viernes, 29 de diciembre de 2023

Alma y corazón de la parranda*

La música y el trago siempre han ido de la mano como el alma y el corazón de la parranda, por eso en los bares y en las cantinas nunca faltan músicos de los más variados géneros o por lo menos una rockola. Mariachi, tríos, jarochos, norteños, rockeros y salseros que como dice el poeta “han hecho la lujuria y el ritmo de las horas”.

Profesionales o aficionados que al calor de unas copas lo mismo llenan de nostalgia que incitan a bailar a los parroquianos. Tradición muy mexicana ésta, la de acompañar el aperitivo con música. Ya desde el siglo XVIII, en la Ciudad de México abundaban los lugares de solaz y esparcimiento, como pulquerías y vinaterías, en donde primero se instalaban las fritangeras, vendedoras de antojitos, e inmediatamente después llegaban los músicos.

Cuenta Arturo Sotomayor que a principios del Siglo XX, las orquestas de las pulquerías estaban compuestas por salterio, arpa, violín y guitarra, ubicados junto al mostrador para que el parroquiano que pedía su bebida también pidiera su canción. Como decía el gran José Alfredo: “¿Quién no llega a la cantina, exigiendo su tequila y exigiendo su canción”.
Quien esto escribe ha atestiguado la presencia de talentos desconocidos entre los clientes de los sitios más siniestros. La Chabela, un fino exponente del falsete, que cantaba a capela “El pastor” en el Salón Orizaba. El Licenciado Barragán que después de dos o tres tequilas interpretaba el repertorio de Jorge Negrete, desde “México Lindo“ hasta “Acuarela Potosina”, con una voz que no le pedía nada a la del Charro Cantor, en el Bar Max de la Colonia Álamos. El Señor Castillo, que al calor de unos rones del mismo apellido podía tocar “Rapsodia en azul”, en el piano del Bar de Perico de la Narvarte. E incluso meseros como el famoso “Copetín” del Correo de Ultramar en la Bondojito, que a pedido del cliente canta ese éxito de Pedro Infante acompañado de los coros del cantinero y los parroquianos.

De las mismas cantinas han surgido artistas de reconocimiento internacional. Se dice que en el Salón París de Santa María la Ribera en los años cuarenta fue lugar de inspiración del mismísimo José Alfredo Jiménez, que ahí se sentaba a tomar unos tragos y a escribir sus primeras canciones.


De El Azteca, en el actual Eje Central Lázaro Cárdenas, en 1956 salió a grabar su primer disco, el solista del mariachi de Rafael Arredondo, quien se hacía llamar Javier Luquín y que luego triunfo con el nombre de Javier Solís.

Así como el Amanecer Tapatío, de Eje Central y Obrero Mundial, en los años sesenta fue cuna de artistas de la talla de Vicente Fernández o Juan Valentín. Tal vez en este momento en alguno de los bares o cantinas se esté fraguando el ídolo de la canción de la próxima década.

Por el momento, al gremio de los músicos, como tantos otros trabajadores y profesionistas, han visto seriamente afectada su actividad durante estos meses de pandemia. Hasta en la misma Plaza Garibaldi, lugar emblemático de la capital, “los mariachis callaron” durante varios meses, en los que incluso tuvieron que dispersarse por las calles del centro para interpretar sus canciones y pedir el apoyo de los transeúntes.

En este fin de año, si usted encuentra un cantor solitario, un trío o un mariachi en los lugares que frecuenta, en la medida de lo posible trate de ser generoso con ellos, recuerde que además de ser representantes de la tradición musical de nuestro país, también son quienes nos transmiten el alma y el corazón de la fiesta.



*Play Boy México. Columna “Elogio de las Cantinas”. Nov-Dic 2021.

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