martes, 15 de marzo de 2011

Primero que nada te haces hombre de palabra

(Entrevista con Agustín Ramos para la serie Entre hombres sin vergüenzas de Radio Educación).

Nacido en Tulancingo, Hidalgo, en 1952, ha sido considerado un autor de grandes recursos y madurez estilística desde su primera novela Al cielo por Asalto (1979), escrita a los 25 años. En ella se marca el tránsito de una generación que pasó del rock a la guerrilla a través de una trágica búsqueda existencial. En más de tres décadas de carrera literaria Ramos ha publicado más de una decena de libros entre novela, cuento y ensayo histórico. Considerado como uno de los escritores más sólidos de su generación, Ramos también se ha desempeñado como funcionario en la dirección del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, donde desarrolló proyectos tan importantes como el museo interactivo El Rehilete de Pachuca. Actualmente se dedica al periodismo y acaba de publicar su más reciente novela Olvidar el futuro (Tusquets, 2010), que narra las aventuras de un escritor que quiere asesinar al hombre más rico de México.

Iniciamos la conversación en un taxi con rumbo a una conferencia. A pesar de los brincos del vehículo que esquiva los baches de Iztapalapa, Agustín Ramos mantiene una conversación pausada y segura, siempre midiendo al interlocutor, y que en cada respuesta trasluce la ironía de un hombre que conoce demasiado bien a sus congéneres.

Jorge Borja.- ¿Tú crees que la literatura sirve para conocer a los hombres?

Agustín Ramos.- Sí, yo creo que es una de las maneras de conocer al hombre. Pero fíjate qué curioso: para hacer literatura hay que conocer a los hombres, de tal manera que es una especie de retroalimentación. Sólo los grandes escritores, para mí, conocen a los hombres y solamente ellos hacen literatura, y solamente ahí te puedes ir en el conocimiento del hombre sin despistes, lo otro requiere la convivencia diaria, que es limitada, que tiene una serie de restricciones. En ese sentido la literatura es una gran bendición para el hombre hecha por el hombre mismo, por la humanidad misma. Sí, estoy de acuerdo.

JB.- Y en este caso no sería nada más en la parte técnica, es decir, un escritor no nada más es técnica, alguien que conoce la sintaxis, la gramática, sino también un conocedor. ¿Cómo tiene que ser un escritor para llegar al alma de los hombres y poder transmitirla en la literatura?

AR.- No, estamos en el acuerdo de que estamos hablando del Escritor, del Autor de la literatura, del que el tiempo consagra como clásico, creo que la exigencia que se da es a todos los niveles; tiene que ser un gran conocedor del alma humana (si es que eso existe) pero también tiene que ser un gran conocedor de la historia, y también un conocedor exhaustivo, profundo desde la mayor frivolidad y de cualquier trivialidad hasta lo más profundo y más complejo de la literatura. Pienso en este momento en Julio Cortázar para escribir Rayuela, tenía que haber conocido de cultura general, de historia, de literatura y, por supuesto, del alma humana.

JB.- A ti, en lo particular, ¿te ha ayudado la literatura a volverte hombre?

AR.- Como diría Moustaki “El amor me ha dado tanto”; la literatura me ha dado todo, desde mi amor, mis amores, lo poco que yo siento, que he avanzado, que he engordado existencialmente, la cantidad de hueso y de tuétano que tengo mayor a cuando nací, o de cuando andaba pendejeándola por la adolescencia pienso que eso me ha dado la literatura definitivamente, tanto el ejercicio de la práctica como el de la lectura, ya que cuando hablamos de la literatura no está demás mencionar que es una díada que consiste en la lectura y la escritura, si falta alguno de estos dos factores no hay literatura.

Los ritos iniciáticos

JB.- Y tú que eres de Tulancingo, dinos cuáles son los ritos de iniciación para ser hombre allá.

