Dicen que el amor es la forma en que Dios mira a sus creaturas. Y que la belleza es la evidencia física de ese amor.
Hay seres que nacen, a quienes Dios les brinda el don del amor. Hay otros que reciben el don de la belleza. Pero también existen seres muy especiales en los que se conjuntan ambos dones.
Norma Jean Baker (1926-1962) fue la hija de un desconocido y de una mujer que tuvo que darla en adopción debido a sus problemas emocionales y económicos.
Una niña pelirroja y tartamuda que pasó su infancia entre casas de asistencia y orfanatos.
Fue la adolescente violada a los nueve años y que después tuvo varios intentos de suicidio. La chica de la playa que se casó a los 16 en busca del cariño y del hogar que nunca tuvo.
La modelo pin up descubierta en una fábrica de municiones durante la Segunda Guerra Mundial.
La actriz que tuvo que prostituirse para conseguir una breve aparición en las películas. La que tuvo que posar desnuda para conseguir dinero.
La que cambió su nombre a Marilyn Monroe para olvidar su oscuro pasado.
La favorita de los fotógrafos y que poco a poco fue brillando. La que de pequeños papeles llegó a ser una rutilante estrella en el fimamento de plata.
La que derrochaba ternura y sensualidad en sus actuaciones.
La que tuvo tres maridos que nunca la entendieron y fue adicta a los barbitúricos. La que perdió un hijo.
La amante de un presidente y del jefe de la mafia al mismo tiempo.
La leyenda que dicen que se suicidó hace 59 años.
En Marilyn Monroe, como en muy pocos seres, se reunieron el amor y la belleza que la sociedad, el star system o el público como un monstruo de mil cabezas, se dedicaron a prostituir y sacrificar, como suele hacerse con aquellos seres tocados por la gloria porque sus dones son imposibles de comprender para nuestra miserable humanidad.
De ese mito llamado Marilyn Monroe-Norma Jean, se han escrito infinidad de páginas. Aquí van dos textos y algunas citas, que intentan describirla:
“Otras eran tan hermosas físicamente como ella lo era, pero obviamente había más en ella, algo que la gente veía y reconocía en sus actuaciones y con lo que se identificaba. Ella tenía una cualidad luminosa, una combinación de ansiedad, resplandor y anhelo que le colocaba aparte y que sin embargo hacía que todos desearan ser parte de ello, compartir la ingenuidad infantil que la hacía ver inmediatamente tan tímida y sin embargo tan vibrante.”
Arthur Miller. Después del otoño.
Una Hermosa Creatura
Así fue. “Oh, sí”, me informó Miss Collier. “Tiene algo. Es una hermosa creatura. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía. Pero quien piense que la chica es otra Harlow, o una puta, está loco. Hablando de locura, es de eso que nos estamos ocupando: de Ofelia. Supongo que la gente se reiría de sólo pensarlo, pero realmente podría ser la Ofelia más deliciosa del mundo. Estaba hablando con Greta la semana pasada, y le hablé de Marilyn como Ofelia, y Greta dijo sí, que lo creía porque la había visto en dos películas, muy comunes y vulgares, pero que de todos modos dejaban entrever las posibilidades de Marilyn. En realidad, Greta tiene una idea divertida. ¿Sabes que quiere hacer una película de Dorian Gray? Con ella como Dorian, por supuesto. Bueno, dijo que le gustaría que Marilyn fuera una de las chicas que Dorian seduce y destruye. ¡Greta! ¡Tan desaprovechada! Y qué talento, bastante parecido al de Marilyn, cuando se piensa. Por supuesto, Greta es una actriz consumada, de máximo control. Esta hermosa criatura carece de todo concepto de disciplina o sacrificio. No sé por qué, pero me parece que no llegará a vieja. Es absurdo que lo diga, pero siento que morirá joven. Espero, ruego, que viva lo suficiente para liberar ese talento tan extraño y encantador que es en ella como un espíritu prisionero.”
