Quienes hemos experimentado esa sensación, conocemos sus causas y sus efectos, mas no el origen y la necesidad que muchos individuos de nuestra especie han tenido por alcanzar ese estado tan singular que en palabras de Charles Bukowski, nos lleva a trascender el tiempo y el espacio.
Anota Edward Slingerland en su libro Borrachos que desde que el homo sapiens se encontró con el zumo fermentado de algún fruto y se aficionó a consumirlo, existe una buena razón por la que nos hemos emborrachado a lo largo de la historia. Menciona que en la salvaje competencia de los grupos culturales de la cual surgieron las civilizaciones, fueron necesarios los “intoxicantes”, es decir las sustancias que alteran la cognición o percepción de la realidad -en especial el alcohol- las herramientas químicas que permitieron a los humanos escapar de los confines impuestos por nuestra naturaleza de simios y crear niveles sociales de cooperación de modo similar a los insectos.
Edward Slingerland considera al alcohol, y en específico a la embriaguez, como parte de los elementos que dieron lugar a la civilización moderna. En este sentido anota que “Al potenciar la creatividad, reducir el estrés, facilitar el contacto social, aumentar la confianza, fomentar la unión, crear una identidad de grupo y reforzar los roles sociales y la jerarquía, los intoxicantes han cumplido una función vital: permitir a los cazadores-recolectores humanos iniciar una vida de colmena en las aldeas, pueblos y ciudades agrícolas.”
Es por ello que para entender en toda su dimensión el fenómeno de la embriaguez sería necesario hacer un repaso por diversas etapas de la Historia. Desde aquellas sociedades donde la borrachera colectiva era un ritual obligado para invocar a los dioses o despedir a los mortales, hasta las actuales corporaciones donde los CEOs confraternizan y discuten las estrategias y políticas de empresas globales alrededor de una botella de licor.
En el recorrido de siglos de ingestión alcohólica, que Mark Forsyth hace en su libro Una breve historia de la borrachera, comenta que la embriaguez también ha sido ocasión propicia para el amor por lo menos mil años antes de Cristo; dice que en el Antiguo Egipto la bebida significaba sexo, tal como dice un viejo poema de esa época: “Dale baile y dale una canción./ Dale vino y cerveza fuerte,/ Confunde su astucia y poséela esta noche/ Y ella dirá 'Querido, abrázame fuerte./ Hagámoslo de nuevo a la luz de la mañana'”.
También comenta que los simposios o banquetes donde los filósofos griegos se reunían a tratar algún tema de trascendencia, en realidad se prestaban a excesos con la bebida, y cuenta de una casa en Acragas, Grecia, conocida como Trireme -que era el nombre de un tipo de embarcación- los jóvenes que se reunían en ella una vez agarraron tal borrachera que en pleno delirio etílico creyeron que la casa había zarpado como un barco y que se hallaban en medio de una terrible tormenta, de modo que comenzaron a arrojar por las ventanas los muebles, sofás, sillas y camas, como si los estuvieran tirando al océano, porque creían que el capitán les había ordenado aligerar la nave. Cuando los vecinos llamaron a los encargados del orden a terminar con el escándalo, los borrachos les agradecieron a los soldados por haber llegado a tiempo para salvarlos, y les dijeron que si llegaban a puerto, levantarían estatuas en su honor, junto a las de otros dioses del mar.

En su “Elogio de la embriaguez”, el poeta Luis Cardoza y Aragón exalta este estado de intoxicación comparándolo con una especie de videncia en el que lo “inesperado, lo repentinamente angélico o monstruoso, la insólita relación escondida, latente hasta en los objetos más humildes, se manifiesta con la Embriaguez. Y con su invisible espada de arcángel la vida triunfa de la costumbre y la religión que presumían postrarla imperdonablemente. Nos da la exacta dimensión del mundo. Las cosas están ungidas de milagro.”
El músico y poeta mexicano Marcial Alejandro, es capaz de confirmar en sus versos el equilibrio ancestral que esta luminosa condición otorga a los tenaces consumidores de bebidas espirituosas:
La borrachera que traigo
acumula sensaciones
de varias generaciones
y por eso no me caigo.
Tal vez por su proclividad a la desmesura, a la exaltación de las emociones y a la expresión de nuestras verdades más íntimas es que Plinio El Viejo acuñó esta sentencia: “in vino veritas, in aqua sanitas”, que quiere decir “en el vino está la verdad, en el agua la salud”.
¡Así que salud!
Es por ello que para entender en toda su dimensión el fenómeno de la embriaguez sería necesario hacer un repaso por diversas etapas de la Historia. Desde aquellas sociedades donde la borrachera colectiva era un ritual obligado para invocar a los dioses o despedir a los mortales, hasta las actuales corporaciones donde los CEOs confraternizan y discuten las estrategias y políticas de empresas globales alrededor de una botella de licor.
En el recorrido de siglos de ingestión alcohólica, que Mark Forsyth hace en su libro Una breve historia de la borrachera, comenta que la embriaguez también ha sido ocasión propicia para el amor por lo menos mil años antes de Cristo; dice que en el Antiguo Egipto la bebida significaba sexo, tal como dice un viejo poema de esa época: “Dale baile y dale una canción./ Dale vino y cerveza fuerte,/ Confunde su astucia y poséela esta noche/ Y ella dirá 'Querido, abrázame fuerte./ Hagámoslo de nuevo a la luz de la mañana'”.
También comenta que los simposios o banquetes donde los filósofos griegos se reunían a tratar algún tema de trascendencia, en realidad se prestaban a excesos con la bebida, y cuenta de una casa en Acragas, Grecia, conocida como Trireme -que era el nombre de un tipo de embarcación- los jóvenes que se reunían en ella una vez agarraron tal borrachera que en pleno delirio etílico creyeron que la casa había zarpado como un barco y que se hallaban en medio de una terrible tormenta, de modo que comenzaron a arrojar por las ventanas los muebles, sofás, sillas y camas, como si los estuvieran tirando al océano, porque creían que el capitán les había ordenado aligerar la nave. Cuando los vecinos llamaron a los encargados del orden a terminar con el escándalo, los borrachos les agradecieron a los soldados por haber llegado a tiempo para salvarlos, y les dijeron que si llegaban a puerto, levantarían estatuas en su honor, junto a las de otros dioses del mar.

En su “Elogio de la embriaguez”, el poeta Luis Cardoza y Aragón exalta este estado de intoxicación comparándolo con una especie de videncia en el que lo “inesperado, lo repentinamente angélico o monstruoso, la insólita relación escondida, latente hasta en los objetos más humildes, se manifiesta con la Embriaguez. Y con su invisible espada de arcángel la vida triunfa de la costumbre y la religión que presumían postrarla imperdonablemente. Nos da la exacta dimensión del mundo. Las cosas están ungidas de milagro.”
El músico y poeta mexicano Marcial Alejandro, es capaz de confirmar en sus versos el equilibrio ancestral que esta luminosa condición otorga a los tenaces consumidores de bebidas espirituosas:
La borrachera que traigo
acumula sensaciones
de varias generaciones
y por eso no me caigo.
Tal vez por su proclividad a la desmesura, a la exaltación de las emociones y a la expresión de nuestras verdades más íntimas es que Plinio El Viejo acuñó esta sentencia: “in vino veritas, in aqua sanitas”, que quiere decir “en el vino está la verdad, en el agua la salud”.
¡Así que salud!
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