jueves, 14 de mayo de 2015

Antropófagos y exquisitos


Instrucciones para jugarse la vida con Satanás.
Arturo J. Flores.
Instituto Mexiquense de Cultura.
Estado de México, 2014.

En el siglo XVIII, los filósofos hacían una distinción entre la imaginación y la fantasía. La primera, imaginar, era considerada la facultad de producir percepciones de las cosas sensibles ausentes; y la segunda, fantasear, la facultas figendi, consistía en cambio en producir mediante la división y la composición de imágenes, la imagen de una cosa jamás percibida por los sentidos.


Entonces, como finalmente pudo definirlo Georg Wilhelm Fiedrich Hegel, ambas categorías eran determinaciones de la inteligencia; pero la que imaginaba era simplemente una inteligencia tibia, la que reproducía la realidad; en cambio la que fantaseaba, era una inteligencia creadora, la que ardía en las llamas del pensamiento.




Así las cosas, alguien tan fantasioso como Ludovico Ariosto, pudo imaginar en pleno siglo XVI que en La Luna podía encontrarse todo lo que se pierde en la Tierra: “las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los no saciados anhelos”. Y otro hombre, tan juicioso y cientificista como Johannes Kepler, pudo fantasear un siglo después, en su Somnium Astronomicum, con los hábitos y costumbres de las serpientes lunares, que de día se ocultaban en profundas cavernas subterráneas y de noche salían de sus madrigueras en busca de sustento.


Después de tanta imaginación y fantasía invertida en el arte, ya en nuestro siglo XXI, paradigma de prodigios científicos y tecnológicos, resulta paradójico que predomine el escepticismo, y que cada vez sea más difícil convocar al asombro. Y menos en un libro. Y un punto menos que imposible si se trata de un libro de literatura. Sin embargo, con este material que llama al asombro, se ha escrito Instrucciones para jugarse la vida con Satanás.


Este es un libro de cuentos y relatos que, de entrada, rebasa cualquier clasificación, más allá del género fantástico. De acuerdo con Tzvan Todorov, es en este género donde “los hechos insólitos o extraordinarios son manejados literariamente con la suficiente vaguedad como para resultar compatibles con nuestra imagen de la vida cotidiana”.


Hasta ahí todo va bien porque las extraordinarias situaciones que les ocurren a los personajes de estas historias, son perfectamente compatibles con el mundo actual. Pero si se intentara definir este libro a través de las convenciones temáticas y las atmósferas que recrea, la única etiqueta que podría describirlo en su conjunto, sería algo así como una serie de cuentos Gothrillerpunkys.



Por eso es mejor quedarnos con la idea de que se trata de textos fantásticos en los que, como también afirma Todorov, la ambigüedad de las situaciones impide establecer si son producto de una objetividad sobrenatural o de una subjetividad morbosa. Para aclarar la disyuntiva, sería necesario remitirnos a la naturaleza de su autor, Arturo J. Flores -comunicólogo, periodista, rockero, comediante, viajero, tallerista y editor en jefe de la más célebre revista de desnudos- para determinar que en este caso se trata sin duda de una objetividad lo suficientemente sobrenatural y morbosa como para haber escrito algo así.






Y es que Instrucciones para jugarse la vida con Satanás, constituye un supremo ejercicio de imaginación erótica, en la que una galería de singulares personajes femeninos (felinas, vampiras, ninfómanas, adictas y rockeras) son capaces de agandallar al galán mejor plantado y cambiar el curso de la historia más convencional para instalar entre ritmos poéticos el regreso del matriarcado.

"El miércoles volvió a susurrarlo cuando un calor conocido la recorrió desde la estufa que llevaba entre las piernas donde se cocinaba a fuego lento un deseo añejado y Amelia terminó por servirlo con su propia mano. Exquisito el manjar, sí, pero se quedó hambrienta de más. De una mano de Él.

El jueves mientras se bañaba y de pronto ya no era agua, sino saliva de él lo que caía en la cascada de la regadera. La saliva de Él.

Y, hoy, viernes, a punto de beberse el café que no era otra cosa que un beso concentrado y sin azúcar que se le iría directo a las entrañas. El café era un beso, el beso que se prepara todos los días igual pero sabía siempre distinto y la obligaba a despertar, como un relámpago de amor en la gris tempestad de los días. Un beso de Él." (“Brisa de verano en los labios de Amelia”).


Estas instrucciones también son un vertiginoso ejercicio de fantasía en el que un romántico anusmántico cumple con la insólita misión de evitar la destrucción del mundo, buscando la clave en los ojos del culo femenino. O en el pacto que un adolescente calenturiento hace con el mismísimo diablo en un billar.


“Mientras me estaba lavando las manos, el Diablo me llegó por atrás. No alcancé a verlo bien, pero reconocí su voz de metal cuando me susurró al oído que cuánto estaba dispuesto a apostar en un partido de pool. El quinto. Una apuesta en serio, de hombres, fueron sus palabras. Esa parte la recuerdo bien. Me retó. Me dio miedo que alguien más entrara en el baño y me viera inclinado sobre el lavabo, con el Diablo sujetándome por la cintura mientras me acercaba sus bigotes a la oreja.


Nadie entrará al baño mientras el Diablo te acompañe, me aclaró para tranquilizarme. Un mexicano nunca mea solo, pero tampoco mea junto a Satán.” (“Melisa es Satanás”).

Un libro como éste, conformado por diferentes híbridos, a caballo entre los géneros, exige lectores exquisitos, sibaritas acostumbrados a los platillos más exóticos que a otros paladares menos avezados quizá causen repulsión; o, en su defecto, lectores dispuestos a abrirse a los modos de pensar y de sentir de una generación de nuevos cromagnones que disfrutan la antropofagia y cultivan el asesinato como una de las bellas artes, antes de estrellar su Cayman en la curva más peraltada de su propio destino.


“Siento algo mojado en medio de las piernas. La Chica Martini me obsequia un ambiente cálido para derretir mis pensamientos. Su boca es un oasis en medio del insomnio y la desesperación. Su boca es eluniverso mojado en que lavo mi desamor. No aparto la mirada del camino. Con ella subiendo y bajando entre mis piernas, mi pie se hunde en el acelerador. Suena una nueva canción de Mötley: Girls Girls Girls. Termino en la boca de la chica un segundo antes de tomar la peraltada a más de 200 kilómetros por hora.” (“Martini para un suicida”).

Ya entrados en gastos, Instrucciones para jugarse la vida con Satanás, no solamente es un muestrario de recursos literarios aplicados a la imaginación y la fantasía del morboso Arturo J. Flores, sino también el producto del delicado equilibrio entre un creador en pleno uso de su facultas figendi y el oficio de un escritor preciso y preciosista en la apropiación de las palabras.


Ojalá que los lectores de este siglo no se conformen con imaginar o fantasear con las versátiles historias de Instrucciones para jugarse la vida con Satanás, y se atrevan por fin -como se hace con la mujeres más deseadas-, a hacerlas suyas en cada lectura.


Muchas gracias y salud.

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