Ahora Miss Collier ha muerto, y yo estaba en el vestíbulo de la capilla Universal esperando a Marilyn. Hablamos por teléfono la noche anterior y quedamos en sentarnos juntos en el servicio, que empezaría al mediodía. Ya llevaba más de media hora de retraso. Siempre llegaba tarde, pero pensé que, por una sola vez, podía llegar a horario. ¡Por el amor de Dios! ¡Maldición! De repente llegó, pero no la reconocí hasta que me dijo…
MARILYN: Querido, perdóname. Pero como ves, me maquillé y luego pensé que no debería ponerme pestañas postizas ni pintarme los labios ni nada, de modo que me lavé la cara, y no sabía qué ponerme…
(Lo que se había puesto finalmente habría sido apropiado para la abadesa de un convento que asiste a una audiencia privada con el Papa. Tenía el pelo totalmente cubierto por un pañuelo de chifón negro, un vestido negro suelto, largo, que parecía prestado, medias de seda negra que opacaban la rubia belleza de sus esbeltas piernas. Seguro que una abadesa no se habría puesto los zapatos de tacones altos, negros y vagamente eróticos, que había elegido, ni los anteojos oscuros, de lechuza, que tornaban dramática la palidez de vainilla de su fresca piel.)
TRUMAN CAPOTE: Se te ve muy bien.
M (royendo la uña del pulgar, ya totalmente comida): ¿Estás seguro? Estoy tan nerviosa, ¿sabes? ¿Dónde está el baño? Si pudiera ir un momento…
TC: ¿A tomarte una píldora? ¡No! Shhh. Esa es la voz de Cyril Ritchard: ya ha empezado el panegírico.
(De puntillas, entramos en la capilla llena de gente y logramos ubicarnos en un espacio estrecho en la última fila. Cyril Ritchard terminó de hablar. Lo siguió Cathleen Nesbitt, colega de toda la vida de Miss Collier, y finalmente Brian Aherne se dirigió a los presentes. Durante todo este tiempo, mi acompañante no cesaba de quitarse los anteojos para enjugar las abundantes lágrimas que brotaban de sus ojos azul grisáceos. Algunas veces la había visto sin maquillaje, pero hoy presentaba una nueva experiencia visual, un rostro que no había observado antes, y al principio no me di cuenta de qué pasaba. ¡Ah! Era por el pañuelo de cabeza. Con el pelo oculto, el cutis sin cosméticos, parecía de doce años, una virgen pubescente recién admitida en un orfelinato, que se lamenta por su suerte. Por fin la ceremonia terminó, y la congregación comenzó a dispersarse.)
M: Por favor, sentémonos aquí. Esperemos a que se vayan todos.
TC: ¿Por qué?
M: No quiero tener que hablar con todo el mundo. Nunca sé qué decir.
TC: Siéntate tú aquí, que yo esperaré afuera. Tengo que fumar un cigarrillo.
M: ¡No me puedes dejar sola! ¡Dios mío! Fuma aquí.
TC: ¿Aquí? ¿En la capilla?
M: ¿Por qué no? ¿Qué vas a fumar? ¿Marihuana?
TC: Muy graciosa. Vámonos.
M: Por favor. Hay un montón de fotógrafos abajo. Y por supuesto que no quiero que me saquen fotos con esta ropa.
TC: No te culpo.
M: Dijiste que se me veía muy bien.
TC: Y es verdad. Estás perfecta para el papel de la novia de Frankenstein.
M: Te estás riendo de mí ahora.
TC: ¿Te parece?
M: Te ríes por dentro. Y ésa es la peor clase de risa. (Frunciendo el ceño; mordiéndose la uña del pulgar.) En realidad, podía haberme puesto maquillaje. Todo el mundo aquí estaba maquillado.
TC: Incluso yo.
M: Hablando en serio. Es el pelo. Necesito pintarme, y no tuve tiempo. Todo fue tan inesperado. La muerte de Miss Collier. ¿Ves?
