sábado, 24 de mayo de 2025

De madrugada en ninguna parte. Capítulo 3. Ángel Cadena


De Madrugada en Ninguna Parte
Capítulo 3.
Ángel Cadena.

La pastilla

Desde que me capacitó nunca habíamos vuelto a trabajar juntos. Al principio porque nos asignaban distintos temas.

Abigael se especializó en telecomunicaciones y yo en productos del hogar y para jóvenes. Después, cuando ya me daban a elegir, nunca me llamó la atención compartir investigaciones con él. En parte por evitar la competencia de uno de los analistas más experimentados y por otro lado porque no me convencía su estilo. Su manera directa y la energía que desplegaba, incluso en las tareas más sencillas, lo convertían en mi antítesis. Para mí los estudios requerían de un ritmo más acompasado, lo cual no tenía nada que ver con la velocidad para resolverlos sino con la búsqueda del quid que me señalara hacia dónde dirigirme. A partir de ahí las piezas iban acomodándose una por una.

Abigael, por el contrario, acostumbraba reunir en poco tiempo la mayor cantidad de información posible para posteriormente poder discriminar lo que le servía. En cuanto la directora daba la instrucción Abigael se lanzaba al ruedo a embestir al bulto, pero lo hacía con tanto sentido que siempre atinaba. Aquel martes, en una oficina con aire acondicionado, lucía sudoroso y resoplante, listo para arrancar.



Aun cuando se esforzaba en mantener impecable su imagen, en el infierno de Mexicali no le quedaba más remedio que acudir constantemente al pañuelo para secarse la frente. En ese lugar se acentuaban los defectos. Si bien yo le llevaba apenas unos diez centímetros, frente a los representantes de los laboratorios, individuos altos y fornidos, se veía más bajo y más corpulento, casi obeso. Y el nombre que en otras circunstancias lo distinguía, entre los tipos rudos de esta región sonaba afeminado, tal vez por eso se mostraba más condescendiente que de costumbre a la hora de afinar la guía de tópicos.

—Me parece que en esta parte del estudio sería conveniente preguntarles sobre el contenido de sus sueños —dijo Abigael con el tono de quien descubriera el agua tibia.

—Precisamente en eso habíamos pensado —contestó uno de los representantes de Medical Pax.

—Disculpen mi ignorancia —intervine yo—, pero ¿qué provecho podría tener esa pregunta en el caso de un somnífero?

Abigael me miró como si yo acabara de entrar a la Agencia y repitiera lo que me decía siete años antes: “Yo soy el que habla. Si tienes alguna duda me preguntas afuera”.

Yo no había estado en las reuniones con los representantes del laboratorio. Joy decidió invitarme de última hora cuando ya estaba el equipo completo: el comunicólogo Abigael Castaños, viejo lobo de mar en los estudios cualitativos, y la psicóloga Karen Arteaga, una de las MA con mayor puntaje y con la condición privilegiada de ser íntima amiga de la jefa. Del otro lado de la mesa un tipo de traje beige y sombrero Stetson, Dennis Keitel, director de marketing de los laboratorios, y otro tipo de bata blanca y lentes redondos que conferían a su rostro cierta apariencia de insecto, el doctor Lucién Garzón, diseñador del producto.

Nunca los había visto pero ya me había tocado tratar con gente de ese medio. El año anterior inclusive había documentado para los mismos laboratorios Medpax, según su acrónimo, las causas y hábitos más comunes de la micción. Un estudio destinado a apoyar el diseño de la campaña de Presil, el “mágico medicamento para el control de la incontinencia”.

—Permítame ilustrarlo —tomó la palabra Garzón—: Onirox, además de ser un somnífero de origen natural, es un estimulante y fijador de sueños. Una cápsula que garantiza el sueño plácido y gratificante, lo propio del dormir; pero también, y esto es lo más importante de nuestro descubrimiento, induce escenas agradables en el cerebro. Onirox garantiza, por lo tanto, un sueño vívido y feliz; “Una visión del paraíso”, como dice nuestro lema. Como el producto está en etapa de prueba no queremos, por supuesto, que el consumidor vea imágenes que le perturben, y mucho menos que éstas queden grabadas en su memoria.

«Cannabis Índica», me vino el flashazo, el negocio era encapsular sin problemas legales lo que se podía cortar directamente del arbusto. Entendí el objetivo del estudio y deseé que esa investigación concluyera antes que mis provisiones. Me disgustaba imaginarme embarrando mis mocasines Gussi en los charcos de los arrabales de Mexicali en busca del hilo de Ariadna.

