domingo, 30 de agosto de 2009

Poemas para cantar en las cantinas

Juan José Arreola afirmaba que un poema era como un báculo. Primero, decía el maestro, porque un poema sirve para sostenernos y caminar, sobre todo cuando uno anda “cojo del alma”. Después, como a los ciegos, porque un poema nos sirve para orientarnos en las tinieblas de la vida. Y, por último, porque un poema como un báculo, también puede convertirse en un arma eficaz contra las amarguras y las angustias que a veces se nos vienen encima peor que perros rabiosos.

Valga este símil para hablar de un poemario y de un poeta de lo cotidiano. Alguien que además de dotar del bastón, la brújula y el palo del ejemplo, obsequia un cancionero para nuestro solaz de tabernarios asiduos. El poemario se intitula Acuérdate de mí cuando llegues al infierno, (Editorial Práxis; México, 2009) y el poeta lleva por nombre el cacofónico de Adrián Román, vate de la colonia Ramos Millán.

Más toxico que los imecas

Soy, a veces, una llave de a caballo aplicada por el santo,
otras veces soy el madrazo de frustración
que un borracho deja caer en la mesa.
cuando era niño hice llorar a pin pon.
le pegué con su pinche peine de marfil.
a veces soy tan transparente y emocional
como una adolescente que se masturba.
soy sansón dando patadas de ahogado,
soy el correveidile de la lujuria,
soy más toxico que toda la banda de imecas.
siento una profundísima nostalgia
por algunas mujeres que ni conozco.
la misma pendeja nostalgia que me da
pensar en el primer han solo que me compró mi madre.
siento por todos los escotes la misma nostalgia
que mi abuela siente por catalina creel,
por pagar ochenta centavos para ver a pedro infante
en vivo, por el tranvía que llegaba al zócalo.
cuando tu hermana tiene sueños húmedos,
siempre voy de metiche.
a veces me siento como un portero
antes de que le tiren un penalti,
a veces un cuento pornográfico
con vodka y agua mineral,
a veces como el cochambre que dejan
las viejas en su tanga.
soy una voz necia que pide un trago más,
soy un gancho al hígado de la realidad;
esa vieja fresa que no bebe
y que nos mantiene en sus brazos mientras
mira cómo nos destruimos.
soy, a fin de cuentas, un sicario sin balas
huyendo de la responsabilidad
de encontrar su propia muerte.

Adrián pertenece a una estirpe de hombres bravos y de pocas palabras que supieron hacer suya una colonia de más de dos millones de habitantes considerada como tierra de nadie por pusilánimes y policías. Adrián nació ahí un 19 de septiembre de 1978. Tal vez porque ese mismo año la escuadra alemana goleó 6-0 a los ratones verdes que quedaron últimos en el Mundial de Argentina o porque tres meses después murió envenenado el Papa Juan Pablo I luego de haber descubierto los turbios negocios del Banco Ambrosiano o quizá porque se dio una extraña conjunción de astros que sólo ocurre cada mil años o simplemente porque fue engendrado en unos baños públicos, es que Adrián escribe una poesía llena de humor y desesperanza, de liviandad y juegos de palabras; en suma, una poesía tan divertida como peligrosa, igual que una noche de vodka y cocaína.

baños públicos

fui concebido en unos baños públicos.
encima de sábanas corrientes.
con jabones apestosos a romance pasajero;
quizá por ello soy tan pinche cursi.
en esos baños, como en todos,
los cabrones se miraban a los ojos retándose,
sin dejar nunca el deseo de lado.
fui concebido por bien poca lana;
entre pollas, tehuacanes y champús de bolsita.
en un vapor individual,
en el lugar mismo en que el collage del barrio
se volvía entrañable e incomprensible,
donde la música no aflojaba,
donde la caldera sonaba a amenaza.
¿para qué doblarse cuando
se ha perdido todo decididamente?
fui concebido en unos baños públicos.
mi madre se levantó a bañarse.
mi padre se masturbaba con una revista.

Acuérdate de mí cuando llegues al infierno ganó el Premio de Poesía Editorial Práxis 2008. Los jurados Claudia Domingo, Rogelio Guedea y Félix Suárez seguramente encontraron en este libro la frescura y la fuerza de un poeta que se atrevió a subirse a pelo al brioso caballo de la poesía. En este poemario fluyen las palabras, alegres y desbordantes como meadas de borracho; dolorosas e incontenibles como la sangre de una vena rota. De leerlas dan ganas de encaramarse en la mesa de un bar para cantarlas a lo mariachi y ponerse hasta las chanclas. ¡Ayayay, mamá por dios!

1 comentario:

  1. definitivamente dos de los mejores poemas del libro...
    De esos que de tan directos y contundentes,que sólo pueden compararce a un par de puñetazos arturdidores, de esos que uno recibe en el barrio más temprano que tarde.

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