(Se levantó un poquito el pañuelo para mostrarme una franja negra en la raya del pelo.)
TC: Pobre e inocente de mí. Yo que creía que eras una rubia auténtica.
M: Lo soy. Pero nadie es tan natural. ¿Por qué no te vas a la mierda?
TC: Bueno, ya se han ido todos. Vamos, levántate.
M: Estos fotógrafos están ahí todavía. Lo sé.
TC: Si no te reconocieron al entrar, no te reconocerán cuando salgas.
M: Uno me reconoció. Pero me metí por la puerta antes de que empezara a gritar.
TC: Debe haber una puerta posterior. Podemos salir por ahí.
M: No quiero ver ningún cadáver.
TC: ¿Por qué vamos a ver cadáveres?
M: Esto es una funeraria. Deben guardarlos en alguna parte. Lo único que me falta, entrar en un cuarto lleno de muertos. Ten paciencia. Iremos a alguna parte y te invitaré a tomar champaña.
(De modo que nos quedamos sentados y Marilyn dijo: “Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío. Sólo que no quiero funeral, y que uno de mis hijos, si tengo alguno, tire mis cenizas al viento. Hoy no habría venido de no ser porque Miss Collier me quería, se preocupaba por mi porvenir y era como una abuelita, una abuelita severa, pero que me enseñó muchas cosas. Me enseñó a respirar. Lo he aprovechado, y no sólo cuando actúo. Hay otros momentos cuando respirar es un problema. Pero cuando me enteré de la muerte de Miss Collier, lo primero que pensé fue: Oh, Dios mío, ¿qué pasará con Phyllis? Miss Collier era toda su vida. Pero me enteré de que se fue a vivir con Miss Hepburn. Feliz de Phyllis. Lo pasará tan bien ahora. Me gustaría cambiar con ella. Miss Hepburn es una persona maravillosa. En serio. Ojalá fuera amiga mía. Podría llamarla a veces y… bueno, no sé, charlar con ella”.
Hablamos de cómo nos gustaba Nueva York y de cuánto aborrecíamos Los Ángeles. “Aunque nací ahí, no se me ocurre nada bueno que decir de Los Ángeles. Si cierro los ojos, y me imagino Los Ángeles, todo lo que veo es una gran várice.” Hablamos de actores y actuaciones. “Todos dicen que no sé actuar. Decían lo mismo de Elizabeth Taylor. Y se equivocaron. Estuvo magnífica en Ambiciones que matan. A mí nunca me darán el papel apropiado, algo que realmente quiera hacer. No me ayuda el aspecto físico. Demasiado específico”; hablamos un poco de Elizabeth Taylor; quería saber si yo la conocía y le dije que sí, y ella dijo bueno, cómo es, cómo es en realidad, y yo dije bueno, es algo parecida a ti, es muy franca y dice cualquier cosa, y Marilyn dijo vete a la mierda y me dijo bueno, si alguien me preguntara cómo era Marilyn Monroe, cómo era Marilyn Monroe en realidad, qué diría, y le dije que tenía que pensarlo.)
TC: ¿Te parece que podemos irnos de una vez? Me prometiste champaña, ¿recuerdas?
M: Recuerdo. Pero no tengo dinero.
TC: Siempre llegas tarde y nunca tienes dinero. Por casualidad, ¿no estás bajo la impresión de que eres la reina Isabel?
M: ¿Quién?
TC: La reina Isabel. La reina de Inglaterra.
M (frunciendo el ceño): ¿Qué tiene esa mierda que ver conmigo?
TC: La reina Isabel nunca lleva dinero encima. No le está permitido. El vil metal no debe mancillar la palma de la mano real. Hay una ley, o algo así.
M: Ojalá pasaran una ley parecida para mí.
TC: Sigue así y a lo mejor sucede.
M ¿Cómo paga cuando va de compras?
TC: Su dama de compañía trota a su lado con una bolsa llena de peniques.
M: ¿Sabes una cosa? Te apuesto a que le dan todo gratis. Como pago cuando ella dice que usa el producto.
