La crónica es un cuento que reporta hechos reales. El cuento es una crónica de sucesos imaginarios. Su estructura es —o podría ser— idéntica. Excepto por las costumbres, las obsesiones o incluso las manías de cronistas frente a las de los cuentistas. Aquéllos provenientes del periodismo y éstos proclives a la literatura. En realidad muchos cuentos son crónicas a las que el escritor les ha dado un toque para reafirmar la intensidad, para crear más drama o volver la anécdota real un mito, una epopeya. Y también hay crónicas que, por su limpidez, sus múltiples recursos más propios de la literatura y su intensidad, bien pueden clasificarse como piezas literarias. Y sólo exceptuándolas por el hecho de que son sucesos reales, bien podrían ser consideradas cuentos.
Jorge Arturo Borja, con largo camino andado —con más que buena fortuna (léase un talento fuera de serie)— en ambos géneros nos entrega un volumen que contiene cuatro crónicas y otros tantos cuentos.
Con una pluma muy sobria, conteniendo las emociones, Borja nos conduce por narraciones en las que —diría Hemingway— nos muestra sólo la punta del iceberg. Con enorme respeto al lector (y no menos para satisfacción de éste, una más) Borja sondea trasfondos diríamos abismales en cada uno de sus cuentos, de sus crónicas. Para la mayor satisfacción de la inteligencia del lector.
En Retratos y retretes, encontramos a un astuto narrador que dosifica sabiamente la peripecia de la narración para que el lector avezado y no menos el bisoño descubran las tremendas implicaciones —más o menos profundas— de las tramas, tanto de los cuentos como de las crónicas que se reúnen en este volumen.
La obra que en este libro se incluye es una especie de antología personal de un polígrafo que ha trabajado con acierto más que notable desde el guion de televisión pasando por la entrevista, el ensayo, la reseña, el cuento, la crónica, el relato, la novela y hasta la poesía.
Desde crónicas y cuentos de juventud hasta las narraciones, en los mismos géneros, de un escritor largamente experimentado y que se templó en tres ámbitos necesariamente esenciales: Uno, las lecturas prolijas, inagotables; Borja es, en primer lugar, un lector insaciable y, por eso, un asombroso conocedor del cuento tanto mexicano como clásico que fundaron (sin conocerse y seguramente sin haberse leído unos con otros): Maupassant, el francés; Chéjov, el ruso y Allan Poe, el norteamericano. Es harto difícil mencionar en presencia del maestro Borja un buen cuentista (casi) de cualquier nacionalidad que no haya leído. Dos, la preceptiva literaria más extensa y profunda. Esto es, conocedor de todos los géneros y, no menos, con gran profundidad cada uno según los preceptos que, a lo largo de la historia de la literatura se han establecido. Y, tres, la práctica escribiendo desde guiones para la Unidad de Televisión Educativa de la SEP; entrevistas para Canal Once y Radio Educación; artículos para revistas como Voices of Mexico, cuentos para La Guillotina y crónicas para Playboy México.
Desde una mirada absolutamente original, un estilo preciso y sobrio aunque finamente aguzado, las estructuras ya simples o incluso complejas pero que jamás pierden la claridad prístina al poner en primer plano la anécdota —como exige el cuento moderno—. Los personajes que suelen tocar los extremos, desde algunos que son abominables (cada quien los localizará indudablemente) hasta los que terminan siendo amados de necesidad, los inolvidables incluso en la historia; y, como la cereza en el pastel, la amenidad de un narrador sapientísimo, Borja nos regala crónicas que nada le piden a los más exquisitos cuentos y, por otra parte, en los cuentos, de carácter necesariamente ficticio, nos encontramos con narraciones que satisfacen el viejo aserto del maestro Edmundo Valadés —por cierto coordinador del taller de creación en el que, en gran parte, se formó Jorge Arturo Borja—: “Un gran cuento es una narración que se lee de una sentada y se recuerda toda la vida”.
Un maestro de generaciones (y también de degeneraciones: las compulsiones suelen ser el alimento de los artistas) de escritores, tal es Borja, quien, desde hace más de veinte años participa en el Taller de Creación Literaria Eusebio Ruvalcaba, primero como discípulo, luego como codirigente y ahora luego de la muerte del insigne Eusebio —y por encargo expreso (en el lecho mortuorio) del maestro Ruvalcaba—, como señero maestro bajo cuya tutela se han forjado notables escritores y continúa, hasta la fecha, tan perspicua producción.
Borja no es un escritor famoso (como ya empiezan a serlo no pocos de sus antiguos discípulos), pero sí es un artista importante. El más implacable juez: el tiempo, estoy seguro por completo, lo dictaminará más temprano que tarde.
Pterocles Arenarius






















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