Desde diciembre de 2023 está en circulación Día de Muertas, cuentos sobre el feminicidio, cuarta plaquette que el Taller Eusebio Ruvalcaba publica en colaboración con la editorial Eterno Femenino. En este número cuatro autoras: Guille Acosta ("No dejes de mirarme"), Leslye Gómez ("La protesta de las muertas"), Lidia Hernández ("El Gelish") y María Montes de Oca ("Vicenta") aparecen con tremebundas historias sobre un problema que nos rebasa. Acompaña a las autoras, en el prólogo, la prestigiosa periodista y activista Lydiette Carrión.
Como se dice en la contraportada: "Lo peor es que estos relatos son más que ficción; son espejos de una realidad que supera cualquier narrativa".
Prólogo
Feminicidios. A veces siento que el tema está agotado, porque hablamos de ellos todo el tiempo. Al menos desde el periodismo. Y después de tanto dolor me pregunto quiénes escriben, por qué y para qué. Pero más aún, quiénes nos leen. Hace poco leí un estudio que exploraba el hecho de que la mayor cantidad de lectores sobre crímenes sexuales son –somos– mujeres. Y en este sentido hay algunas hipótesis de por qué. Una de ellas es que tratamos de entender.
Quizá por eso las mujeres también escriben sobre feminicidios en la ficción. Y probablemente cada vez con más y mejores herramientas. ¿por qué no solo leer sino escribir? Quizá y entre otras cosas, por lo mismo: para entender. Para tratar de sentir lo que siente una víctima. Creo que cuando las mujeres escriben quieren –queremos– elaborar algo de nosotras mismas. De sus miedos, del miedo a que nos pase personalmente, del miedo a que le pase a una niña o una mujer que amamos. Pero este saberse en riesgo no siempre es consciente. Muchas veces, ni siquiera así podemos sentir, o entender, y solo damos vueltas en círculos. Rumiamos el miedo, el enojo. Y, pues, a veces está bien. El entendimiento, el dolor, la realización de vulnerabilidad viene a cuenta gotas, por pedacitos.
Finalmente viene la denuncia. Pero esta también llega poco a poco. Denunciamos a medias porque la mayor parte del tiempo ni siquiera con lo obvio que parece ser, logramos expresar lo doloroso, la impronta de un feminicidio: los hijos huérfanos que quedan con el padre feminicida. Los hijos que culpan a quien antes amaron. La “honra” destruida. El crecer en soledad.
Es así también que al feminicida no lo vemos, y él mismo no se quiere ver. Y logra ocultarse ante sí mismo. El monstruo es otro, siempre otro. No hay un saber-se criminal en la mayor parte de los casos. Es algo que se escapa a la conciencia, por más absurdo que parezca. Es algo tan subsumido en el cotidiano, que el quitar la vida a alguien que alguna vez tuvo confianza parece irreal. Algo que no existe mientras se lee la revista Quién sentado en la taza del baño.
Así como el otro no es consciente de su criminalidad, nosotras empujamos hasta el fondo de la conciencia el miedo que sentimos. Quizá porque lo sentimos todo el tiempo, quizá porque nos han advertido que la mejor defensa es la docilidad. Indefensión aprendida, le dicen desde la academia. Llamarlo de este modo a veces ayuda, pero otras no. Cuántas veces nos hemos sentido culpables al percatarnos que de nuevo hemos estado en riesgo… y nos culpamos a nosotras mismas. Porque no dijimos no suficientemente rápido. Y de nuevo cargamos con la culpa nosotras, por “no sabernos cuidar”... a veces, repito, siento que no hay nada más que hablar. Pero todas necesitamos hacerlo. Y necesitamos escuchar. Sigue siendo un presente, una herida, un tema que nos apela de forma insospechadamente profunda, dolorosa, pero sordamente. Cada relato refleja nuestros miedos y también nuestros propios espejismos y distorsiones. Así es como cada vez que una mujer decide escribirlo, hay un pequeño terremoto. Y aquí hay algunos de ellos.
Lydiette Carrión
Es así también que al feminicida no lo vemos, y él mismo no se quiere ver. Y logra ocultarse ante sí mismo. El monstruo es otro, siempre otro. No hay un saber-se criminal en la mayor parte de los casos. Es algo que se escapa a la conciencia, por más absurdo que parezca. Es algo tan subsumido en el cotidiano, que el quitar la vida a alguien que alguna vez tuvo confianza parece irreal. Algo que no existe mientras se lee la revista Quién sentado en la taza del baño.