—Veo que se trata de un descubrimiento muy novedoso —dije en tono de conductor de infomercial. —Ayuda a dormir pero también estimula sueños gratos que se recuerdan, ¿estoy en lo cierto?

Karen y el director de marketing asintieron sonrientes mientras que Abigael y Garzón cruzaron una mirada instantánea. A pesar de la trascendencia del descubrimiento me parecía que éste era otro estudio de mero trámite en el que había que ponderar las bondades del producto. No obstante había una pieza que no encajaba: si el producto era tan maravilloso y no había mucho qué investigar ¿para qué habían reunido a los tres mejores MA de la Agencia?

—¿Midieron en el laboratorio los efectos en el consumidor? —no pude evitar la pregunta tan elemental, que a juzgar por el gesto del diseñador sonó como impertinencia.

—Efectivamente y los resultados fueron satisfactorios en un 90%. La pastilla es un prodigio. No causa efectos colaterales ni adicción y puede producirse a un precio muy económico. Tenemos la patente y los permisos; para lanzarla al mercado solamente nos falta la opinión de los consumidores, es decir su interés de compra y la frecuencia con que les gustaría adquirirla.

—Y por supuesto aquí es donde entramos nosotros —concluyó Abigael fulminándome con la mirada.

—Para preguntarles lo que soñaron —dije con un tono que probablemente les haya sonado a burla porque Dennis Keitel oprimió su Stetson entre las manos antes de preguntar.

—¿Hay inconveniente, amigou?

—Ninguno, míster Keitel —Abigael se deshizo en sonrisas—, no se preocupe, es que mi compañero aún no está muy familiarizado con Onirox, pero en cuanto vea los resultados...

Esta respuesta me provocó más desconfianza que, aunada al malestar que me había dejado una mala noche, me hizo reaccionar exactamente como un MA tiene prohibido si quiere establecer un buen rapport con su cliente.

—Caballeros, aunque comprendo la “trascendencia” del hallazgo, no obstante me parece que averiguar el contenido de las fantasías que tenemos mientras dormimos, es un tema más adecuado para onirománticos o sicoanalistas que para un estudio de mercado.

Abigael se puso pálido. Garzón, juntando las palmas de las manos, como en actitud de oración, me explicó en tono didáctico.

—Señor Cadena, en español la palabra sueño tiene varios significados. Uno, “el sueño”, así en singular, nos indica un fenómeno fisiológico, el de dormir; y el otro, “los sueños”, en plural, nos hablan de la escenificación mental que tiene lugar mientras dormimos. Creemos que en el mercado existen muchísimos medicamentos que inciden en el sueño, en la calidad de nuestro descanso; pero casi ninguno que regule los sueños, es decir las imágenes que nos pasan por la mente.


—Mire, señor Garzón —repliqué con una sonrisa amable pero firme—, yo creo que dependiendo de nuestra salud y nuestro estado anímico, muchas cosas inciden en los sueños. Por ejemplo, si usted se come una Big Mac con doble queso y tocino, antes de irse a la cama, es muy probable que tenga pesadillas...

—Oye, Cadena —me interrumpió Abigael—, te estás excediendo.

—Sólo describo lo que acostumbras cenar —Abigael comenzó a enrojecer.

—Creo que todavía no le queda claro —me dijo Garzón mirándome por encima de los lentes—, Onirox no tiene el mismo efecto que una indigestión. Incide sobre los sueños de una manera muy controlada.

—¿Qué quiere decir con eso? —se me borró la sonrisa.

—Quiero decir que no induce cualquier tipo de sueños placenteros o displacenteros, sino que lleva al soñador a un tipo específico de “fantasías”, como usted las llamó hace un momento.

—¿Qué tipo de fantasías? —le pregunté realmente intrigado.

—Señor Cadena, el propósito del estudio es comparar el resultado que ustedes obtengan de un grupo de consumidores, con el resultado de las pruebas de laboratorio. Así vamos a saber de qué clase de sueños estamos hablando.

Concluyó el doctor cara de insecto para, acto seguido, levantarse de la mesa y despedirse aduciendo que desafortunadamente tenían una cita importante. Nos deseó suerte en las sesiones y salió despidiéndose de mano solamente de Karen. Keitel se detuvo un momento para estrecharnos la mano. Apretó la mía con la fuerza de un reto. Yo apreté igual. Me palmeó la espalda con la izquierda para decirme.

—Ah, osted, ser muy curioso, amigou.