TC: Es muy posible. No me sorprendería en lo más mínimo. Proveedores de Su Majestad. Perros galeses. Todas esas golosinas Fortum & Mason. Marihuana. Preservativos.
M: ¿Para qué quiere ella preservativos?
TC: Ella no, tonta. Para ese bobo que la sigue dos pasos atrás. El príncipe Felipe.
M: Para él. Oh, sí, me gusta. Debe tener una linda macana. ¿Te conté esa vez que Errol Flynn se sacó la macana y tocó el piano con ella? Bueno, fue hace cien años. Yo recién empezaba y fui a una fiesta tonta. Estaba Errol Flynn, muy contento consigo mismo. Aporreó las teclas. Tocó Eres mi rayo de sol. ¡Dios mío! Todo el mundo dice que Milton Berle tiene la riata más grande de Hollywood. Pero ¿a quién le importa? Eh, ¿traes dinero?
TC: Unos cincuenta dólares.
M: Eso nos debe alcanzar para un poco de champaña.
(Afuera, Lexington estaba vacía de sospechosos: nada más que inofensivos transeúntes. Eran como las dos de una linda tarde de abril, ideal para caminar. Deambulamos hasta la Tercera Avenida. Unos pocos dieron vuelta la cabeza, no porque reconocieran a Marilyn como Marilyn, sino debido a su atavío funerario. Ella rió con esa sonrisa suya tan especial, tentadora como cascabeles, y dijo: “A lo mejor siempre debería vestirme así, verdaderamente anónima”.
Mientras nos acercábamos al bar de P. J. Clarke, dije que éste sería un buen lugar para tomar un refresco, pero Marilyn lo vetó. “Está lleno de esos idiotas de publicidad. Y esa perra Dorothy Kilgallen siempre está allí, emborrachándose. ¿Qué les pasa a estos irlandeses? Chupan más que los indios.”
Me sentí obligado a defender a la Kilgallen, que era algo amiga mía, y dije que en ocasiones podía llegar a ser muy graciosa. Marilyn dijo: “Sea como sea, ha escrito cosas terribles acerca de mí. Todas esas perras me odian. Hedda, Louella. Sé que supuestamente una debe acostumbrarse a eso, pero yo no puedo. Lo que dicen, duele. ¿Qué he hecho yo a esas brujas? El único que escribe cosas decentes de mí es Sidney Skolsky. Pero él es hombre. Los tipos me tratan bien. Como si fuera un ser humano. Por lo menos me otorgan el beneficio de la duda. Y Bob Thomas es un caballero. Y Jack O’Brian”.
Miramos las vidrieras de las tiendas de antigüedades. En una había una bandeja con anillos viejos y Marilyn dijo: “Ese es bonito. El granate con las perlitas. Me gustaría poder usar anillos, pero no me gusta que la gente se fije en mis manos. Son demasiado gordas. Elizabeth Taylor tiene las manos gordas. Pero con los ojos que tiene, ¿quién se va a fijar en sus manos? Me gusta bailar desnuda frente a un espejo y ver cómo se me mueven las tetitas. No son feas. Ojalá no tuviera las manos tan gordas.”
En otra vidriera vimos un hermoso reloj de péndulo, lo que le hizo decir: “Nunca tuve un hogar. Una casa verdadera, con muebles míos. Pero si vuelvo a casarme, y gano mucho dinero, voy a alquilar un par de camiones y recorreré la Tercera Avenida comprando todo lo que se me ocurra. Una docena de relojes de péndulo. Los pondré todos en un cuarto, y todos a la misma hora. Eso sería como un verdadero hogar. ¿No te parece? ¡Eh! ¡Mira! ¡Enfrente!”
TC: ¿Qué?
M: ¿Ves el letrero con la palma de la mano? Ahí deben leer el futuro.
TC: ¿Tienes ganas de entrar?
M: Bueno, vamos a ver cómo es.
