Prólogo
El alcohol y la literatura siempre han volado juntos.
El alcohol siempre ha sido un gran catalizador de las emociones que hacen crepitar el ingenio. Y la literatura siempre ha tenido la capacidad de convertir la emoción pasajera o profunda, en sentimiento escrito.
En Los demonios de la ebriedad, alcohol y literatura se potencian mutuamente para llevar al lector a un recorrido etílico-erótico-musical, acompañado de grandes bebedores de la literatura.
El alcohol siempre ha sido un gran catalizador de las emociones que hacen crepitar el ingenio. Y la literatura siempre ha tenido la capacidad de convertir la emoción pasajera o profunda, en sentimiento escrito.
En Los demonios de la ebriedad, alcohol y literatura se potencian mutuamente para llevar al lector a un recorrido etílico-erótico-musical, acompañado de grandes bebedores de la literatura.
Se dice que al bebedor se le reconoce por la forma de agarrar el vaso. En este poemario, Alejandro Rojas Espinoza ensaya distintos brindis y distintas maneras de deslizarse en los efectos del licor y el fermentado. Con el aguardiente se recuerda la voz oscura de Pessoa, quien fue también un bebedor asiduo al famoso Águila Negra y que alguna vez recomendó en sus fragmentos para una poética: “Si un hombre escribe bien sólo cuando está borracho, le diré: emborráchate. Y si me dice que su hígado sufre con ello, le responderé: ¿qué es tu hígado? Es una cosa muerta que vive mientras tú vives, y los poemas que escribes viven sin plazo.”
Con el coñac, se puede evocar la épica sordina del inmortal López Velarde, quien escribió La suave patria sobre una mesa de La Rambla, y que por eso afirma en sus versos que las hijas de la patria “atraviesan como hadas,/ o destilando un invisible alcohol/ vestidas con las redes de tu sol (…).”
En el tequila resuena el habla tabernaria de Renato Leduc, quien le dio punto final a su “Prometeo sifilítico”, después de varios caballitos en La Puerta del Sol, y que por esa vocación autodidacta que desarrolló en los sagrados recintos del licor, aseguraba que “a las cantinas debe llamárseles universidades”.
En el whisky se recuerda la voz grave y varonil de Eduardo Lizalde, aficionado al bourbon, quien en su poema “Vino, mujeres y canto”, afirma que “No basta acaso/ -cautela, imberbes-,/ ser docto en las tabernas y congales/ para hacer buena prosa./ Más suele resultar indispensable.”
En el ron, el vodka y el mezcal, sin duda se recuerdan las sabias palabras de nuestro maestro, Eusebio Ruvalcaba – y digo nuestro porque Alejandro Rojas y quien esto escribe, tuvimos la fortuna de conocer y combeber con tan insigne personaje-, quien sostenía en su poema “Le gustaban los muertos”, que entrar a una cantina era como entrar al palacio de Buckingham porque “Un lugar donde impera el respeto y la/ Comprensión es un lugar sagrado.”
Así Los demonios de la ebriedad, resulta una especie de borrachera lúcida de muchos licores y muchas cantinas, acompañado de los brindis y los ecos de las voces y la música de Malcolm Lowry, de Bob Dylan, de Brahms; llevando a cuestas las antiguas derrotas que arrastra el bebedor, pero con la firme convicción de que en un mundo de vencedores imbéciles, más vale ser un derrotado por el alcohol y sus efectos, que nos hacen alcanzar la gloria aunque sea por un momento.
En versos largos, desenvueltos, casi acariciando el versículo, se habla de licores que propician el fornicio, de la tierna caricia de esa garra salvaje que nos tumba y nos remata aunque haya sido destilada con los procesos más exquisitos. Se habla de cantinas como el salón Marsella, El Nivel, La Ciudad de los Espejos, que ya no existen, se habla de tiempos que no acaban de transcurrir y de personas que son objeto de nuestro más rabioso deseo.
En fin, en Los demonios de la ebriedad reconocemos a un poeta por la forma de entonar su canto. Después de todo, beber una copa: con coraje, con tristeza, con celos, con amor, no es más que una metáfora de cómo vamos tomando la vida.
Jorge Arturo Borja.
Ciudad de México
7 de octubre de 2022.
RÉQUIEM POR UNA CANTINA
En memoria de "El Nivel"
Para Jorge Arturo Borja
Tengo la necesidad
de gritarle a la vida que me ha fallado,
que ni siquiera es la sombra de lo que esperaba.
Tengo la necesidad de patear el desánimo lo más lejos de mí,]
y que no se detenga, que no pare en las virutas de aserrín.]
Que resbale como lo hace el alcohol por la sangre
mientras pregunto al comensal de al lado sus razones,
el por qué su alma se ha convertido en una vasija que aguarda]
que alguien le deposite un escupitajo o una mirada llena de piedad.]
Quisiera comprender así la calma,
este merodeo en el cuerpo, el trastorno que arroja la bilis]
cuando orino y veo estallar el tibio pálpito de luz
que salpica las puertas de la belleza y moja sus piernas.
Preguntaré entonces sin problema alguno,
sin disimulo ni pena por la dulce voz de la mujer ajena que mira a un desconocido.
Preguntaré por los suaves proverbios
que salen de su boca
con esa lascivia milagrosa
que acompaña el sereno de la noche.
Alejandro Rojas Espinoza
Para Valentín Almaraz
En sus rostros no había dureza ni crueldad.
Conocían la muerte mejor que la ley, y sus recuerdos eran múltiples.
Permanecían ahora sentadas en fila, inmóviles, heladas,
sin discutir, sin decir una palabra, petrificadas.
Malcom Lowry
I
Estruendo y bullicio rodean la penumbra
de un hombre que bebe solo.
Su mirada y la sed de mezcal
hacen saltar cristales de un vaso por el suelo.
Los ebrios y sus salvajes carcajadas,
sus lascivas formas que se reúnen
en los cuerpos de las mujeres
cuando descubren el llamado del deseo.
Imagina el brillo de ese líquido
tibio y espeso sobre sus espaldas.
El semen como un húmedo relámpago
lleno de furia y tempestad.
Una casacada de piedras rojas
se aloja en los ojos de otros hombres
que zanjan sus difernecias afuera del lugar,
sobre la tierra caliente.
II
Contempla el elixir cuando llega a su mesa.
Lo sorbe como agua bendita.
De golpe una idea se vierte como un instinto
forastero en un pueblo lejano.
Una mujer se acerca
y le murmura algo.
Devuelve una sonrisa fingida
mientras le toca el culo
y una música poco conocida
hormiguea por toda su sangre.
Afuera,
los faros y los zopilotes hacen ronda
en la boca de los muertos.
Alejandro Rojas Espinoza
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