Detrás de ellos salió Karen con paso de modelo en desfile de modas. Sin duda su lenguaje no verbal era más elocuente que cualquiera de nuestros argumentos. Cuando iba detrás de ella hacia el comedor, Abigael me agarró del antebrazo.

—¿Qué te pasa, Cadena? Estuviste a punto de echar a perder un contrato.

—¿No te parece absurdo lo que nos piden?

—Si ya sabes cómo son los estudios, no entiendo por qué después de tanto tiempo haciéndolos ahora te pones tus moños —en ese momento Karen se me perdió de vista—. Ten cuidado, no te vaya a pasar lo mismo que con el estudio de la micción.

—¿Que me pasé qué? —le pregunté molesto.

—Que te saquen porque te pongas necio, Angelito. ¿Ya se te olvidó que te sustituyeron a petición del cliente?

—Mira, A-bi-ga-il, no me sustituyeron, yo mismo renuncié a sostener tantos embustes.

—No me llamo Abigail sino A-bi-ga-el —me dijo muy serio.

—Te llamo con el nombre con que todos te conocen... —me cortó las palabras agarrándome del cuello de mi Pau & Bob.

—Escúchame, imbécil, dale gracias a Dios que soy muy profesional y apenas estamos empezando la investigación —me dijo antes de aventarme al suelo de un empujón y dar la vuelta hacia el bar.

Un empleado del hotel se apresuró a levantarme. Me sacudí las solapas del saco mientras hacía mis respiraciones para tranquilizarme. No me convenía devolverle el golpe en ese momento. Ya habría tiempo de ajustar cuentas.


Esa tarde llevé a cabo mi primera sesión. Los participantes llegaron con puntualidad fronteriza. Yo todavía estaba repasando la guía de tópicos en mi notebook. Era un cuestionario de 83 preguntas divididas en cinco temas. Como siempre la parte introductoria consistía en el invariable cuestionario de calentamiento que servía para medir a los entrevistados. Después de la duodécima empezaban las preguntas importantes.

Eran personas de distintas edades, de niveles C y D, hombres y mujeres que habían probado Onirox, en tres ocasiones, en consumo doméstico; por lo que ya se habían podido formar una opinión acerca de sus efectos. Por el informe de reclutamiento supe que ninguno de ellos había estado en las pruebas de laboratorio.

De acuerdo con la manera en que cada uno decidía su lugar en la mesa rectangular, yo podía inferir quiénes iban a ser los más participativos o los más renuentes entre los ocho invitados. Sus comentarios se registraban por un micrófono oculto dentro de un florero que estaba al centro y se grababan en una cámara oculta, empotrada en una esquina de un salón del hotel, que transmitía las imágenes a una habitación contigua. Desde ahí Karen miraba el desarrollo del grupo de enfoque para tomar notas y auxiliarme en lo que me hiciera falta.

—Buenos días, soy Ángel Cadena. A nombre de Seven Circle les doy la más cordial de las bienvenidas. Siéntanse como en su casa, si gustan hay refrescos y bocadillos que pueden servirse con entera confianza.

Yo presidía la mesa rectangular. A mi izquierda se ubicó una profesionista, mayor de treinta, de las que marcan siempre el título antes de su nombre y creen que éste les autoriza para opinar sobre cualquier tema. En el calentamiento habló de la importancia de la familia y de la necesidad de asegurarle un futuro. A mi derecha se sentó un cuarentón, moreno, de facciones indígenas, quien dijo dedicarse al comercio de legumbres y remataba cada una de sus intervenciones dando las gracias por haber sido invitado. Junto a él, dos amas de casa que intercambiaban chismes y me sonreían con abierta coquetería, inclusive una de ellas, antes de tomar la palabra, se desabrochó el botón más alto de la blusa. Enfrente, a la izquierda, dos estudiantes de una universidad tecnológica que atendieron más a los refrescos y bocadillos que a los comentarios del grupo. Del otro lado de la mesa una enfermera que iba al trabajo y se cuidaba de no manchar el uniforme, y un oficinista desempleado que había traído su currículum buscando una vacante en la agencia. No se podía exigirles mucho. Los reclutados habían aceptado intervenir porque se les había pagado una cantidad mínima por cada una de las tomas de Onirox.

La sesión transcurrió sin mayor novedad. Se habló de lo práctico que sería empacar la pastilla en una cajita igual a la de otros medicamentos de venta libre. De su color rojo vivo parecido al de una luneta, pero con la diferencia del tamaño menor para el medicamento. Se mencionó que quienes la habían disuelto en la boca en vez de tragarla, le notaron un sabor dulzón, y que había un verdadero interés de compra aunque era preferible consumirla en situaciones de descanso como un fin de semana o unas vacaciones. En fin, se dijeron comentarios muy positivos sobre el producto.