(No es un lugar acogedor. Por una vidriera sucia percibimos un cuarto desprovisto de muebles con una mujer flaca, con aspecto de gitana, sentada en una silla de lona debajo de una lámpara roja como el infierno que colgaba del techo y que esparcía un brillo torturador. Estaba tejiendo un par de escarpines. No nos miró. Marilyn estuvo a punto de entrar, luego cambió de idea.)
M: Hay veces que me gusta saber qué pasará. Pero después pienso que es mejor no saberlo. Me gustaría saber dos cosas, sin embargo. Una, si voy a adelgazar.
TC: ¿Y la otra?
M: Es un secreto.
TC: Vamos, vamos. Hoy no puede haber secretos. Hoy es un día de dolor, y los que sufrimos compartimos los pensamientos más escondidos.
M: Bueno, es acerca de un hombre. Hay algo que quiero saber. Pero no diré más. Realmente es un secreto.
(Y pensé: Eso es lo que tú crees. Ya te lo sacaré.)
TC: Estoy preparado para invitarte champaña.
(Terminamos en la Segunda Avenida, en un restaurante chino vacío, decorado chillonamente. Pero tenía un bar bien provisto, y pedimos una botella de Mumm. Llegó, pero sin helar y sin balde. La tomamos en vasos altos, con cubitos adentro.)
M: Esto es divertido. Como filmar en exteriores. Si a una le gusta. A mí no. Niagara. Qué película mala. Horrible.
TC: Hablemos de tu amor secreto.
M: (silencio).
TC: (silencio).
M: (risitas).
TC: (silencio).
M: Conoces a tantas mujeres. ¿Cuál es la mujer más atractiva que conoces?
TC: Barbara Paley. No tiene rival.
M (frunciendo el ceño): ¿Esa a la que le dicen “Babe”? A mí no me parece una beba. La he visto en Vogue. Es elegante. Encantadora. Mirando las fotos una se siente como una cerda.
TC: Le divertiría oír eso. Te tiene celos.
M: ¿Celos de mí? Te estás burlando de nuevo.
TC: No. Está celosa.
M: Pero ¿por qué?
TC: Por lo que dijo en los diarios una periodista, creo que la Kilgallen. Algo así: “Se rumora que Mrs. Di Maggio tuvo una cita con el mayor magnate de la televisión, y no precisamente para hablar de negocios”. Ella leyó la nota y creyó que era verdad.
M: ¿Que era verdad qué?
TC: Que su marido tiene un asunto contigo. William S. Paley. El mayor magnate de la televisión. Le gustan las rubias bien formadas. Las morenas también.
M: Eso es un disparate. No conozco a ese tipo.
TC: Ah, vamos, vamos. Conmigo puedes ser franca. Este amante secreto es William S. Paley, n’est-ce pas?
M: ¡No! Es un escritor. El es un escritor.
TC: Eso es mejor. Ya vamos a alguna parte. De modo que tu amante es un escritor. Debe de ser malísimo, o no te avergonzarías de decirme su nombre.
M (furiosa, frenética): ¿Por qué es la “S”?
TC: La “S”. ¿Qué “S”?
M: La “S” en William S. Paley.
TC: Oh, esa “S”. No quiere decir nada. La metió allí porque quedaba bien.
M: ¿Sólo una inicial que no reemplaza nada? Por Dios. Mr. Paley debe de ser un poquito inseguro.
TC: Tiene un montón de complejos. Pero volvamos a tu misterioso escribano.
M: ¡Basta! No entiendes. Tengo tanto que perder.
TC: Mesero, otra botella de Mumm, por favor.
M: ¿Estás tratando de aflojarme la lengua?
TC: Sí. Te diré una cosa. Hagamos un trato. Yo te cuento un cuento, y si te parece interesante, tal vez podamos hablar de tu amigo el escritor.
M (tentada, pero renuente): ¿Un cuento de qué?
TC: De Errol Flynn.
M: (silencio).
TC: (silencio).
M (enojada consigo misma): Bueno, empieza.
