−¿Quieren una mesa junto a la pista, don Diego? −pregunta solícito el gerente.
−Mejor donde nadie nos moleste −responde el maestro que viene acompañado de una
rubia con abrigo de piel y dos hombres de saco y corbata. Piensan que como
ocurrió en la exposición-homenaje de Bellas Artes, una nube de fotógrafos de
prensa va a envolverlos para capturar hasta su mínimo gesto en la edición del
día siguiente.
Sin embargo nada de eso sucede. El Leda es un cabaret de “rompe y
rasga” que ya ha aparecido en películas. En 1937, Fito Best Maugard filmó aquí
La Mancha de Sangre, se dice que usando como extras a las mismas prostitutas del
lugar. El grupo atraviesa la pista en la que la orquesta de Carlos Campos apenas
se prepara para empezar el danzón, hasta llegar a una mesa, donde ya los espera
un plato con limones, dos botellas de ron y varios refrescos bien dispuestos que
van desapareciendo poco a poco. Ella que los últimos meses ha estado en el ojo
del huracán por escribir al reverso del desnudo que el maestro le pintó, que
para terminar ese cuadro “Diego y yo nos entregamos, sin límite de ninguna
especie”. Ella, a quien el propio presidente Alemán mirando lascivamente el
mismo retrato, le preguntó:
−¿Y es usted rubia de todas partes?
−Sí, señor presidente, de todas…
Pita, quien nunca ha permitido que le llamen Lupita como todas las tocayas de la
reina de México, y que en el apellido lleva su trágico sino, pasa desapercibida
en este cabaret de cuarta, a no ser por el abrigo de mink, los aretes de rubí y
la blusa de gasa transparente por donde se asoman sus pezones rosados. De un
pequeño bolso dorado saca un espejito redondo y un labial fucsia para retocarse
los labios.
−Este cabaret ha decaído mucho −comenta Diego. −Y no lo digo por los
albañiles ni por las muchachas de aquí, sino por la invasión de diletantes de la
pintura y aspirantes a la escritura que ni siquiera saben bailar.
−Es culpa de Novo que los trae a hacer slumming. La vez pasada me encontré a Siqueiros
que se mueve con la gracia de un soldado. Ya quisiera aplicarse en las congas
como Juanito Soriano que hasta descalzo las baila –dice Pita.
−Lo único malo de Soriano es que acostumbra dormirse debajo de las mesas −remata Diego entre
carcajadas.
−Por lo menos no pasa los apuros de Obregón Santacilia, el fin de año pasado
Nahui Ollín ya tomada, se le colgó del cuello para bailar y él miraba a todos
lados como pidiendo ayuda, sin saber qué hacer y todos nos hacíamos los
desentendidos –dice un joven de bigote a la Gable.
Todos se ríen menos Pita que empieza a buscar algo entre las mesas de junto, donde tres tipos malencarados
conviven con dos muchachas del ambiente. De pronto Pita se levanta y corre hacia
una mujer de falda pegada y medias de encaje, la agarra del antebrazo y la
sacude de dos cachetadas, a la mujer se le cae el bolso dorado de Pita, que trae
bajo la blusa. Un hombre de traje y sombrero intenta inmovilizar a la poeta
hasta que cae fulminado por un derechazo de Diego. Los acompañantes del hombre
se van a puñetazos contra el maestro. Los jóvenes acompañantes del maestro
entran a defenderlo. Vuelan vasos y botellas, vuelan sillas y mesas, se
generaliza la batalla. El 23 de agosto de 1949, Últimas Noticias publica
en primera plana una fotografía de Pita Amor con rasguños en la cara y Diego
Rivera con un ojo morado. El encabezado de Novedades dice: “Pita Amor en una
bronca de cabaret”. Al día siguiente, se publican unos versos satíricos firmados
por un tal Lord Lyon:
Por andar entre gentuzas,
estalló una bronca de esas
en las que vuelan las mesas
con desdoro de las musas.
Por tales escaramuzas,
le vamos a aconsejar
que muy absurdo es buscar
notoriedad de tal suerte,
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