Entre las observaciones de mi notebook, hasta la pregunta 54, la única anotación importante mencionaba que la generalidad de los consultados coincidía en que gracias a Onirox era posible soñar más y recordar mejor cada sueño. Pero en este punto dos comentarios llamaron poderosamente mi atención.

Uno de los estudiantes contó un sueño. Estaba bailando en una discotheque con varias modelos, quienes se disputaban su compañía. Lo más curioso es que recordaba claramente la letra de una melodía muy pegajosa en la que se repetía la frase “visitar el paraíso”. Inmediatamente la asocié con el slogan de la pastilla. Y pensé que tal vez ya había escuchado la campaña.

La enfermera intervino para decir que era la primera ocasión en que recordaba tan nítidamente un sueño. Dijo que ella se había visto de noche en un hermoso bosque, en donde había arroyuelos plateados y un cielo lleno de estrellas que de pronto comenzaron a alinearse en forma de letras M, A, P y otras, que empezaron a girar en círculo hasta formar la palabra “pez mad” o algo semejante. Preguntó si la segunda palabra tendría algún significado, ¿qué era ese pez loco que formaban las letras?

La profesionista afirmó en tono de gran revelación que un pez simbolizaba la energía del inconsciente que buscaba manifestarse, pero si estaba loco, tal vez era porque tenía problemas emocionales o económicos. Cuando quiso explicar qué significaban las estrellas la interrumpí preguntándole a cada uno qué era lo más memorable que habían visto con las tomas de Onirox. Me describieron una serie de escenarios de ensueño. Habían contemplado atardeceres en playas tropicales, esquiado en sierras nevadas, recibido el rocío de cascadas selváticas en las que revoloteaban mariposas fluorescentes, y olido y saboreado los manjares de cenas en cruceros de lujo. Increíble. No había ninguna vista desagradable.


Cuando las opiniones son tan unánimes los MA desconfiamos por principio. Las personas, sin importar su nivel social, mienten con facilidad. En ocasiones para sacar ventaja u obtener beneficios, otras por proyectar una imagen hacia los demás pero también para sí mismos o simplemente por pura cortesía, por uniformar sus opiniones como grupo.

Solamente el desempleado hacía la nota discordante: se encontraba acostado en una hamaca cuando se le apareció de repente un hurón que lo miraba insistente, como si tuviera una duda que el soñante debía despejarle. Ésa, a mí modo de entender, era la única escena natural. Las demás parecían comerciales de televisión. Pensé que la generalidad de los consultados mentían, pero que era el justo resultado al absurdo de preguntarles por el contenido de sus fantasías oníricas.

Las dos horas y media se fueron como agua. Karen me envió una tarjetita diciendo que ya habíamos rebasado el límite de tiempo. Pude concluir que los consultados, en su mayoría disfrutaban contando sus experiencias oníricas y que solamente lamentaban desconocer el significado de las imágenes. Pensé medio en broma, medio en serio, que a la caja de Onirox debía añadírsele un manual de interpretación para que el producto fuera realmente un cañonazo.

—A nombre de Seven Circle y del mío propio, no me resta más que agradecerles su presencia y su colaboración. Por favor no se olviden de pedir en la oficina de registro sus vales de supermercado. Son una pequeña compensación por el tiempo que tuvieron a bien brindarnos para esta sesión.

Los participantes aplaudieron y pasaron a despedirse de mano uno por uno. La profesionista me dio una tarjeta por si necesitaba un seguro, ella me ofrecía un buen plan armado a la medida de mis necesidades. Una de las amas de casa me escribió en un papelito doblado su número telefónico y los horarios en que podía llamarle para ir a “tomarnos un cafecito”. El hombre moreno se detuvo hasta el final para decirme que había olvidado hacer las tres tomas y le sobraba una de las pastillas. Seguro de que nadie me veía desde la cámara, estiré la mano y le sonreí. Me dio un sobrecito de plástico blanco, sin marca, que guardé en el bolsillo interior del saco mientras él se despedía agradeciéndome de nuevo la invitación.

Salí para preguntarle a Karen cómo había visto la sesión. Me contestó que muy bien y se puso a comparar sus notas con las mías. Le pregunté, como de pasada, que desde cuándo había iniciado la campaña del producto. Ella dijo, para mi sorpresa, que de nuestros resultados dependía la fecha de arranque.

¿Entonces dónde había escuchado la frase publicitaria el estudiante? Pensé que tal vez en los laboratorios.