TC: ¿Recuerdas lo que me contaste de Errol? ¿Lo contento que estaba con su pito? Yo soy testigo de eso. Una vez pasamos juntos una noche muy agradable. Si me entiendes.
M: Lo estás inventando. Estás tratando de engañarme.
TC: Lo juro. Estoy jugando limpio. (Silencio. Pero veo que está muy interesada, de modo que después de encender un cigarrillo, prosigo.) Bueno, sucedió cuando yo tenía dieciocho años. O diecinueve. Durante la guerra. El invierno de 1943. Esa noche daba una fiesta Carol Marcus, que no sé si ya estaba casada con Saroyan, en honor de su mejor amiga, Gloria Vanderbilt. La fiesta fue en la casa de su madre, en Park Avenue. Una gran fiesta. Habría unas cincuenta personas. Como a la medianoche entra Errol Flyn con su doble, un playboy que hacía las escenas de capa y espada, llamado Freddie McEvoy. Los dos estaban bastante borrachos. De todos modos, Errol se puso a charlar conmigo. Era inteligente, y nos reíamos mucho. De pronto dijo que quería ir a El Morocco, y por qué no iba con él y con su amigo McEvoy. Dije que sí, pero McEvoy no quería irse de la fiesta, que estaba llena de jovencitas recién presentadas en sociedad, de manera que Errol y yo nos fuimos solos. Sólo que no fuimos a El Morocco. Tomamos un taxi hasta la zona de Gramercy Park, donde yo tenía un departamento de soltero. Se quedó hasta el día siguiente, al mediodía.
M: Y ¿cómo calificarías? ¿En una escala de uno a diez?
TC: Francamente, si no hubiera sido Errol Flynn, ni siquiera me acordaría.
M: No es un gran cuento. No mereces el mío. Ni por asomo.
TC: Mesero, ¿y la champaña? Los dos tenemos sed.
M: Y no me has dicho nada nuevo. Ya sabía que Errol se iba de reversa. Tengo un masajista que es como mi propia hermana, que era masajista de Tyrone Power, y él me contó la relación que había entre Errol y Tyrone. De modo que tendrías que contarme algo mejor.
TC: Es difícil hacer tratos contigo.
M: Estoy lista a escuchar. De modo que cuéntame cuál fue tu mejor experiencia. En ese sentido.
TC: ¿La mejor? ¿La más memorable? Mejor que contestes tú primero.
M: ¡Y dices que yo soy difícil! ¡Ja! (tomando champaña) Joe no es malo. Juega bien al béisbol. Si fuera por eso, aún seguiríamos casados. Todavía lo amo. Es sincero.
TC: Los maridos no cuentan. En este juego.
M (mordisqueándose la uña; pensando, realmente): Bueno, conocí a un hombre, medio pariente de Gary Cooper. Un corredor de bolsa, no gran cosa: sesenta y cinco años, usa anteojos gruesos. No sé qué era, pero…
TC: Puedes parar ahí. Sé todo acerca de él por otras chicas. Ese viejo espadachín sigue recorriendo mundo. Se llama Paul Shields. Es el padrastro de Rocky Cooper. Se supone que es sensacional.
M: Lo es. Bueno, vivo. Tu turno.
TC: Olvídalo. No tengo por qué contarte nada. Porque ya sé quién es tu maravilla oculta: Arthur Miller. (Bajó los anteojos negros. Si las miradas mataran…)
M (tartamudeando): Pero ¿cómo? Quiero decir, nadie… Es decir, casi nadie…
TC: Hace por lo menos tres o cuatro años, Irving Drutman…
M: ¿Irving qué?
TC: Drutman. Un escritor del Herald Tribune. El me contó que tú andabas con Arthur Miller. Que estabas enamorada de él. Soy demasiado caballero para haberlo mencionado antes.
M: ¡Caballero! (tartamudeando de nuevo pero con los anteojos negros en su lugar) Tú no entiendes. Eso fue hace mucho. Eso terminó. Pero esto es nuevo. Todo es diferente ahora y…
TC: No olvides invitarme a la boda.
