miércoles, 11 de noviembre de 2015

Instantáneas XI

Manuel

¿Cuántas veces se los tengo que repetir, doctora? Ya se lo dije a la señorita de Trabajo Social y a los que me dieron a llenar el primer filtro. Sus preguntas son imprecisas. Crean confusión en vez de aclarar el fenómeno. ¿Qué es lo que realmente quieren saber?: ¿cómo se contagiaron o cuál es la orientación sexual de sus pacientes? Son dos cosas absolutamente distintas.


Usted sabe que el contagio por vía sexual depende de las prácticas y que las mismas, o casi las mismas, se pueden llevar a cabo con una mujer o con un hombre. Como decía un amigo, es como tomar Coca o Pepsi, al final las dos tienen Cola… Bueno, pero no ponga esa cara, simplemente es el dicho de un amigo…

Como le iba diciendo, lo de la orientación sexual, ésa depende más de las ideas que cada uno tiene. Depende de la formación y la percepción de cada individuo. En mi caso ya se los he dicho en todos los tonos: NO SOY HOMOSEXUAL, doctora. Soy, he sido y seré muy hombre hasta que me muera. Ahora, lo de las prácticas… pues eso no es totalmente blanco ni totalmente negro, como que tiene sus matices. Todo tiene sus riesgos. La misma vida es un riesgo.

Como usted sabe estuve en un internado de hombres. Se dice que en donde hay más homosexualismo es en los cuarteles y en los seminarios. Si eso se da inclusive entre hombres hechos y derechos, ¿ahora imagínese entre adolescentes que en plena edad de la punzada no tienen mujeres para desfogarse? En el Instituto Católico Patria había ese tipo de cosas pero siempre clandestinas. Como en todos lados también había mariconcillos, pero ésos no aguantaban ni tres meses de internos porque les aplicábamos un trato especial. Nosotros éramos sobre todo una comunidad de jóvenes recios, nada de putitos ni amanerados. Ahora que… los juegos presexuales y la manera en que entre amigos uno va descubriendo su cuerpo… pues es algo natural. Digo, incluso algunas situaciones de las que se ha hecho tanto escándalo en los medios, como las que salieron a la luz sobre nuestro padre fundador… pues son casos excepcionales. Es cierto que a veces los padres acostumbraban revisarnos cuando salíamos de bañarnos, y nos veían las orejas, la nariz o los dientes, y no faltó a quienes les revisaban otras partes del cuerpo… pero eso no era una norma general.

En cambio los juegos rudos y las responsabilidades compartidas nos enseñaban a ser hombres en toda la extensión de la palabra. Ahí aprendimos a resolver las discusiones con argumentos. Y cuando había diferencias graves, el prefecto o los maestros nos invitaban a dirimirlo en pelea abierta, eso sí, con reglas y a veces hasta con guantes, y con la condición de que terminado el pleito los contendientes tenían el deber de estrecharse la mano y no guardar resentimientos. Nos enseñaron a enfrentarnos con honor, como auténticos varones.

Aun así no faltaba el gañán que por lo regular se daba a conocer por sus costumbres de baja ralea. Recuerdo a un tal Ramírez que estuvo con nosotros un año. Hijo de un bodeguero de la Merced. Con dinero pero sin clase, por supuesto. Empezó haciéndose el gracioso, aplicando albures a diestra y siniestra entre los compañeros, repitiendo procacidades cuando los maestros no lo escuchaban.