Así como el otro no es consciente de su criminalidad, nosotras empujamos hasta el fondo de la conciencia el miedo que sentimos. Quizá porque lo sentimos todo el tiempo, quizá porque nos han advertido que la mejor defensa es la docilidad. Indefensión aprendida, le dicen desde la academia. Llamarlo de este modo a veces ayuda, pero otras no. Cuántas veces nos hemos sentido culpables al percatarnos que de nuevo hemos estado en riesgo… y nos culpamos a nosotras mismas. Porque no dijimos no suficientemente rápido. Y de nuevo cargamos con la culpa nosotras, por “no sabernos cuidar”... a veces, repito, siento que no hay nada más que hablar. Pero todas necesitamos hacerlo. Y necesitamos escuchar. Sigue siendo un presente, una herida, un tema que nos apela de forma insospechadamente profunda, dolorosa, pero sordamente. Cada relato refleja nuestros miedos y también nuestros propios espejismos y distorsiones. Así es como cada vez que una mujer decide escribirlo, hay un pequeño terremoto. Y aquí hay algunos de ellos.
Lydiette Carrión
La protesta de las muertas
Leslye Gómez
Salvatori estaba sentando en la taza del baño, su trasero se salía de los laterales y su prominente panza se desparramaba en sus piernas. Leía revistas costosas de chismes de espectáculos, era un gusto culposo desde que su madre se las escondía cuando era niño. Ahora, podía pasar horas en el baño leyéndolas hasta que se le quedara marcada la taza en las nalgas y piernas.
—¡Pinches viejas! No dejan ni cagar a gusto —dijo al tiempo que se limpiaba el culo con una mano y sostenía con la otra la Quién más reciente que anunciaba la lujosa boda de uno de los colaboradores más cercanos del presidente en turno, a la que por supuesto, Salvatori había asistido.
Su hábito había sido interrumpido por su jefa, la gobernadora del estado de Morelos, que requería urgentemente que fuera a verle para “arreglar un asuntito”. Salvatori era el último hijo de una familia de magistrados, ministros, jueces y abogados corruptos, cercanos a la política del partido conservador y había vivido toda su vida sin hacer el menor esfuerzo, con chofer, guardaespaldas y mujeres que hacían todo para él. Había estudiado en una de las universidades más prestigiosas de la Ciudad y conseguido su primer trabajo como abogado del partido, gracias a su padre un Ministro polémico por haber logrado echar para abajo —se rumoraba que con amenazas— la primera legislación que permitiría despenalizar el aborto en Morelos. Salvatori era un regordete de piel blanca con bigote bien arreglado que estaba acostumbrado, herencia de su padre, a hacer todo desde la impunidad, así que había saltado a su puesto de Fiscal de Desapariciones tapándoles sus asuntos inconfesables a distintos políticos o desapareciendo a personajes incómodos y eso no era ningún secreto porque el cobijo de la corrupción le permitía cometer torpezas a la hora de actuar.
—Tenemos otro cuerpo, Salvatori, ¿Dónde chingados te metes siempre que te busco? Ya me está preocupando que nos estén viniendo a tirar a las pinches muertas del otro estado, algunas pues, porque a las que son nuestras pues ni pedo habrá que hacer algo, como este wey tan pendejo es el hijo de los Jalil el dueño de los restaurantes Corinto, y no le puedo decir que no porque su papá financió la campaña, además quesque era amigo de mi abuelo. Haz lo tuyo chingadamadre, Salvatori —soltó la gobernadora casi a gritos.
—Ahorita vamos a salir en chinga a la prensa para que nos ayude, como con la otra me están diciendo que también estaba ahogada de borracha entonces podemos decir que se la cargó la verga vomitando, ya nos ha funcionado, dijo Salvatori muy seguro de su plan
—Haz lo que te salga de los huevos pero hazlo en chinga porque la jefa de Gobierno va a estar chingando y como quiere ser presidenta y la culera anda en campaña va a empezar a chingar.
Salvatori salió de la oficina encabronado no estaba muy contento con que una mujer le diera órdenes pero la cuota de género había sido muy bien negociada —por cierto por su tía la magistrada— y eso había permitido a algunas mujeres llegar al poder.
Efectivamente habían encontrado en la carretera el cuerpo de una joven de 27 años a la que había matado el hijo de un empresario al que había que encubrir. Salvatori dijo en la conferencia de prensa que no podía considerarse feminicidio porque la autopsia revelaba ahogamiento por broncoaspiración, o sea que se había ahogado con su propio vómito por el nivel de alcoholización que traía.