M: Si dices algo de esto, te mato. Hago que te desaparezcan. Conozco un par de hombres que me harían ese favor con todo gusto.
TC: Es algo que no dudo ni por un minuto.
(Por fin regresa el mesero con la segunda botella.)
M: Dile que se la lleve. No quiero más. Quiero irme de aquí.
TC: Siento haberte molestado.
M: No estoy molesta.
(Pero lo estaba. Mientras pagaba la cuenta, fue al toilette. Deseé tener conmigo un libro para leer: sus visitas al toilette a veces duraban tanto como el embarazo de una elefanta. Mientras pasaba el tiempo, me puse a pensar si estaría tomando píldoras tranquilizantes o estimulantes. Tranquilizantes, sin duda. Había un diario en el bar. Lo tomé. Estaba escrito en chino. Después de unos veinte minutos, decidí investigar. A lo mejor se había tomado una dosis letal, o cortado las muñecas. Encontré el baño de damas y llamé a la puerta. Dijo: “Pasa”. Estaba frente a un espejo mal iluminado. Pregunté: “¿Qué estás haciendo?”. Ella contestó: “Mirándola”. En realidad, se estaba pintando los labios color rubí. Además, se había quitado el pañuelo de la cabeza y peinado ese pelo brillante y finito que tenía.)
M: Espero que te quede bastante dinero.
TC: Depende. No como para comprar perlas, si es tu idea de hacer las paces.
M (riendo, nuevamente de buen humor. Decidí no volver a mencionar a Arthur Miller): No. Para un viaje en taxi, nada más.
TC: ¿Adónde vamos, a Hollywood?
M: Diablos, no. A un lugar que me gusta. Ya verás cuando lleguemos.
(No tuve que esperar tanto, pues no bien subimos al taxi, oí que le decía que nos llevara al muelle de la calle South, y pensé: “¿No es allí donde se toma el ferry para Staten Island?”. Y mi conjetura fue: tomó píldoras además de champaña, y está loca ahora.)
TC: Espero que no vayamos a tomar un barco. No llevo dramamine encima.
M (feliz, riendo): Vamos al muelle, nada más.
TC: ¿Puedo preguntar por qué?
M: Me gusta. Huele a otro país, y puedo dar de comer a las gaviotas.
TC: ¿Qué les darás? No tienes nada.
M: Sí, tengo la cartera llena de galletas chinas. Las robé del restaurante.
TC (haciendo una broma): Sí, sí. Mientras estabas en el baño abrí uno, y el papelito de adentro era un chiste colorado.
M: Por Dios. ¿Obscenidades en vez del porvenir?
TC: Seguro que a las gaviotas no les importará.
(Pasamos el Bowery. Tiendas diminutas de empeño, estaciones de donación de sangre, cuartos con camas por cincuenta centavos, pequeños hoteles sórdidos de alojamiento por un dólar, bares de blancos, bares de negros y por todas partes vagos, vagos jóvenes, ancianos vagos en cuclillas sobre la vereda sentados en medio de vidrios rotos y de vómitos, vagos apoyados contra las puertas y acurrucados como pingüinos en las esquinas. En una oportunidad, al detenernos ante una luz roja, un espantapájaros de nariz roja avanzó tambaleándose hacia nosotros y empezó a limpiar el parabrisas del taxi con un trapo húmedo que aferraba su temblona mano. Nuestro conductor protestó, gritando obscenidades en italiano.)
M: ¿Qué es esto? ¿Qué pasa?
TC: Quiere una propina por limpiar el vidrio.
M (cubriéndose la cara con la cartera): ¡Qué horrible! No lo aguanto. Dale algo. Apúrate. ¡Por favor! (Pero ya el taxi partía, derribando casi al viejo borracho. Marilyn lloraba.) Estoy descompuesta.
TC: ¿Quieres irte a casa?
M: Se ha arruinado todo.
TC: Te llevaré a casa.
