escoltada por el chofer que carga varios paquetes.

-¿Y mi mamá? -pregunta su esposa.

Don Enrique voltea para todos lados y nomás ve el sombrero en un asiento junto a la mesa. Pone la mayor cara de apuración que le he visto mientras su mujer enfurece.

Me salgo a buscarla y afortunadamente la encuentro mirando el escaparate de una tienda de juguetes. La llevo a donde están su yerno y su hija con rostros compungidos. Don Enrique suspira aliviado. Me da la mayor propina que me habían dado desde que los conozco.”




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