AR.- Nosotros fuimos muy poéticos, mis amigos y yo lo que hacíamos era un hoyo en la tierra, dibujar el cuerpo de una mujer y a la altura del sexo donde imaginábamos que estaba el sexo de una mujer ya grande (porque las chicas no tenían mayor chiste), ahí introducíamos nuestro pene y nos poníamos a hacer el amor según nosotros. No había la menor excitación, no había nada, al menos en mi caso, era un simple juego muy divertido, era estar transgrediendo algo. En algún momento había las competencias típicas de a quién se le para más rápido (en esa sí ganaba yo), quién la tenía más grande (en esa no ganaba pero hay que saber perder). Había diferentes juegos pero el primero que yo recuerdo con un gran cariño, como una verdadera bendición de la madre tierra, de la Pachamama, que era ese hoyito que hacíamos en el huerto de un amigo y cómo nos acostábamos boca abajo a fornicar, cada quien con su cada cual. Yo dibujaba a una señora, a la mamá de otro amigo, y esto iba de lado de la transgresión pues a mi amigo se le ocurría dibujar el cuerpo de la directora de la escuela que era una monja santa, venerable y que apestaba a misticismo, realmente no era alguien que se te pudiera antojar carnalmente pero imagínate la sensación de pecado de estarte “apareando” con la directora, con la miss directora.

JB.- Y por ejemplo, ahí en tu tierra, ¿cuándo se sienten hombres? ¿Cuando beben por primera vez?, ¿cuando empiezan a trabajar y a tener dinero?, ¿cuando van al burdel?

AR.- Primero que nada te haces hombre de palabra porque somos muy habladores y muy chismosos en Tulancingo, entonces todo era de platicar. El primero que fue hombre fue el primero que se había cogido a su hermana y a su sirvienta (hablando de este tipo de abusos y de sexismo que se dan) pero no las llevábamos a la práctica más bien era la capacidad de inventar y el descaro para decir esas mentiras, que a lo mejor los demás no nos las creían pero bastaba con que nosotros nos las creyéramos, así empezaba todo. Yo no tuve la mayor trascendencia en esto porque me vine a la capital a los 13 años y los verdaderos ritos iniciáticos de la adolescencia ya no los tuve allá, sin embargo sí tuve por referencia de mis amigos (que eran unos chismosos, pero ahora menos fantasiosos que antes pues ya tenían 15 o 17 años) de los toqueteos a las chavas más bonitas, como Juan Charrasqueado que a las chavas más bonitas se llevaba etc. Un amigo me contaba cómo ya había tocado a fulana y a sultana, y a mí se me iban abriendo los ojos grandísimos porque esas mujeres eran verdaderamente bellas para mí y las había dejado de ver hacía tres años y estaban todavía más bellas y resulta que mi amigo ya les había medido los pezones y eso me parecía terrible por el lado de los celos y de la envidia. En cuanto a mí, pues lo típico, que era ir a un burdel, intentar ir a un burdel. Curiosamente ya estando en prepa intenté ir a la zona roja de Pachuca y por suerte se me hizo tarde, cuando iba yo bajando del autobús ya venían mis amigos a los que no se les había hecho tarde, venían muy espantados porque les habían quitado todo el dinero, los habían golpeado y asustado unos judiciales que los habían agarrado ahí, de tal manera que nos regresamos a nuestro camión y nadie dijo una sola palabra, todos iban muy consternados por lo que había intentado ser un rito de iniciación y que se había convertido en una iniciación a las golpizas, a la violencia… No, no era prepa, era secundaria.

JB.- ¿Y nunca te tocaron esas iniciaciones de convertirte en hombre a los guamazos?