Como los compañeros querían aprender el caló, le festejaban a Ramírez cada falta de respeto con sonoras carcajadas y éste se soltaba con sus guarradas. Ya cuando se sintió con más confianza la tomó contra todos. A Joaquín, dijo, “le gusta el pilín”; a Gonzalo, repitió, “le fascina mi falo”; a Elías, remató, “se lo meto todos los días”. Una vez le preguntaron por mí ¿Y Manuel? Falta Manuel. A pesar del respeto que me tenía porque yo era jefe de grupo y podía acusarlo con los maestros, se me quedó viendo muy retador y dijo “¿Manuel?” Ramírez titubeó un segundo. En los ojos de los que nos rodeaban vi brillar la traición de la burla. “Manuel me agarra el chile y juega con él”. Aún no terminaba de decirlo cuando me le fui encima a puñetazos. Me encegueció la ira. Cayó bocarriba y yo me senté en su pecho para seguirle pegando. Entre varios compañeros me detuvieron cuando comenzó a sangrar de la nariz y de la boca. Le hice tragar sus palabras y sus dientes. El prefecto tuvo que amenazarme con la expulsión para que me levantara. Me castigaron un mes barriendo el campo de fútbol, pero les demostré que nadie, pero nadie, iba a dudar de mi hombría.

Puedo aceptar que como cualquiera he cometido errores, algunos muy graves, como que por eso estoy aquí, doctora. Es más, haciendo un honesto y profundo examen de conciencia puedo admitir que mi peor defecto es la lujuria. Pero eso del homosexualismo de verdad que no es lo mío.

Mire, doctora, yo a los 14 años ya tenía barba y estaba lo bastante desarrolladito como para irme a estrenar a un centro de atención sexual; le digo así porque ahora les llaman “sexoservidoras” a las señoritas que ahí laboran, y “metrosexuales” a los caballeros a quienes antes simplemente les decíamos “putos”… es una broma, doctora, no se moleste… Bien, entonces prosigo, le decía que yo también tuve que probarme como hombre, y a decir de las mujeres que me atendieron salí muy competente en la materia. De joven, cada vez que asistía a esos sitios, me gustaba hacerlo dos o tres veces con la misma. Y luego ya mayorcito, cuando tuve un poco de dinero, pues lo practicaba con distintas en una misma noche; digo, porque luego no faltó aquella que se aferrara y me lo quisiera dar incluso gratis. Por eso prefería la variedad, para no hacerme de ningún compromiso.

En esa época no era tan común usar condón. Bastaba con que la misma huila le lavara a uno el miembro en una palangana, antes y después del acto. El agua y el jabón limpiaban todo, y si aparecía alguna infección se visitaba al doctor que lo arreglaba con penicilina. Hacer el recuento de las enfermedades que se habían padecido era como repasar las medallas ganadas en el campo de batalla. Había hombres que presumían desde una sencilla Gota de Soldado hasta la exótica Rosa de Vietnam. No había nada tan mortífero, y si en una determinada ocasión se incurría en un acto contra natura se entendía claramente que era por una situación de emergencia, como decía un amigo “En tiempos de guerra cualquier hoyo es trinchera”..., ¡No se ponga seria, doctora!, es una opinión que no comparto totalmente, ya le dije que eso lo decía un amigo.

Pues el caso es que ese tipo de prácticas se entendían como una puntada, como un acto que se hacía al calor de las copas. Nadie iba a juzgar mal a un hombre por un detalle como ése. El sexo desbordado se tenía con las huilas que para eso estaban, para satisfacer los apetitos más exóticos del varón. El sexo apasionado se tenía con las queridas, a quienes se les entrenaba ya en la cuestiones más específicas del gusto; y a las esposas, se les enseñaba hasta cierto punto, de una manera en que no se fueran a volver tan aficionadas, porque eran las madres de nuestros hijos y además a nadie le habría gustado tener una ninfómana en casa. Lo otro, las relaciones entre hombres, ni siquiera contaban en este panorama. Mientras uno tuviera claramente delimitados los alcances de cada relación, entonces no había ningún problema.

¿Que qué me pasó?... Pues que yo tenía todo bajo control. Una vida sexual muy clara y gratificante. Mi casa, mi casa chica, mis secretarias, mis salidas a la disco o a la casa de citas. Todo bien ubicado y en su lugar, hasta que conocí al pinche Pedrito Solano. Ese hijo de la chingada me vino a trastocar todo. Maldito y mil veces maldito… Y seguro que todavía debe andar por ahí contagiando a quien se le ponga enfrente.
 


¿Dónde andas hijo de tu puta madre?

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