Demoníaca
(Historia de una maldita perra).
Pterocles
Arenarius.
Eterno
Femenino Ediciones. México 2012.
En la mitología
griega, Tiresias fue el célebre adivino ciego que le reveló a Edipo el misterio
de su nacimiento y la verdad sobre sus crímenes.
De acuerdo con
Ovidio, una vez que el joven Tiresias paseaba por el Monte Cilene encontró dos
serpientes copulando, como en el símbolo del caduceo, y con un golpe de su
báculo mató a la hembra. Entonces Hera, disgustada, lo convirtió en mujer.
Tiresias fue mujer durante siete años en los que, según algunas versiones, se
consagró como sacerdotisa de un templo de Hera; y de acuerdo con otras, se
convirtió en la prostituta más famosa del Peloponeso. El caso es que tiempo
después esta mujer volvió a encontrarse con las serpientes apareándose y en
esta nueva ocasión mató al macho, por lo cual inmediatamente regresó a su
condición masculina.
Un día Zeus y Hera
discutían quién gozaba más del acto sexual. Zeus decía que la mujer y Hera
aseguraba que el hombre. Para salir de la duda fueron a preguntarle a la única persona que había sido
hombre y mujer. Tiresias les contestó que si se dividiera el goce en diez
partes, la mujer gozaba tres veces tres y el hombre solamente una. Esta
respuesta enfureció a la diosa que lo condenó a las tinieblas eternas de la
ceguera por ser un sujeto tan ligero. En compensación, Zeus le otorgó el don de
la videncia y una larga vida proporcional a la de siete generaciones
humanas.
De este mito quedan
vestigios en el imaginario popular; uno que supone el don profético y la
sabiduría de los ciegos, sujetos que en vez de mirar el exterior de las
personas pueden ver al interior; y otro que considera a los hermafroditas como
individuos ligeros en apariencia, pero conocedores a profundidad de los
secretos del placer. Esta segunda línea es la que desarrolla con atingencia
Pterocles Arenarius en su novela Demoníaca.
El autor retoma ese
viejo mito y lo vuelve a la vida para desarrollar con experimentado ojo
literario una trama sumamente sórdida. Parte de una áspera realidad que no
funciona simplemente como un contexto, como un paisaje de fondo, sino como una
especie de ventana antropológica en la que se puede constatar la realidad del
México del siglo XXI. No se trata de la reconstrucción idealista del griego
Tiresias, sino del poder y conocimiento que contiene ese mito, aplicados en la
figura de un moderno transexual que conjunta los apetitos de los sacerdotes y
políticos que comparten sus secretos de alcoba.
Para quien aún piense
que la aparición de esta realidad eclesiástica es inverosímil bastaría con
informarle que el equivalente real de este personaje tiene nombre y apellido. Y
se le puede encontrar incluso en internet o en algunos de los calendarios que
año con año alcanzan gran éxito de ventas. Es una modelo y bailarina transexual
que aparece frecuentemente en los medios electrónicos y que en entrevista para
Radio Educación o para Once TV, confesó off the record, que sus mayores ingresos no
provenían de sus inclinaciones artísticas sino de otras inclinaciones
corporales que practicaba “en un circuito de sacerdotes y obispos de Puebla y
Guanajuato”.
La otra parte de la
realidad que también toca Pterocles Arenarius, es incluso más grotesca, es la
que se refiere a las intrigas que se viven en los grupos de la ultraderecha
mexicana. Aquella que con la consigna de “Implantar el reino de Dios en la
Tierra” ha conseguido implantar exitosamente el reino del dinero y de la
satisfacción de los apetitos más ocultos.
El escándalo que
provoca la conjunción de tres ámbitos muy distantes en apariencia, pero que
regularmente abrevan del mismo cieno -el sexo, el sacerdocio y la política-
pudieran convertir a Demoníaca en una novela
maldita. Sin embargo, el ejercicio obsesivo de su lenguaje y la imaginación
aguda con que se vivisecciona a sus personajes, la redimen en la fuente del
arte.
A pesar de que sus
agonistas, la prostituta transexual
Sonia Ceylán y el fanático católico Daniel Federico, son dos personajes contrapuestos en pensamiento, espíritu y
acción, están indisolublemente unidos por el placer del
cuerpo y, por qué no decirlo, por un vínculo más profundo que quizá pueda
compararse con cierta clase de amor. Son las dos caras de una sociedad
hipócrita e incapaz de aceptarse a sí misma, un juego de opuestos que acaba en
una síntesis poderosa y destructiva. ¿Quién va a querer que en la guerra entre
la moral y el deseo gane la primera, si se goza mucho más perdiéndola?
Sin admitir
concesiones ni ocultarse en eufemismos, Pterocles Arenarius va revelando los
misterios del sexo a través de una aventura intensa y deslumbrante. En
resumidas cuentas, Demoníaca es una novela para leerse de un jalón, y que al igual que
una alimaña ponzoñosa, inocula en el lector el veneno de la curiosidad por leer,
al menos, una segunda parte de esta historia.
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