AR.- No, por fortuna crecí siempre educado por mujeres y esta cuestión no era la prevaleciente, no era una obligación golpearte, no estaba penado por mi madre, lo que decía era “No me gusta que seas pendenciero” (recuerdo muy bien esa palabra) cuando se enteraba que yo me había golpeado, pero yo me golpeaba ad libitum, me golpeaba libremente no porque alguien me dijera “vete a defender a tu hermana” que a veces intenté defender, a veces me dio miedo y más bien le saqué la vuelta; pero ya que estoy en esta cuestión de la secundaria fíjate que ya la iniciación personal que fue la lectura de novelas policíacas que contenían alguna escena candente, la colección Jaguar o Caimán me parece que se llamaba. Había una noveleta que se llamaba Los amantes de Lolita, eran novelas policíacas situadas en el Bronx, tenían de repente una escena cachonda de una mujer que estaba seduciendo a un viejito pelón y que mientras él le acariciaba las pantaletas ella decía “Qué lástima que no me traje mis bragas de estambre”. ¡Pa su mecha!, todas estas novelas que descubrí guiando a vendedores de queso que venían de Tulancingo y que tenían necesidad de repartir por todos los autoservicios del D.F. Me gustaba mucho la lectura y también me gustaba el deporte pero los salesianos eran muy especiales para hacerte odiar todo lo bueno de la vida, como la mayoría de los confesionarios, de hecho todos, entonces a mí me gustaba mucho jugar fútbol, yo soñaba con ser portero, jugar en primera división, saltar en una cancha de pasto yo que venía del pavimento de la calle 1º de mayo o de la tierra del parque deportivo siempre soñé con un césped bien recortado, sin embargo en esta escuela la coerción para que jugaras, aunado a mi despertar solitario a la cuestión sexual me llevó a urdir artimañas para encerrarme en los baños a la hora del recreo y estar leyendo mis novelitas, pero no sólo eso, luego ya iniciaba yo a mis compañeros y les subrayaba las partes que valían la pena para que no se molestaran en leer, en destrabar toda la historia de los asesinatos, de la gente sin futuro del Bronx, entonces esa fue una muy buena iniciación.

JB.- ¿Y ahí también te hiciste un poco hacia la literatura?

AR.- Creo que ya estaba iniciado a la literatura, pero era una iniciación muy inconciente y en muchos sentidos hipócrita, sino tuviera connotaciones morales esa palabra porque yo no me daba cuenta, no quería darme cuenta de que era una iniciación al sexo y a la literatura. Más bien de lo que se trataba era de irla pasando, de sentirse bien, pero no había la suficiente comunicación ni supongo que la suficiente preparación cultural en mi familia como para que me dijeran “mira, esto es la literatura, leer es bueno, leer te ayuda, qué bueno que leas…” o no sé qué me hubiera dicho, cualquier cosa de acuerdo a su moral. Además mi mamá era maestra rural y sabía muchas recitaciones, unas buenas, otras no tanto, desde Darío, Juan de Dios Peza, López Velarde, Urbina. Había una mezcolanza que yo creo que ella nunca, hasta ahora después de los 70 años empieza a sopesar y a valorar debidamente y a poner en su contexto y en su justa dimensión.

Escogiendo un padre

JB.- ¿Crecer sin tener un padre como modelo masculino te fue muy difícil?

AR: Yo creo que tuvo sus problemas pero también tuvo sus ventajas. De esta manera yo no tuve un ejemplo impuesto como modelo masculino sino que pude haber escogido otros ejemplos salidos de la literatura o de la historia. Si bien yo no tenía un padre pero pude sentirme hijo de grandes escritores como Borges o Cortázar, o de héroes como Juárez, Sandino o los Flores Magón. En ese sentido puedo decir que yo tuve la ventaja de escoger a mi progenitor.

El chofer nos dice que hemos llegado a nuestro destino. Agustín Ramos insiste en pagar. Estamos a cinco minutos de comenzar una conferencia para muchachos de las prepas del D.F. Agustín les va a hablar de la Iliada y baja del taxi con la gallardía de un Héctor, domador de caballos, que sale al campo de batalla. Dejaremos la plática para ocasión más propicia.

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