La mayoría de los invitados a la conferencia eran medios alineados a los que Salvatori había comprado con una cantidad de dinero quincenal, salvo un par a los que no podía comprar pero que no representaban mayor peligro porque sus publicaciones sólo se leían en algunas colonias pobres y alejadas del círculo político. En Morelos parecía que no había pasado el tiempo, las redes sociales no tenían tanto eco porque las familias de los poderosos, una de ellas la de Salvatori, tenían muy bien controlado el estado.
Enterraron a la muertita o en eso estaban cuando apareció otro cuerpo, como nadie había hablado de éste enterraron a las dos, pero no le habían acabado de avisar a Salvatorio cuando apareció uno más. Ese día aparecieron seis cuerpos más en la zona fronteriza de Morelos justo de lado donde Salvatori tenía jurisdicción.
—Esto ya no es algo al azar, esto es para chingarnos, pero vamos a ver a dónde topa a la chingada total que hay un chingo de terreno para enterrar a todas las viejas —pensó.
En la Fiscalía se acumulaban reportes de desapariciones, pero también de encontradas muertas.
“Señas particulares: tatuaje en brazo izquierdo con la palabra ‘Nenaՙ y un rostro sonriente, tatuaje en pecho con una cruz y la leyenda ‘Jesús en ti confíoՙ; mujer encontrada en una bolsa blanca en la carretera; mujer encontrada en una caja con el cuerpo mutilado sin identificar”, decían los expedientes que se apilaban en las oficinas de la Fiscalía.
—Señor tenemos un problema —le dijo Melquiades, su segundo a bordo, un abogado de medio pelo, fiel a Salvatori que le había ayudado a contratar gente de Tláhuac, donde vivió toda su vida para que cometieran sus trapacerías y desapariciones.
—¿Qué chingados hicieron ahora pendejos?
—Tenemos otros seis cuerpos y con esos ya son...
—Ya sabía eso, estás todo pendejo.
—No, no me está entendiendo, seis más.
—No mames, Melquiades, no estés con tus mamadas ¿cómo van a aparecer seis más en dos horas?
—Vigilen la carretera o quién hijos de la chingada los está viniendo a tirar o qué, a ver háblale al pendejo del Cachetes a ver qué está pasando, si no pueden mandar vigilancia ahí a toda la franja de la frontera del estado, ahora resulta que aquí están apareciendo todas.
Salvatori empezó a sentir ansiedad porque no sabía qué hacer y como cuando era niño cuando se sentía inseguro le daban ataques de pánico y se estriñía por no saber qué hacer. Cerró la puerta de la oficina y se metió al baño, la lectura de las Quién le daba cierta calma, como que le recordaba que su familia estaba retratada ahí porque tenían una posición más alta y eso le aclaraba las ideas.
Se acordó de la cena de la boda. Langosta, caviar baeri de Siberia porque estábamos en épocas donde había que hacer todo con la bandera de la austeridad, pastel de queso mascarpone, le rugieron las tripas de acordarse y se le hizo agua la boca por los bushmills 10 años que se bebió ese día que tuvieron que llevarlo cargando a su casa después de haberse caído de bruces en medio de la pista por intentar bailar payaso de rodeo. Los 120 kilos de la res quedaron ahí en medio, claro de eso no había foto porque un Fiscal no hace esas cosas.
Estaba intentando calmar su ansiedad cuando Melquiades tocó la puerta, venía acompañado del Cachetes, un gordo medio tartamudo que le explicó a Salvatori que había un asunto extraño en la aparición de cuerpos de mujeres, no estaban apareciendo, sino que habían sido desenterradas de dónde las habían enterrado antes.
—No mamen, cómo va a suceder eso así nomás, pues las volvemos a enterrar y ya a la verga ¿o no pueden? —grito mientras golpeaba el escritorio de cedro que se mandó a pedir y por el cual había tenido una discusión con la gobernadora, que había sido un triunfo para él.
En dos horas ya habían aparecido otros cuatro cuerpos y la prensa comenzaba a investigar lo que pasaba, no dejaban de llamar. Salvatori no bebía en la oficina pero ese día se sirvió un escocés Macallan de 1926, un pieza de colección que le había heredado su padre y que según sabía ostentaba un reposado de 60 años en barricas, y solo se habían producido 40 botellas en el mundo.
—A ver pinche Cachetes, llévate toda la PDI (Policía de Investigación) que necesites, a ver qué chingados hacen pero me las vuelven a enterrar antes de que alguien de los medios se de cuenta y empiece a chingar —instruyó.