—¿Oye, Karen, a los consultados les entregaron las pastillas en el laboratorio?

—No, se las dieron a través de la agencia. Los de Medpax no quieren que en los focus groups se relacione el producto con el nombre de la empresa.

¿Y la mención del slogan se trataba de una coincidencia o de una visión de las que dicen que a veces se aparecen en los sueños?


En la noche, justo cuando se me cerraban los ojos leyendo la libreta del alcohólico, recibí llamada de Joy.

—Hola, cariño, ¿cómo vas con el estudio?

—Muy bien Joy, la opinión de los consultados es muy positiva. El producto va a tener buen mercado. Te agradezco que me hayas incluido en el equipo.

—Ya lo sé, corazón, no me quieras dorar la píldora. Te pregunto por las diferencias que tuviste con el cliente, no te hagas.

—Ah, eso... creo que te informaron mal, Joy, se trató de simples observaciones a la guía de tópicos.

—Pero que no les gustaron ni a Kaitel ni a Garzón, ¿verdad?

—Fue un incidente... Seguro te lo contó Abagail. Ya sabes que le gusta exagerar y el calor lo han puesto muy susceptible.

—No quieras limpiarte con Castaños, muñeco, todos sabemos que tú eres a quien le gusta irse de la lengua.

—Me confundes, Joy, no sé qué pudo decirte Abigail y qué le creíste. ¿No le notaste un tono raro cuando te lo contó? No es por exhibirlo, Joy, pero desde que salimos de ver al cliente se metió al bar y ni siquiera estuvo para la sesión. Te lo puede decir Karen.

—Me dijo que tuvieron un altercado.

—En efecto, yo le llamé la atención por su comportamiento y se molestó cuando lo llamé por su nombre y casi se me va a los golpes. No le respondí porque soy un profesional.

—Me imagino el osote.

—Afortunadamente se habían ido los clientes. Yo te recomendaría que hablaras con él, no para llamarle la atención, ¿verdad?, sino para advertirle que esa conducta es perjudicial para el equipo y para la agencia.

—No te preocupes, tesoro, voy a hablar con él. Por el momento nada más te encargo que no te confrontes con nadie y que las observaciones negativas las comentes solamente con Karen —y luego concluyó en un tono de lo más insinuante—, te lo ruego, cariño, hazlo por mí.

—Joy, ya sabes que por ti soy capaz de tirarme de cabeza a un pozo.

—No es para tanto, mi vida, pero acuérdate que acá en nuestra empresa te va a estar esperando tu premio. No te desesperes.

Joy colgó pronunciando el ciao más prometedor que yo había escuchado en mi existencia. Y me dejó atrapado entre dos emociones contradictorias. Por un lado estaba molesto por el chisme de Abigail y por el otro excitado por la promesa de la jefa. Qué me costaba hacer las sesiones faltantes y terminar rápido el análisis. ¿Aceptaría una invitación a comer con un simple mortal? Joy no era nada remilgosa y a pesar de su origen en alguna ocasión inclusive nos había acompañado a cenar antojitos en una fonda.

Por otra parte ya suponía que Abigail iba a reaccionar de esa manera. Pero le había salido cola. Una cosa es que se rumorara en la agencia que cualquier MA tenía un defecto y otra muy distinta que abiertamente se le señalara. Si bien cada uno de nosotros tenía distintos modos de combatir el stress, por lo general lo hacíamos en la intimidad de nuestras habitaciones. Había quienes usaban el Prozac o la meditación trascendental. Yo apostaba por la austeridad de la Cannabis Índica que estimula el ánimo deductivo y el sentido analítico y puede disimularse con gotas para los ojos o gafas oscuras. Abiagail prefería el Hennessy que dejaba huella en el aliento y en las facturas del hotel. Bien merecido se lo tenía.

Tantas emociones me despertaron el apetito. Acudí en busca de mi calcetín secreto a la caja fuerte. Me detuvo una ligera sospecha. ¿Y si los consultados hubieran dicho la verdad? ¿Y si Garzón realmente hubiera descubierto algo extraordinario? Aunque sé dominar mis impulsos, pudo más la fuerza de la curiosidad que la costumbre. Fui hasta mi saco y saqué el sobre de la bolsa. Lo abrí con cuidado. Tomé la pastilla entre mis dedos para mirarla. Roja y reluciente, tentadora como un rubí. «¿Podrás enseñarme algo que yo no sepa?», pensé incrédulo, y me la llevé a la boca sin saber que su efecto me iba a cambiar la vida.



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