Hay quienes trabajan para vivir. Hay quienes trabajan para comprarse una casa o un coche. Los que vienen aquí, trabajan para reventarse. De miércoles a sábado, alrededor de estas mesas adornadas con margaritas, puede encontrarse la misma clientela más uno que otro colado: Gaby, que trabaja como instructora de aerobics y como modelo; las güeras que esperan la oportunidad estelar en el cine mientras aparecen en video homes; los dominicanos y sus novias de ébano; Hugo y sus compañeros de la bolsa; Manuel, Paco y su mesa repleta de amigos. Los mismos clientes de siempre menos uno.
El ambiente tropical envuelve los sentidos de los que se apretujan en la pista, pegaditos, restregándose los muslos, embarrándose los sudores, intercambiándose la saliva. De las noches de esta discotheque de la Roma, hasta el timbalero del grupo colombiano que ameniza, sale acompañado para el hotel o para el departamento de soltero.
El juego es intercambiar miradas. Si responden con una sonrisa o con una invitación a bailar, ya está. Lo demás lo hace la música. Las piezas románticas son las más propicias para acercarse sin miedo. Una caricia en la espalda, un beso, la mordidita en la oreja. Los clientes asiduos son maestros en estos menesteres. Saben qué proponer, saben cuándo aceptar. Conocen todas las combinaciones posibles: las dominicanas con los muchachos de la bolsa, Hugo con dos actrices de vide home, Gaby con Paco, Angel contigo.
Pero esta noche los asiduos están intercambiando miradas de una mesa a otra. Ninguno se levanta a bailar. Uno de los compañeros de Hugo dice que nadie se muere de una simple gripa. A Gaby le dijeron que lo de Paco fue una úlcera estomacal. Manuel no cree en esta versión pero tampoco puede asegurar nada. Nadie puede asegurar nada pero todos se miran y piensan: ¿quién sigue?
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