El Cachetes y Melquiades hicieron lo que pudieron pero pronto había montones de cuerpos curiosamente solo de lado de Morelos, en la Ciudad contigua dejaron de encontrar mujeres desaparecidas y todas las que se consideraba habían sido asesinadas por feminicidio comenzaron a aparecer de lado de Morelos.
Nadie sabía cómo aparecían, nomás de pronto iban encontrando cuerpos a todo lo largo de la zona fronteriza, eran primero 12 y para la siguiente hora ya se había multiplicado el número a 24 y luego a 48, parecía una especie de brujería extraña.
El télefono rojo de Salvatori, desde donde le hablaba la gobernadora no dejaba de sonar, su whatsapp y telegram empezó a saturarse con mensajes. El monitoreo le mandaba todas las muertas que estaban encontrando y él no supo qué hacer, estaba encerrado en el baño tomando el whiski que había reservado para cuando se casara.
Se salió de la oficina y se fue a una cabaña que nadie conocía, que estaba ubicada dentro del bosque y camuflajeada como una vivienda humilde. La había construido para tener un remanso de paz y para llevar amantes de ocasión que luego desaparecían. En este momento él también quería desaparecer, porque no sabía cómo explicarse lo que estaba ocurriendo. Al llegar se puso a leer las revistas de espectáculos que tenía apiladas por toda la cabaña y a tomar todo el whisky que pudo, mientras en la Ciudad la gobernadora salía a declarar atropelladamente que alguien de otro estado estaba “sembrando” los cuerpos, una versión tan inverosímil y absurda como lo que realmente ocurría, que tampoco tenía explicación alguna.
Los funcionarios iban y venían, Melquiadas intentaba apagar las llamas como podía y se soplaba los gritos de la Gobernadora. Salvatori estaba intentando cagar, se estaba haciendo de noche y ya estaba pedo, fue entonces cuando le llegó un olor pútrido se asomó al patio y había un cuerpo, no supo qué hacer. Era Martha una novia que había querido mucho pero que cometió el error de engañarlo con uno de sus mejores amigos, que después desapareció dejando una nota de que se iba con el amor de su vida, como su familia era de clase media, Salvatori les había dado tres millones de pesos, un departamento y un mercedez benz para que se olvidaran de seguirla buscando y al parecer la mala relación que la mujer tenía con sus padres ayudó a que así ocurriera.
Como pudo arrastró el cuerpo atrás de la cabaña, la enterró de nuevo y siguió bebiendo. Encontró algunas latas de caviar y de comida y se atascó, estaba en eso cuando volvió ese olor a podrido. Cuando se asomó el cuerpo de Martha estaba otra vez en el patio frontal y no había ningún hoyo. Salvatori pensó que se estaba volviendo loco y entonces bebió más whisky y comió compulsivamente, abrió latas de caviar, de sardinas, de atún blanco premium reserva, de alcachofas y hasta de caracoles, comenzó a comer con las manos como desesperado como si la comida le fuera a dar una explicación de lo sucedido. En uno de esos bocado Salvatori se ahogó, se broncoaspiró y cayó al piso, su cuerpo quedó ahí tirado. Entonces dejaron de aparecer cuerpos, así nada más, en cuanto él murió.
FIN
Lydiette Carrión Rivera Nació en Veracruz; es periodista independiente y escritora mexicana. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM. Es egresada de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM). Es coautora junto con las periodistas Cristina Salmerón y e Isabel Montoya del manual Un manual urgente para la cobertura de violencia contra las mujeres y feminicidios. Ha publicado en diversos medios, portales y realizado investigaciones periodísticas que visibilizan la violencia en contra de las mujeres en diversos contextos de México. Ha sido colaboradora de El Universal Gráfico y es autora de La fosa de agua (Debate, 2018), valiente reportaje que documenta la desaparición de adolescentes en el Estado de México.
Leslye Gómez: Periodista, loca, atea, feminista, irreverente, caótica, desquehacereada, parroquiana de cafés y cantinas, experta en aplanar calles. Entusiasta promotora de discusiones estériles. Aporreadora de la tecla desde los 18 años. Ha escrito para dos de los diarios más grandes del país: Reforma y Universal. Publicó crónicas de las Islas Marías, desastres naturales, protestas magisteriales, marchas feministas y eventos políticos. Ha entrevistado a distintos personajes públicos. Se refugió en la ficción después de comprender tarde que ya la realidad nos superó. Alumna del taller de Eusebio Ruvalcaba, además cursó el diplomado en creación literaria en la Escuela de Escritores de México.
—A ver pinche Cachetes, llévate toda la PDI (Policía de Investigación) que necesites, a ver qué chingados hacen pero me las vuelven a enterrar antes de que alguien de los medios se de cuenta y empiece a chingar —instruyó.