M: Espera un minuto. Ya estaré bien.
(Así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro.)
EL HOMBRE (firme y poco amistosamente): No debería tocar perros desconocidos. Especialmente a éstos. Podrían morderla.
M: Los perros nunca me muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?
EL HOMBRE: Fu Manchú.
M (riendo): Oh, como en el cine. Qué amor.
EL HOMBRE: Usted, ¿cómo se llama?
M: ¿Yo? Marilyn.
EL HOMBRE: Eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me puede dar su autógrafo?
(Sacó una tarjeta y una lapicera. Utilizando su cartera como apoyo, ella escribió: Que Dios lo bendiga – Marilyn Monroe).
M: Gracias.
EL HOMBRE: Gracias a usted. Voy a mostrar esto en la oficina.
(Seguimos hasta el borde del muelle, donde nos pusimos a escuchar el ruido del agua.)
M: Yo solía pedir autógrafos. Todavía lo hago, a veces. El año pasado vi a Clark Gable sentado cerca de mí en Chasen, y le pedí que me firmara la servilleta.
(Apoyada contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa.)
TC: ¿Cuándo alimentamos los pájaros? Yo también tengo hambre. Es tarde, y no almorzamos.
M: Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una naca.
TC: Por supuesto, pero también les diría…
(Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?”)
TC: Yo diría…
M: No te oigo.
TC: Diría que eres una hermosa creatura.
Truman Capote.
Libro: Música para Camaleones.
“Un buen beso merece otro.”
Marilyn Monroe.
“El sexo sirve para que te amen. O para creer que te aman, en cualquier caso. O para creer que existes, simplemente. Para perderse sin pertenecer. Para desaparecer sin que te maten. Ahora me digo a menudo que hago el amor con la cámara. No es tan agradable como con un hombre, sin duda, pero también sienta bien. Te dices: no es más que el cuerpo y no es más que una mirada que te posee al pasar.”
Transcripción de la cinta magnetofónica grabada para Ralph Greenson días antes de morir, Marilyn Monroe
“Creo que estoy embarazada desde hace tres o a lo mejor dos semanas. Mis pechos están muy sensibles al tacto. Nunca me ha pasado antes y también me duelen. He tenido en ellos calambres y ligero enrojecimiento desde el lunes. Ahora el enrojecimiento está aumentando, lo mismo que el dolor. No comí nada en todo el día de ayer. Pero anoche tomé cuatro pastillas enteras para dormir, que serían normalmente ocho pequeñas. Lo hubiera podido matar tomando todas estas píldoras con el estómago vacío (excepto unos cherry que también tomé). ¿Qué puedo hacer si todavía está vivo? Lo quiero conservar.”
Carta de Marilyn al matrimonio Rosten.
“He soñado que estaba de pie en una iglesia, completamente desnuda, y que todos estaban acostados a mis pies sobre el suelo, y yo caminaba desnuda, con una sensación de libertad, por encima de sus cuerpos, procurando no pisar a nadie”.
Marilyn Monroe.
ORACIÓN POR MARILYN MONROE
Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de
Marilyn Monroe,
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los
9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta
el Times)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también algo más que eso...
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz).
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox.
El templo -de mármol y oro- es el templo de su cuerpo
en el que está el hijo de Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Señor
en este mundo contaminado de pecados y de radiactividad,
Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda
que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos,
el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo.
Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros
por nuestra 20th Century
por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
Como toda empleadita de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y
archiva.
Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
¡y se apagan los reflectores!
Y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta
porque la escena ya fue tomada.
O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río
la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.
La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue
como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan solo la voz de un disco que le dice: Wrong Number
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor:
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de los Ángeles)
¡contesta Tú al teléfono!
ERNESTO CARDENAL
“Dejó un vacío irreparable. Al desaparecer ella, desapareció todo un género. ¡La luminosidad de aquel rostro! Con la excepción de Greta Garbo, jamás ha habido en el cine una mujer con tanto voltaje.”
Billy Wilder.
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