El Cachetes y Melquiades hicieron lo que pudieron pero pronto había montones de cuerpos curiosamente solo de lado de Morelos, en la Ciudad contigua dejaron de encontrar mujeres desaparecidas y todas las que se consideraba habían sido asesinadas por feminicidio comenzaron a aparecer de lado de Morelos.
Nadie sabía cómo aparecían, nomás de pronto iban encontrando cuerpos a todo lo largo de la zona fronteriza, eran primero 12 y para la siguiente hora ya se había multiplicado el número a 24 y luego a 48, parecía una especie de brujería extraña.
El télefono rojo de Salvatori, desde donde le hablaba la gobernadora no dejaba de sonar, su whatsapp y telegram empezó a saturarse con mensajes. El monitoreo le mandaba todas las muertas que estaban encontrando y él no supo qué hacer, estaba encerrado en el baño tomando el whiski que había reservado para cuando se casara.
Se salió de la oficina y se fue a una cabaña que nadie conocía, que estaba ubicada dentro del bosque y camuflajeada como una vivienda humilde. La había construido para tener un remanso de paz y para llevar amantes de ocasión que luego desaparecían. En este momento él también quería desaparecer, porque no sabía cómo explicarse lo que estaba ocurriendo. Al llegar se puso a leer las revistas de espectáculos que tenía apiladas por toda la cabaña y a tomar todo el whisky que pudo, mientras en la Ciudad la gobernadora salía a declarar atropelladamente que alguien de otro estado estaba “sembrando” los cuerpos, una versión tan inverosímil y absurda como lo que realmente ocurría, que tampoco tenía explicación alguna.
Los funcionarios iban y venían, Melquiadas intentaba apagar las llamas como podía y se soplaba los gritos de la Gobernadora. Salvatori estaba intentando cagar, se estaba haciendo de noche y ya estaba pedo, fue entonces cuando le llegó un olor pútrido se asomó al patio y había un cuerpo, no supo qué hacer. Era Martha una novia que había querido mucho pero que cometió el error de engañarlo con uno de sus mejores amigos, que después desapareció dejando una nota de que se iba con el amor de su vida, como su familia era de clase media, Salvatori les había dado tres millones de pesos, un departamento y un mercedez benz para que se olvidaran de seguirla buscando y al parecer la mala relación que la mujer tenía con sus padres ayudó a que así ocurriera.
Como pudo arrastró el cuerpo atrás de la cabaña, la enterró de nuevo y siguió bebiendo. Encontró algunas latas de caviar y de comida y se atascó, estaba en eso cuando volvió ese olor a podrido. Cuando se asomó el cuerpo de Martha estaba otra vez en el patio frontal y no había ningún hoyo. Salvatori pensó que se estaba volviendo loco y entonces bebió más whisky y comió compulsivamente, abrió latas de caviar, de sardinas, de atún blanco premium reserva, de alcachofas y hasta de caracoles, comenzó a comer con las manos como desesperado como si la comida le fuera a dar una explicación de lo sucedido. En uno de esos bocado Salvatori se ahogó, se broncoaspiró y cayó al piso, su cuerpo quedó ahí tirado. Entonces dejaron de aparecer cuerpos, así nada más, en cuanto él murió.
FIN
Lydiette Carrión Rivera Nació en Veracruz; es periodista independiente y escritora mexicana. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM. Es egresada de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM). Es coautora junto con las periodistas Cristina Salmerón y e Isabel Montoya del manual Un manual urgente para la cobertura de violencia contra las mujeres y feminicidios. Ha publicado en diversos medios, portales y realizado investigaciones periodísticas que visibilizan la violencia en contra de las mujeres en diversos contextos de México. Ha sido colaboradora de El Universal Gráfico y es autora de La fosa de agua (Debate, 2018), valiente reportaje que documenta la desaparición de adolescentes en el Estado de México.
Leslye Gómez: Periodista, loca, atea, feminista, irreverente, caótica, desquehacereada, parroquiana de cafés y cantinas, experta en aplanar calles. Entusiasta promotora de discusiones estériles. Aporreadora de la tecla desde los 18 años. Ha escrito para dos de los diarios más grandes del país: Reforma y Universal. Publicó crónicas de las Islas Marías, desastres naturales, protestas magisteriales, marchas feministas y eventos políticos. Ha entrevistado a distintos personajes públicos. Se refugió en la ficción después de comprender tarde que ya la realidad nos superó. Alumna del taller de Eusebio Ruvalcaba, además cursó el diplomado en creación literaria en la Escuela de Escritores de México.
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